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                    ¿CÓMO NOS RELAJAMOS?

 Podríamos definir RELAJARSE como conseguir un “estado de tranquilidad, reposo o descanso físico y mental”

Empezamos prácticas de Ch’i Kung, T’ai Chi, Yoga… con la intención de relajarnos, de conseguir ese estado de tranquilidad que nos ayude en nuestra vida cotidiana.

 

 Podemos encontrar muchos matices en este estado de relajación. Desde un extremo que sería el abandono (como dejarnos caer en el sofá) hasta el otro en el que estamos tensos, pero pensamos lo contrario (nos sentimos relajados). Recuerdo cuando trabajando de fisioterapeuta le decía a la persona a la que estaba haciendo el tratamiento: “relaja el brazo”. Lo normal es que respondiera: “ya está relajado”… pero no; no dejaba el peso de su brazo en mis manos.

 

 La Relajación que buscamos en este tipo de prácticas se suele llamar “Relajación Consciente o Relajación Atenta”. Está muy lejos de ese abandono, es más bien encontrar un equilibrio entre el abandono y la tensión. Paradójicamente necesitamos conocer nuestra tensión y trabajar sobre ella para encontrar la relajación. Un equilibrio realmente difícil de cultivar. Demasiado relajado, nos trae adormecimiento; demasiada atención, nos produce tensión.

Si hay demasiada relajación, nos llevará a la distracción física y mental. El resultado será una estructura corporal desalineada y un movimiento flojo, sin viveza.

Asimismo, puede ocurrir que haya demasiada tensión muscular, quizás con buena estructura, pero dura, muy dura. Sin elasticidad ni apertura corporal. El movimiento será discontinuo… y como un “rechinar” articular.

Pero también podemos encontrarnos quien tiene una buena estructura y realiza un movimiento proporcionado, relajado y armonioso, pero en su interior no habita tal relajación. Desde fuera es difícil verlo pero desde dentro son todo esquinas y nudos, que no dejan “soltar” de verdad.

 

 Y creo que la palabra "SOLTAR" se acerca mucho a esa idea de relajarnos. No es un abandonarnos (desplomarnos) es un soltarse mantenido en una estructura estable y equilibrada. Claro, esto sí que es difícil, porque si hacemos el ejercicio simplemente de estar de pie, con el cuerpo bien alineado y vamos relajando, este irá perdiendo poco a poco su posición. Y si ponemos la atención en mantener sí o sí la posición, nos producirá rigidez, incluso dolor, por lo que perderemos la relajación.

Por otro lado, para que un movimiento sea relajado pero no flojo debemos conseguir que el cuerpo esté unido y que el movimiento surja de nuestro centro. Podríamos decir que nuestro centro lo forman el Tan Tien (o Hara) y la columna vertebral.

Por lo tanto tenemos la tarea de soltarnos sobre un cuerpo unificado, conectado y vivo, tanto en la quietud como en el movimiento. A este cuerpo se le llama “Cuerpo T’ai Chi”. Ardua tarea…

 

 Todas las prácticas tradicionales ofrecen movimientos, posiciones y técnicas que persiguen estos objetivos. Podríamos decir que cada una de ellas contiene su método para desarrollar el Arte. Pero qué prácticas conservan su método? Al decir método me refiero a un entrenamiento en el que la educación corporal y mental tiene una progresión lógica y facilitadora para el practicante; un orden en el aprendizaje. Desde el saber pronunciar cada letra hasta formar sílabas, expresar palabras y crear frases.

Veo escuelas y formaciones que ofrecen muchas formas diferentes. Todas son interesantes, estéticas y completas en sí mismas. Pero volvemos a lo mismo. El entrenamiento de la mayoría de nosotros para desarrollar la relajación, la unidad corporal y el movimiento centrado no puede centrarse sólo en formas. Las formas son la frase entera, son el propio Arte destilado, lo más evolucionado de una práctica. Eso exige una comprensión interna desarrollada durante años. Cualquier sistema debería ofrecer una serie de prácticas paralelas dedicadas a despertar esa comprensión. Sin esta parte del entrenamiento la forma se convierte en un ejercicio suave de coordinación, interesante, saludable y lúdico, pero vacío en sí mismo. Si es lo que queremos en la práctica está muy bien y es muy respetable. Pero si la búsqueda entre otras cosas es desarrollar el cuerpo T’ai Chi y llegar a la Relajación, practicar exclusivamente la forma se convierte en un entrenamiento externo, que nos puede alejar del objetivo.

Quizás si tuviéramos una inteligencia corporal muy despierta podríamos llegar a ese cuerpo T’ai Chi sólo practicando la forma, pero la mayoría de los mortales no tenemos esa cualidad. Necesitamos de alguien que nos transmita el método.

 

 Esta fue mi experiencia. Empecé en estas prácticas hace 30 años y hasta hace quince no me di cuenta de que no entendía lo que significaba relajarme de verdad. Durante ese tiempo siempre pasaba lo mismo: cuando creía que ya había aprendido y practicado suficiente una forma, buscaba otra más complicada o evolucionada. Aprendí hasta 10 formas de diferentes estilos, infinidad de ejercicios y técnicas. Recibí también dos formaciones de Chi kung. Practicaba cada día cuatro horas y realizaba todas las formas que había ido aprendiendo. El error fue no haberme quedado únicamente con la primera forma que aprendí (o incluso la mitad de ella)

“”. Cuanto más entrenamiento externo aprendía más me alejaba de lo que buscaba: relajarme.

 

 Ahora pienso que para poder profundizar en la relajación no podemos ir saltando de un movimiento a otro, de una forma a otra continuamente. Debemos permanecer en unos pocos movimientos separados y repetirlos mucho, estudiarlos, ponerlos a prueba, sentirlos hasta comprenderlos e integrarlos. Pero no termina ahí la cosa; después de eso debemos continuar con ellos para profundizar más en la relajación.

Lo que nos lleva a cambiar rápido de ejercicio es nuestra huida del aburrimiento, que como ya veremos más adelante, será necesario atravesar.

Es importante conocer bien nuestra estructura corporal y su movimiento natural. Y no es difícil si nos centramos en unos principios y comprendemos nuestra biomecánica natural con ejercicios muy sencillos. Al ser movimientos familiares normalmente se integran muy rápido y casi instantáneamente los aplicamos de manera automática a nuestros movimientos cotidianos. Esto, como profesor y fisioterapeuta lo considero muy interesante y terapéutico. Las indicaciones, imaginaciones y visualizaciones que se utilizan son siempre con objetos o situaciones que conocemos desde niños, por lo que nos resultan conocidas y naturales.

 

 Pero al mismo tiempo y para poder ir profundizando en estos ejercicios es necesaria una comprensión corporal que se desarrolla desde el Zhang Zhuang (posiciones estáticas) comunes a todas las escuelas de Ch’i Kung, T’ai Chi y otras Artes Marciales internas y externas. Y aquí de nuevo, si no disponemos de aquella inteligencia, hace falta que la persona que nos enseña nos dé una serie de detalles sin los cuales no podremos avanzar. No es simplemente ponernos en la posición y ya está… Lamentablemente la mayoría de estas escuelas han ido abandonando este entrenamiento por duro y aburrido. Sin saber que eso que vivimos como duro nos puede llevar a la suavidad y lo aburrido a la sorpresa.

 

 

 A lo largo de este camino hacia la Relajación nos encontraremos con cosas agradables y cosas desagradables. Nuestra mente siempre tiene una tendencia a apegarse a lo que le gusta y rechazar lo que no le da placer. Paradójicamente a lo que nos apegamos se nos va de las manos y lo que rechazamos se nos queda pegado. Por lo tanto, igual de importante que entrenar nuestro cuerpo, la mente debe ser educada para “aceptar” (no asumir) la frustración, el dolor, el aburrimiento, la enfermedad, las crisis… vivencias que se experimentan en todas las prácticas genuinas y que debemos atravesar para poder soltarlas y continuar. No es que haya que buscar lo desagradable, pero tampoco deberíamos huir de ello;simplemente existe y aparecerá. Si nuestra mente reacciona constantemente en contra de ello, no llegaremos a trascenderlo y nos quedaremos atrapados en esa lucha, lo cual nos llevará al sufrimiento.

Pero también existen trampas según vamos avanzando como el creer que ya hemos llegado a esa Relajación profunda. Al seguir profundizando descubrimos que todavía hay tensión que soltar; tensiones antiguas que estaban debajo de la propia relajación lograda. Hay diferentes capas.

Dudo que algunas prácticas nuevas que van surgiendo, eclécticas y dedicadas sólo al bienestar, evitando todo lo que consideramos “molesto” o “incómodo”, es decir: las crisis, nos sirvan para un trabajo profundo.

Son prácticas para sentirnos bien y respeto totalmente a quien quiera tener una práctica así. Nos hacen sentir siempre amorosos y pensamos que no tenemos rabia ni odio. Todo lo comprendemos y aceptamos. Pero es real? Si negamos y rechazamos una de las caras de la moneda que es la vida, no podremos llegar a una comprensión profunda de la misma.

 

 Porque en mi opinión, la búsqueda de la relajación profunda es sólo algo más en un camino de interiorización, de autoconocimiento, de transformación, de comprensión de nosotros mismos, de nuestro ego. Un camino para eliminarlo o apartarlo cuando no interesa que nos dirija. Si conseguir el cuerpo T’ai Chi era una tarea ardua, esta es todavía más difícil.

Cuando nos ponemos durante un rato más o menos largo en una posición de Zhang Zhuang o repetimos constantemente un movimiento, nos encontramos con nosotros mismos, con nuestro ego. Con lo que nos gusta y lo que nos disgusta de nuestro sentir, nuestro actuar, nuestro pensar. Es importante cómo reaccionamos en ese momento. Nos juzgamos? Luchamos contra el cansancio o el dolor? Nos sentimos satisfechos? Dudamos si debemos mantener el ejercicio o salir de él? Podemos relajarnos a pesar de todo esto? El hecho de poder o no poder “aguantar” una posición hasta que el profesor nos dice de bajar los brazos, o el hecho de hacer bien o mal un movimiento ¿a quién alimenta? En ambos casos alimenta al ego. El sentir frustración u orgullo es para el ego, no para el Ser. El Ser acepta lo que hay, es ecuánime.

 

 Como han señalado muchos maestros, avanzar en el camino supone ir desapareciendo, como si no estuviéramos, hasta llegar a fundirse con el Todo. Sería cuando la posición o el movimiento se hacen solos, sin nuestra intervención. Donde hay relajación profunda, presencia y conciencia al mismo tiempo.

Por lo tanto, todos los ejercicios, formas, posiciones, movimientos, técnicas… son simplemente herramientas para ir avanzando en nuestra práctica y a la vez ir quitándonos importancia, desapareciendo…

 

                                                                                                           Juanolo, 6 de abril de 2022

LA PRÁCTICA EN LOS TIEMPOS DEL COVID

 

UN REPASO DE LA SITUACIÓN

 Ha pasado ya un año desde que comenzamos a escuchar sobre un nuevo virus, el SARS-coV-2, que se propagaba a gran velocidad y que era muy peligroso pues provocaba el covid-19, que según nos decían era una enfermedad desconocida y letal. Y ya se empezó a escuchar la palabra pandemia.

Los primeros casos oficiales venían de China y no parecía que había muchos fallecimientos (o eso nos decían desde allí). Veíamos por televisión las medidas que se habían tomado para controlarlo. Nos parecía difícil, incluso imposible, la posibilidad de que dichas medidas se tomaran en nuestro país. Bromeábamos sobre ello; “la gente de aquí, por su carácter, no va a aceptar estas medidas.” “Total, sólo es una gripe un poco más fuerte”, decíamos.

 

 A las pocas semanas llegaron los primeros casos y muertes, y aunque no tan estrictas como en China, las primeras medidas. Llegaron las mascarillas, los geles hidroalcohólicos, los confinamientos, las prohibiciones… y las acatamos de la noche a la mañana. Sin protestar lo más mínimo. Esta obediencia en China, al ser una dictadura, es más fácil de entender. Lo que dice el partido es ley y la gente asume. Pero aquí que se supone que no existe un régimen autoritario, qué nos ha hecho acatar de esta manera las normas impuestas?

Aunque reconozco que no estoy de acuerdo con la gestión de esta crisis por parte de los diferentes gobiernos, no es de mi interés discutir sobre los políticos. Prefiero que lo hagan los que confíen en ellos. Lo que sí espero es que algún día tengan que rendir cuentas por el dolor infringido a los que han fallecido en esta crisis y a sus familiares, y por el desastre económico que están provocando en la sociedad.

 

 

 

LAS CAUSAS DEL ESTRÉS

 Pero buscando el motivo de nuestra obediencia, creo que lo que más ha influido es la manera en que se ha informado y se sigue informando (o desinformando) esta crisis.

Primero, porque son los medios más seguidos en todo el país, deberíamos hablar de la información ofrecida por los medios de comunicación oficiales o extraoficiales pero afines al gobierno. Si sólo se habla del número de fallecidos, de contagiados, del riesgo y probabilidad de contagiarse, del caos en los hospitales. Si esta información es constante (y lo está siendo desde febrero-marzo del año pasado), si nos están recordando todo el día que tengamos cuidado porque nos podemos contagiar y morir por esta enfermedad o contagiar a nuestros “mayores” (con el consiguiente sentimiento de culpa). Si los mismos medios no nos ofrecen soluciones y consejos para mejorar nuestra salud y fortalecer la respuesta inmunológica… Si además, hay contradicciones en las decisiones, si el organismo mundial de la salud dice una cosa y al día siguiente otra y da la sensación de ir dando palos de ciego, si parece que el estado no sabe qué hacer… Si sólo tenemos esta información, en poco tiempo vamos a desarrollar un “miedo a morir”. Apareció la palabra: “Miedo”. La causa principal de esta obediencia es el miedo a morir (o a matar si contagiáramos a alguien…).

Este miedo paralizó el mundo entero. Los negocios, excepto los considerados esenciales, tuvieron que cerrar o disminuir drásticamente su actividad. Se instauraron las distancias sociales y desde entonces ya no es lo mismo, el “otro” puede estar contagiado, es potencialmente peligroso… Desaparecieron todas las protestas en los diferentes países, toda crítica y cuestionamiento del sistema capitalista y autoritario. Nos metimos en casa y nos pusimos la mascarilla. Lo acatamos sin ninguna duda ni por parte de la población ni por parte de “ningún” partido político.

El miedo a algo desconocido, a algo que no se ve y que “nos dicen” que no se puede controlar nos provoca un estrés descomunal.

 

 Pero puede que dudemos de lo que dicen los medios oficiales, o simplemente nos guste contrastar con otras fuentes y busquemos en internet más información. Aquí, realmente y si conocemos fuentes fiables, la información cambia y deja un espacio a la reflexión. Puedes verlo y vivirlo con más perspectiva. Desde hace tiempo suelo buscar por internet diferentes fuentes de información, sobre todo de salud. Pero sea del tema que sea, siempre encontramos profesionales opinando, cuestionando, y proponiendo alternativas, digamos, al sistema. Nos lo podemos creer o no, pero me parece interesante ampliar las miras.

Lo que no había visto hasta ahora es la cantidad de médicos, enfermeros, científicos, sociólogos, periodistas, epidemiólogos, economistas… incluso policías y abogados bien enfadados, ofreciendo una interpretación diferente de esta crisis, y utilizando datos oficiales.  

Aunque no escondo mis preferencias informativas, mi objetivo aquí no es decir cuál de estas informaciones es mejor y verdadera, sino reflexionar sobre qué tipo de información nos puede producir más estrés. En principio en mi opinión, por ahora puede producir más estrés y miedo la información oficial.

 

 También es cierto que en internet hay otro tipo de información (o desinformación) que igualmente provoca mucho miedo y estrés. Es el tipo de información conspiranoica o negacionista. Siempre ha habido muchísimos vídeos y artículos que nos llevan a temer lo peor, que niegan cualquier existencia del virus, que con la vacuna nos van a inyectar un chip (ya les gustaría tener esa tecnología…), incluso que esto es el comienzo del apocalipsis… un sinfín de interpretaciones que no me merece la pena enumerarlas.  A mí este tipo de información me provoca el mismo miedo (o más) que la oficial.

Así que nos encontramos con información, desinformación y contrainformación. Noticias que contradicen noticias, noticias falsas, noticias a medias y a cuartos, noticias dadas la vuelta. La confusión es total, más estrés.

 

 También sentimos miedo y estrés si nos hemos quedado sin trabajo, sin negocio, sin ingresos económicos por las medidas. Con familia que mantener y cuidar. Sin un futuro claro, más bien oscuro. Con sensación de impotencia y fracaso. Hay quien habla de un número considerable de suicidios debidos a este motivo.

Vivimos con estrés el no poder juntarnos con nuestros familiares, con nuestros amigos. El que no confiemos en nuestro vecino porque nos puede denunciar o porque va sin mascarilla. El ver que en la sociedad cada vez estamos más separados. Desencuentros y rupturas en familias y amistades. La dualidad ha existido siempre: hombres y mujeres, blancos y negros, ricos y pobres, los de derechas y los de izquierdas, los que confían en la medicina tradicional o alternativa y los que lo hacen en la científica o alopática. Esa dualidad aumenta ahora con más dualidad, los que acatan las medidas y los que no, los que se van a vacunar y los que no... Estamos divididos, hay enfrentamiento y estrés social.

Tenemos miedo a salir de casa por temor a que el policía que nos pueda parar nos ponga una multa. Aunque la mayoría de la gente no está pagando estas multas porque al parecer no son legales, no deja de ser incómodo que nos riñan, como si este policía fuera nuestro “papá…”

 

 

CÓMO ACTUAR PARA LIBERARNOS DEL ESTRÉS

 Verdaderamente para lo que nos interesa en esta reflexión da igual qué versión nos creamos y cuál rechacemos. La realidad es que estamos instalados en el miedo y en el estrés. Y esto va a afectar de una manera u otra a nuestra propia salud. Nuestro sistema inmunitario se va debilitando y es cuestión de tiempo el que podamos enfermar ya sea del mismo covid o de cualquier otra cosa.

Si miramos a las personas veremos que están más serias, más fuera de sí; nos mostramos más intolerantes, menos dispuestos a relacionarnos, a comprender, a escuchar, a respetar, a ayudarnos y colaborar…

Nos hallamos en un momento convulso en el que estar centrado es un privilegio. Y es aquí donde se hace imperativo tener una Práctica. La práctica nos va a ayudar, seguro, a afrontar de una manera más sana y equilibrada esta crisis, a todos los niveles. Va a ser nuestro ancla. Y para lograr esto, la práctica tiene que ser frecuente, no de vez en cuando.

Puede que cuando empezamos a practicar una disciplina lo hiciéramos buscando una profundización en dicha práctica, con ilusión de avanzar, desarrollarnos como personas, trabajar sobre nuestro ego y quién sabe, incluso con ambición de iluminarnos y confundirnos con la Unidad. Puede que incluso en algún momento nos prometimos a nosotros mismos empezar la práctica personal y cotidiana, pero al poco tiempo nos dimos cuenta de que es muy duro mantener una disciplina seria, intensa y hacerlo diariamente. O nos encontrábamos cansados o nos daba pereza. Y además era prácticamente imposible llegar tan lejos como nos habíamos imaginado.  Así que lo más normal es que pasáramos a practicar de vez en cuando y sin ser constantes.

O puede que nuestra intención a la hora de empezar una práctica fuera otra, que lo hiciéramos para tener simplemente un día semanal de gimnasia de mantenimiento. Puede que tomáramos esa disciplina como algo saludable y sobre todo lúdico y estimulante estéticamente. Sin buscar nada más.

La realidad es que en estos momentos y en ambos casos nos hemos quedado sin práctica. Los centros donde recibimos las clases están cerrados y no tenemos acceso a nuestro profesor o profesora y nuestro grupo. Y si tenemos acceso, a las dos semanas volvemos a perderlo porque las medidas cambian…  

Sí que tenemos la posibilidad de practicar de manera telemática, pero lo más normal es rechazarlo por antinatural. No nos vemos delante del ordenador siguiendo unas clases que intuimos aburridas y sin aliciente. Yo mismo tuve mis resistencias a dar este paso.

Por lo tanto si no somos capaces de practicar por nuestra cuenta nos quedamos sin práctica. Y sin embargo, como decíamos antes, necesitamos de una práctica para vivir mejor este “sinvivir”.

 

QUÉ HACER? CÓMO LLEGAR A CONSEGUIRLO?

 Creo que más que nunca debemos dar el paso y utilizar las herramientas que hemos aprendido; pueden ser simplemente quince minutos cada día, o treinta. Un buen amigo y compañero de práctica empezó con un minuto al día, pero cada día. Fue sumando minutos y ahora practica más de una hora…

No practiquemos pensando únicamente en avanzar y perfeccionar la técnica (que es algo que se da de manera automática) tomemos como objetivo principal el tener un rato al día para estar con nosotros mismos, volver a nuestro centro, cultivarlo. Un rato para estar con nuestra Fuente y beber de ella. Vamos a agradecerlo de manera inmediata, tanto nosotros como los que nos rodean.

La práctica puede ser una disciplina física, espiritual, artística o en realidad cualquier actividad que nos guste y ayude a centrarnos. También podría ser hacer deporte pero incluso “nos hacen” correr por la calle con mascarilla, por lo que no me parece recomendable. La reducción del aporte de oxígeno, y más al hacer una actividad aeróbica, no puede ser buena. Respirar es lo primero y último que hacemos en nuestra vida, y de lo único que no podemos prescindir más de tres minutos.  

Mientras dure esta crisis sanitaria, económica, política y social precisamos de ese espacio diario, necesitamos limpiarnos del estrés generalizado que vemos y respiramos en casi toda la población y en las situaciones en las que nos vamos encontrando continuamente.

Si además nos dedicamos a la salud en cualquiera de sus ámbitos, si estamos en contacto con gente afectada, deprimida, ansiosa, enferma y les ayudamos a sanarse, es más necesaria esta limpieza. Y todavía más si estamos en el frente sanitario en los hospitales o en las residencias de ancianos donde los niveles de estrés se disparan al máximo.

 Y si a pesar de intentarlo no logramos ponernos por nuestra cuenta y teniendo los gimnasios y centros cerrados, creo que no queda otra que las clases telemáticas. Hay quien “como agarrándose a una tablón salvavidas” lo ha aprovechado bien desde el comienzo del confinamiento y está practicando diariamente. Y para su sorpresa y la de sus profesores, los resultados son muy positivos. Lo de sentirlas aburridas desaparece cuando llegamos a vencer nuestra resistencia y rechazo a esta opción y realizamos las clases de manera continuada. El cansancio se suele ir en el mismo desarrollo de la clase y la pereza nunca es buena compañera, mejor abandonarla. Merece la pena intentarlo, las deberíamos tomar más como una Medicina que como algo lúdico, como quizás habíamos vivido las clases hasta ahora.

 

Urge dedicarnos a nosotros mismos este espacio. Urge para sentirse mejor y relacionarnos de una manera más sana con nuestro entorno. Urge la Práctica en los tiempos del covid.

                                                                                                                                 Juanolo, 23/01/2021

 

  ¿ES UN FIN EN SÍ EL ARTE MARCIAL?

 

 Es fácil de entender que nuestro cuerpo es la principal herramienta a la hora de practicar un Arte Marcial (sea un estilo Interno o Externo), por lo menos de entrada. Después dependerá del linaje, estilo o incluso maestro la orientación o enfoque de dicha práctica.

Tenemos la posibilidad de escoger el enfoque que mejor vaya con nuestra manera de entender el entrenamiento. Podemos encontrar propuestas más deportivas o competitivas, otras que enfatizan más el aspecto terapéutico físico, emocional y espiritual, otras que buscan más una imagen estética…

 

 Siempre he considerado el Arte Marcial como una disciplina en evolución constante, viva. Eso no quiere decir que cambien sus bases y principios, los atributos a conseguir ni las leyes biomecánicas. La evolución consiste en desarrollar, buscar, investigar, integrar y volver a las bases. La evolución es un movimiento de ir y venir, de inspirar y espirar, redondo, circular, en espiral.

 

 No me siento atraído por tendencias que buscan únicamente el combate físico y ser el mejor luchador. Verdaderamente son muy buenos luchadores, pero no entiendo el entrenamiento dirigido a ganar y ser el mejor; se antepone el hecho de dominar y someter al otro antes de conocerse y dominarse a uno mismo. Aunque en estos combates se ven muchas técnicas y estrategias de las artes marciales, están más cerca de lo deportivo-competitivo, es un combate para ganar o perder. El Arte Marcial no es un deporte ni una carrera, es un Camino; aunque cada vez más artes marciales se consideran deportes…

El Arte Marcial entrena y trabaja el combate como herramienta, no como fin. Herramienta para conocerse a uno mismo, para superarse, para ganar en humildad. Aunque practiquemos combate con nuestros compañeros, el combate real es interno con uno mismo, con nuestras carencias y bloqueos. Nuestra práctica nos debería llevar a hacer cada vez más pequeño nuestro ego y no al revés. El Arte Marcial es uno de los Caminos que son de “vuelta”, no de ida. Al final, el Arte Marcial debería servir para “evitar” el combate.

 

 Tampoco me identifico con las escuelas que enfatizan la práctica de innumerables formas, katas o series. Hasta donde llega mi comprensión en este momento, pienso que el más fácil poder profundizar en una secuencia de movimientos que en muchas a la vez. Profundizar no es simplemente aprender y practicar una forma, habría que llegar a entenderla e integrarla. Normalmente son movimientos de brazos y piernas demasiado largos y aunque relajados, sobrecargan en exceso nuestra columna vertebral. Reconozco que son muy bonitos de mirar, se pueden ver espectaculares vídeos en internet, perfecta coordinación y suavidad… pero corren el riesgo de caer en algo visual, estético y por lo tanto hacia fuera. Para mí, el Sentido del Arte Marcial es más hacia dentro. Al igual que en el caso anterior, respeto totalmente la decisión de elegir un enfoque así, pero de nuevo no estamos hablando de un Arte Marcial, está más cerca de la danza y la expresión corporal.

 

 Por último tampoco me interesa la idea de tener un maestro a quien imitar o venerar. Entiendo que pertenecer a una familia con un líder da mucha seguridad y tranquilidad, incluso equilibrio emocional.

Cada uno tenemos nuestra idea de lo que representa tener un maestro. Las artes marciales van unidas a la introspección, lo meditativo, espiritual, y en algunos casos el ritualismo. Por lo tanto lo “mejor” sería tener un maestro impecable, que abarque todos los aspectos del Arte Marcial: Físico, Energético, Mental y Espiritual. ¿Existen? Existen, pero normalmente no son muy conocidos, están en la sombra. De todas formas el problema no es que estemos con un maestro así o no, sino las proyecciones que cada uno hacemos sobre nuestro maestro. He conocido mucha gente que tras un tiempo largo admirando a su maestro, se decepcionan cuando le ven sus “debilidades” y cae en errores “mundanos”. Deciden abandonar al maestro, pero también la práctica y el camino. En realidad es más una carencia propia, una necesidad de tener un “papá perfecto” que la práctica que nos está transmitiendo. No deberíamos confundir la práctica con la persona que nos la entrega.

El problema que veo es que nos dejamos llevar por el enganche al maestro (aunque él no quiera…) y nos olvidamos un poco de nosotros mismos. Está más cerca de lo mental-emocional, el centro de gravedad está muy alto, falta una buena base. Y si algo se busca en el Arte Marcial es una Buena Base. El maestro no nos va a llevar de la mano, no va a hacer la práctica por nosotros. El camino lo debe recorrer cada uno, acompañado pero solo; es la paradoja.

Para mí, un maestro es alguien que me acompaña en un camino, y me transmite una práctica. Me da las herramientas para recorrerlo y me da toda la libertad para buscar, experimentar y descubrir. Una persona con quien puedo compartir y contrastar experiencias y conclusiones de cada uno y siempre desde el respeto mutuo. Pero todos tenemos incoherencias, - “que tire la primera piedra quien esté libre de culpa” - y a veces la vida nos lleva por derroteros difíciles de encarar y reaccionamos como podemos… Y esto no debería afectar a la práctica en sí. No es la persona, es el Camino lo importante a recorrer. La práctica tiene sobre todo un talante individual. A pesar de que necesitamos al maestro, a los compañeros y alumnos para entrenar y verificar, el camino lo realizamos solos.

 

 Mi práctica siempre ha estado en las Artes Marciales Internas, da igual en cuáles, para mí son sólo nombres, es Arte Marcial.

Cuando me inicié, fue en una escuela donde lo corporal era imprescindible pero no era realmente un trabajo interno, carecía de un método de aprendizaje, de desarrollo de las bases y principios de un Arte Interno. Esta carencia se completaba con un hábil e interesante acercamiento a lo emocional, que verdaderamente es otra manera de trabajar internamente. Aunque coincidía en general con esta escuela, no terminaba de ver claro mi camino en ella. Sentía que no podía profundizar en mi práctica por carecer de un método. No era en realidad la idea que yo tenía de Arte Interno a partir de los que leía u oía y me imaginaba…

 Al cabo de cuatro años conocí otra escuela más “tradicional”, donde lo físico era igualmente importante pero había un orden de aprendizaje. Viví seis meses con ellos. En este caso el aspecto emocional se obviaba. Era práctica pura y dura. El problema que tuve es que en el poco tiempo que estuve allí tuve acceso a todo el sistema. Aprendí muchas formas e incontables técnicas. Las practiqué (durante siete u ocho años) casi a diario todas ellas, sumado a lo que sabía de la anterior escuela, donde seguía aprendiendo e impartía clases. El problema que veía era que por mucho que practicara (y hablo de mi caso) no sentía qué estaba haciendo, no lo comprendía. Lo vivía de alguna manera como algo externo, incluso estético. El haber aprendido tanto en tan corto espacio de tiempo no me permitía profundizar, había un error de ritmo en la enseñanza… “quien mucho abarca, poco aprieta”. Tampoco era mi idea de Arte Interno.

 

 Llevaba ya unos años tomando lo que consideraba más esencial de todas las escuelas y maestros que había tenido, en un intento de conformar un entrenamiento a mi medida. Se me ocurrían ejercicios muy interesantes y tanto en mi propia práctica como en las clases que ofrecía había avances considerables. Lo malo es que siempre necesitaba cosas nuevas para poder seguir por este camino tan ecléctico. Me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo: demasiadas cosas, técnicas, movimientos… Y seguía sin poder profundizar en el Arte Interno. ¿Qué pretendía yo sin saber lo que era realmente “lo interno”?  para acceder a lo que no conocemos necesitamos un maestro que sabe cómo recorrer el Camino, no? alguien que nos dé las pistas para tener una dirección. Y claro, era imposible encontrar un maestro del popurrí que me había “inventado” …

 

 Decidí entonces dejar el 90% de todo lo que había aprendido y comencé a aplicar mi experiencia como fisioterapeuta. Quería entender corporalmente, sentir de verdad cada músculo, cada articulación. Quería sentir cómo se originaba el movimiento. Y para ello comencé a practicar lo más básico, la estructura corporal.

Al poco tiempo, apareció de la mano de un amigo, ahora mi maestro, un método sencillo y complejo a la vez, lógico y ordenado para ir integrando cada etapa, cada paso. Donde cada ejercicio tiene una finalidad educativa para el cuerpo y su movimiento. Donde se desarrollan los principios básicos de manera natural. Donde lo emocional y lo mental no se alimenta ni se obvia; son aspectos que nos acompañan porque no pueden estar separados, somos cuerpo-mente-espíritu.

Durante todo el camino es imprescindible entender la Relajación, Soltar, Abandonar y profundizar en ellos. Estudiar nuestra estructura y desarrollar las conexiones internas nos llevan a sentir y movernos desde una unidad corporal. Una Unidad donde todo está conectado, arriba-abajo, delante-detrás, derecha-izquierda, dentro-fuera; las ocho direcciones. Esto nos lleva a comprender los opuestos. El nombre que se le da a esta Unidad en las Artes Internas es el de “Cuerpo T’ai Chi”.

En la medida que avanzamos debemos también abandonar nuestras creencias y “maneras”, manera de estar, manera de ejercer una fuerza, manera de movernos. Patrones muy difíciles de “desaprender”. Incluso abandonar cosas que hemos aprendido previamente en esta misma práctica, para poder avanzar. De esta forma se va dando una transformación y comprensión interna cada vez más profunda. Y según avanza esta comprensión los cambios son más interesantes y sutiles.

Y no me refiero a una comprensión mental auto sugestiva, que va. Los ejercicios están diseñados para que si los practicas los vayas integrando y se vaya dando esta transformación casi automáticamente. No es algo que imaginas; es algo que vas encarnando.

Es una práctica que enfatiza el trabajo con el cuerpo, la posición, el movimiento preciso y con pequeños detalles para ajustar cada articulación, pero va más allá del cuerpo físico tal y como lo percibimos y entendemos desde nuestros sentidos - de hecho, esta práctica ayuda a perfeccionar la propiocepción, que es el sentido menos integrado que tenemos -

Es una práctica donde se enfatiza la quietud y paradójicamente, esto te lleva a comprender el movimiento, su origen. El movimiento relajado y fluido se descubre desde la quietud. Podemos llegar a sentir que el movimiento en la quietud no tiene fin, que la quietud está en el movimiento…

Ahora me doy cuenta de que no necesitamos apenas ejercicios, técnicas, movimientos… para acceder al aspecto interno del Arte Marcial. De hecho, cada vez utilizo menos. Lo que sí necesitamos en un Método y una persona competente para poder desarrollarlo.

Es un camino, no nos vamos a engañar, para toda la vida, que no tiene final, ningún lugar al cuál llegar. A momentos es muy duro, áspero, aburrido; en otros momentos fascinante. Es algo a experimentar, descubrir, sorprenderse y disfrutarlo.

 

 Termino compartiendo un fragmento de un libro escrito por Henri Thomasson ("Batallas por el Presente"). Fue un discípulo de Gurdjieff, y el texto se puede aplicar perfectamente a nuestra práctica.


 “Si quieren entrar en sí mismos, deben encontrar la posición física correcta, de otra forma, no serán capaces de sostener el esfuerzo por ningún lapso. Es sólo cuando todas las partes estén relajadas y centradas alrededor de un eje que esto es posible. Una columna vertical mantiene tanto cabeza como órganos internos en una sola línea que conecta con el centro de atracción de la tierra. Ahora se vuelve posible recoger la atención desde todas las partes del cuerpo en un lugar, en vez de tenerla dispersa a lo largo de los órganos de percepción y miembros. Lo que solía ser una fragmentada, cruda y a veces una sensación ilusoria de despertar, se vuelve una vibración central sensible y aguda que puede ser verdaderamente llamada "una sensación de sí mismo". En esta posición, un nivel especial de atención puede ser alcanzado y trae un sentimiento distintivo de las dos naturalezas del hombre: la que pertenece al mundo exterior y la otra, la misteriosa fuente de la vida en sí. Cuando todos los pensamientos e imaginaciones caen y sólo la vibración del cuerpo vivo es el centro de atención, el otro mundo se vuelve más accesible. Es posible pertenecer a ambos mundos al mismo tiempo, pero para esto, es necesario que se establezca entre éstos una nueva relación. La naturaleza más baja debería servir a la más alta, ya que un elemento pasivo no puede ser más que un servidor de aquél que es activo. Al principio parecen solo ejercicios de atención, pero si podemos considerarlos como un lenguaje, en el sentido que por posturas, desplazamientos y otros signos están expresando leyes cósmicas que son muy difíciles de percibir a través de nuestros sentidos ordinarios y están mucho más allá de nuestra comprensión actual. Algunos movimientos parecen expresar un conocimiento que el pensamiento racional no puede capturar a niveles del hombre común. Puede sentirse un determinado proceso alquímico ocurriendo, en el que no solo se le ofrecen vislumbres "del camino" sino que lo posibilita caminar en esa dirección. Una vez que este trabajo se vuelve posible, los movimientos no son más controlados por referencia a una imagen mental-dependen de la adecuada sensación de uno mismo que emerge desde el nivel más activo de atención. Uno puede decir ahora, que el movimiento se hace a través de mí y no por mí. A lo largo del tiempo, los movimientos dan vida, a partes en nosotros que habían existido previamente, más allá de nuestra percepción ordinaria. Un nuevo mundo bañado en una extraña sensación de presencia interior, es evocado por los ejercicios, y reemplaza la neblina en la cual existen nuestras actividades mentales usuales y esto, puede traer una emoción trascendental. Sentimos que debemos buscar más lejos. Pareciera que el cuerpo es un instrumento de una nueva fuente de vida. Se vuelve disponible para todo lo que le es pedido y encuentra en este acto de servicio, tanto libertad como felicidad de estar Aquí con una totalidad, en un estado de relativa presencia hacia uno mismo. El extraño poder de los movimientos para materializar las fuerzas de lo Alto. Así que para cualquiera que practique los Movimientos, se vuelven un medio de búsqueda para realmente vivirlos y por el poder que da, vivirlos de esta manera. En tal nivel, guían hacia el acceso de ese mundo donde la oración y la meditación llevan hacia otros senderos, en este camino, incluye y hace uso de todo el aparato humano por completo”.

                                                                                                          Juanolo, noviembre '19

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                        ¿HACIA DÓNDE VAMOS?

 

“El agua es suave y dócil. Pero mina y corroe lo duro. En el vencimiento de lo duro, ella no tiene iguales. Lo suave y lo tierno vencen a lo duro y lo grosero” (Lao Tse)

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“Cuatro onzas desvían mil libras” (Canción del Empuje de Manos del T’ai Chi Ch’uan)

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Del maestro de T’ai Chi Yang Lu Chan, se decía que podía absorber el impulso de un pájaro que quería salir volando de su mano

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El maestro Cheng Man-ch’ing insistía en “invertir en pérdidas”

 

 

 Después de leer estas citas, algunas extraídas directamente de la literatura de las Artes Marciales Internas y demostradas por grandes maestros, uno se puede sentir atraído por este camino; como es mi caso.

Y comenzamos a buscar profesores, maestros, libros, vídeos… en nuestra búsqueda de esa excelencia que intuimos.

He estado con maestros importantes y no importantes de Empuje de Manos, busco en internet vídeos… para poder ver o sentir ese vacío, ese no hacer.

Normalmente lo que vamos encontrando es una demostración, más o menos refinada, de enviar al compañero dos metros volando. Reconozco que hay algunos que lo realizan verdaderamente relajados (desde luego yo estoy lejos de poder hacer algo así…). Pero tengo la sensación de que nos hemos quedado allí, en poder demostrar cómo enviar al otro lejos y sin esfuerzo. Y que una vez ahí, seguimos refinándonos para lo mismo, enviar al otro más lejos todavía y con menos esfuerzo. Como si el fin de esta práctica fuera ése.

 

 Desde mi punto de vista eso no es “no hacer” (Wu Wei) sino más bien “hacer sin hacer”; aunque cada vez se pone menos de uno mismo, se sigue haciendo. Hay escucha, hay ceder (aunque no siempre), hay adaptabilidad…pero se sigue haciendo.

Y se sigue haciendo en realidad por vencer o imponerse; en algunos casos incluso humillando al compañero, alumno o quien sea. Hay alguien que empuja o lo intenta y el otro le hace volar. Es muy espectacular y hace sentir mucho poder; puede dar gusto mostrarlo y verlo. La pregunta sería: ¿a qué parte de nosotros mismos le gusta? Este hacer sin hacer es una etapa que nos puede atrapar fácilmente si se nos da bien.

 

 

... el que tenga buen camino tendrá sillas, peligrosas, que lo inviten a parar...                                                                                         

                                             (Silvio Rodríguez - Cantautor cubano)

 

 

 La verdad es que es una etapa por la que debemos pasar, pero creo que deberíamos intentar ir más allá, hacia el no hacer, el estar sin estar, vaciar, desaparecer. La verdadera Presencia viene de Presenciar, donde sencillamente se está presente, sin actuar, sin involucrarse, sin intervenir: simplemente Ser. Claro, para esto debemos olvidarnos de nosotros mismos y ésta, será la parte más complicada.

Cuando alguien ha llegado a ese no estar, no necesita empujarte, te caes tú mismo. Le puedes tocar, pero no le puedes empujar porque, con un ligero movimiento por su parte, caes, pierdes el equilibrio. Se hace uno contigo y te permite hacer lo que quieras (o eso crees) e inevitablemente terminas cayéndote tú mismo. No se involucra, no se siente atacado, no se siente en conflicto contigo, sólo fluye. Sientes su potencial, pero no necesita demostrarte nada; simplemente “Es”. Esto es lo que yo entiendo como Maestría.

 

 Entonces, ¿cómo ir acercándonos a ese “no hacer”? pues abandonando todo lo anterior. Hace unos meses, una amiga envió una frase de Bert Hellinger, padre de las Constelaciones Familiares: El precio del éxito es la renuncia al triunfo. Me hizo reflexionar mucho en un momento de mi práctica en el que estaba tozudamente insistiendo en algo que debía ir abandonando. Y es que cuando tenemos algo ya aprendido, comprendido e integrado es el momento de dejarlo. Ahora que lo estaba gozando y disfrutando… sí, para poder pasar a la siguiente fase. Es nuestro apego a lo conseguido, donde nos sentimos seguros, valorados (y auto valorados) e identificados. Pero si no lo olvidamos, si no lo dejamos ir, no hay espacio para lo siguiente, no cabe nada nuevo.

Siempre pensamos que en la práctica debemos ir añadiendo cosas, conocimientos, y de alguna manera es así. Pero a la vez, esta misma práctica nos debe llevar a ir abandonando cosas que hemos ido aprendiendo. Una vez entendido algo, mejor olvidarlo; para que el Conocimiento se pueda transformar en Sabiduría. Una vez que integramos el enraizamiento, debemos dejar de pensar en él, pues ya lo tenemos. Hay un momento, en el que, con una buena comprensión de nuestra estructura corporal, sentimos mucha fuerza, solidez, relajación… también deberíamos abandonarlo si queremos avanzar. Y comenzar, por ejemplo, a investigar en el movimiento de esa estructura. Y así sucesivamente, es la manera de ir avanzando en el camino.

 

 Lo que sucede es que abandonar algo que tenemos claro es volver a la inseguridad, al no saber, y puede dar vértigo. Sin embargo, a la vez será lo que nos motive y nos mantenga en la búsqueda. Si siempre nos quedamos en la misma etapa, podemos llegar a ser muy buenos, incluso los mejores; pero no podremos avanzar. Recordemos que la práctica y cualquiera de sus etapas no son ningún fin, sino herramientas para caminar y descubrir.

Por supuesto no me estoy refiriendo a ningún movimiento, ejercicio o forma…. sino a momentos, etapas, fases que se van dando en el estudio y profundización de una práctica ordenada.

 

 De todas formas, y ya que sale el tema de los movimientos y formas, debo decir que lo que más se ve es una manera de moverse muy estética, decorativa y adornada (preciosa a los ojos de cualquiera de nosotros), pero tengo la sensación de que es poco vivida interiormente; como si estuviera vacía. No están las conexiones necesarias para que ese movimiento sea auténtico y su fuerza generada desde los pies. A poco que entendamos el trabajo interno es fácil de observar esta carencia. Falta, en general, un trabajo de estructura interna y unidad (el “cuerpo T’ai Chi” que se llama). Este cuerpo T’ai Chi no es exclusivo del T’ai Chi Ch’uan sino común a todas las Artes Marciales Internas. Es un entrenamiento para ir transformando, creando y fortaleciendo las conexiones internas necesarias en ese cuerpo T’ai Chi; para entender las seis direcciones, para llegar a la verdadera relajación, a la fuerza unificada… Para lograr todo esto es necesaria una verdadera revolución interior, una alquimia interna.

 

 Claro, este entrenamiento es duro, aburrido, áspero y más largo de lo que nuestra impaciencia está dispuesta a esperar. Volvemos siempre a lo mismo: deseamos llegar al final lo antes posible (como si hubiera un final…), buscamos atajos y trucos para hacer creer (y creernos) que estamos más evolucionados de lo que realmente estamos. Volvemos siempre a lo mismo: engordar nuestro ego y vanidad; y como consecuencia nos vamos alejando de aquel objetivo que nos habíamos impuesto.

 

 El que nos hace comenzar una práctica, el buscador, es nuestro propio ego que desea llegar hasta el final; pero para poder llegar a ese final el buscador debe quitarse de en medio. Si no, este mismo ego, el mismo que nos ha hecho comenzar un camino, ese buscador, nos alejará de dicho camino. Su manera de actuar es tan sutil que nos puede llevar al huerto a cualquiera de nosotros y en cualquier momento del camino.

 

                             

  Si una práctica es auténtica, no se quedará en el cuerpo, su movimiento o su interacción con otro cuerpo… sino más allá de eso, continuará hacia la realización personal y desaparición del propio ego.

Si el Arte Marcial crea guerreros, el auténtico guerrero ya no luchará con otras personas; lo hará consigo mismo, en su interior, donde está el verdadero enemigo, hasta que llegue el momento que ya no será necesario y olvidará incluso que es un luchador. Abandonará su práctica porque ya no la necesitará.

 

 Termino el artículo con otra cita de Lao Tse:

“Aquel que puede conquistar a los enemigos es fuerte. Aquel que se ha conquistado a sí mismo es poderoso”

 

 

 

 Aclaraciones: no quisiera con estas reflexiones hacer creer a nadie (y menos a mí mismo) que estoy donde no estoy; y así engordar mi ego más de lo que ya está. Son intuiciones que muy probablemente estarán equivocadas, también especulaciones mentales sujetas a error.

 En mi práctica y enseñanza sigo trabajando para formar mi cuerpo T’ai Chi, mi compromiso es firme y serio. No sé hasta dónde podré llegar, pero no siento prisa por nada.

 Tampoco pretendo hacer pensar que no necesito una fuente. Conozco el camino ya recorrido y el que piso en estos momentos, pero desconozco gran parte todavía. Tanto la práctica que hago como la persona que me guía y supervisa desde hace años, es de mi total confianza, algo que es necesario. Y más allá de las palabras, además de las técnicas y diferentes indicaciones que voy recibiendo, está lo que queda tras la práctica del contacto con él: es la transmisión directa. No hay palabras para describirlo, sólo sensaciones. Dichas sensaciones me ayudan, y mucho, a profundizar en mi propia búsqueda. Durante una buena parte del camino del Arte Marcial, necesitamos alguien más experimentado para poder acceder al Conocimiento.

 

 Por supuesto hay muchos practicantes que no se toman la práctica como la intento expresar, y también quien decide quedarse en una de las etapas del camino, disfrutándola y convirtiéndola en su fin. Todas las posiciones tienen su justificación y son igual de válidas; simplemente he querido expresar una más.

 

 Por último, decir que cuando hablo de un método serio no me refiero sólo al Arte Marcial, sino a cualquier práctica con buena base y fundamentos. Estos caminos están hechos para todo el mundo; pero no todo el mundo está hecho para según qué prácticas. Por lo que cada uno deberá encontrar la que más le resuene y le haga disfrutar. Bastante largo y difícil es el viaje como para hacerlo en el tren equivocado.

 

                                                                                                         Juanolo, febrero 2019

  LAS CRISIS, LA PRÁCTICA Y LA VIDA

  Uno de los objetivos que buscamos al comenzar una práctica es “librarnos” de aquellos molestos síntomas que nos han llevado a empezarla; normal. Bien sea el estrés o los diferentes “dolores” físicos o emocionales, no nos dejan vivir como nos gustaría. Y nuestra esperanza es que con la práctica consigamos eliminarlos. Desde luego, si nuestra dolencia se reduce a una espalda sobrecargada o un estrés superficial, seguramente en un espacio corto de tiempo, consigamos deshacernos de ellos. Lo que ocurre es que rara vez se trata de algo superficial.

Y es que para cuando el cuerpo nos “avisa” de que algo no va bien, llevamos bastante tiempo acumulando estrés, en una crisis que no reconocemos a nivel consciente. Y en cuanto aparece en nuestra consciencia queremos deshacernos de ella. Como intentaré tratar a lo largo de este artículo, quizás ésta no es la actitud más correcta; aunque por supuesto, es respetable.

 Puede pasar que, si a raíz de comenzar esa práctica desaparecen los síntomas, continuaremos con ella porque nos sienta bien. Pero en caso contrario, pensaremos que esa práctica no es para nosotros y la dejaremos. Y puede que saltemos de una práctica a otra, como una mariposa de flor en flor, hasta dar con la que sí está hecha para nosotros.

Creo que es legítima esta manera de actuar; además el camino que decidamos emprender nos debe gustar y dar placer; pero nos equivocamos al pensar que esta práctica que tan bien funciona en nosotros nos ahorrará futuras crisis.

 También puede pasar que tras un tiempo haciendo una práctica aparezcan síntomas nuevos que no teníamos cuando la empezamos.

En este caso, lo primero que hay que mirar es, por supuesto, si la práctica es demasiado fuerte para mí y me puede producir esa dolencia. Hay prácticas (o, mejor dicho, maneras de practicar) que son muy exigentes físicamente; hay profesores que somos demasiado rígidos o estrictos; y hay alumnos que somos poco críticos con la práctica y el profesor que tenemos (por inexperiencia en la misma práctica y por nuestra propia manera de ser).

 Si llegamos a la conclusión de que es nuestra manera de practicar lo que nos provoca por ejemplo dolor, deberíamos aprender a hacerlo de una manera más suave e inteligente. No por forzar nuestra máquina va a responder mejor, todo lo contrario. Es muy interesante, cuando por forzar una posición o movimiento se tensa en exceso una parte de nuestro cuerpo, cómo eso nos ayuda a aprender a hacer ese movimiento o postura de una manera más relajada. El “forzar” lo tenemos muy inculcado por educación y desaprender algo tan profundo requiere una atención constante y mucha paciencia y cariño.

 Pero puede suceder, que incluso practicando de manera relajada aparece algo que no nos gusta. Cuando practicamos una disciplina sustentada por un método serio y lo hacemos con asiduidad, poco a poco vamos eliminando las “capas” que van tapando los diferentes desequilibrios que aparecen a lo largo de nuestra vida. Estas “capas” son necesarias para sobrevivir en un mundo y una sociedad que está lejos de lo natural y sano, tanto a nivel físico y emocional como mental. Las vamos poniendo de manera inconsciente para no enfrentar directamente estos desequilibrios según van apareciendo, porque no estamos preparados, porque no queremos o puede que ni seamos conscientes de esos desequilibrios. Estas capas nos sirven como una coraza con la que nos defendemos de cualquier tipo de agresión, y nos sentimos más seguros con ellas.

 

 Estos desequilibrios pueden ser antiguos accidentes, viejas lesiones o traumatismos, también traumas de tipo emocional sufridos durante nuestro crecimiento, educación familiar, cultural o religiosa; o más recientes, pero “olvidados”.

Sean lesiones o traumas emocionales, una vez “tapados” se van endureciendo. Son como una especie de nudo que con el tiempo se van rodeando de más nudos. Cada uno de nosotros tenemos varios localizados en diferentes zonas de nuestro cuerpo-mente.

Si aparece de repente un dolor, contractura, estado emocional u otro tipo de desequilibrio sin ninguna causa aparente que lo haya podido desencadenar, es muy posible que estemos ante algo antiguo que vuelve a aflorar. Y es “gracias” a la práctica que volvemos a ser conscientes de que está ahí.  

 

 Entonces, ¿deberíamos pensar que la práctica no nos ayuda? ¿o incluso, que nos perjudica? En mi opinión es todo lo contrario. Las crisis van de la mano con nuestra práctica, nuestro camino, nuestra vida. Como dice una muy buena amiga mía, “Las crisis son fundamentales. Es nuestra manera de verlas o vivirlas, nuestra actitud lo que no nos deja fluir y nos lleva a sufrir. La práctica no nos provoca las crisis, forman parte de ella. Nos enseña, nos muestra, nos ayuda y nos lleva a transcenderlas.”

Desde luego, si no tenemos intención de encarar tampoco en este momento esta crisis que vuelve a surgir dejaremos la práctica. ¿Para qué sufrir si no estamos dispuestos a atravesar ese sufrimiento? Si nos vamos a estar resistiendo, lo que conseguiremos es aumentar ese sufrimiento. Por lo tanto, mejor mirar para otro lado y dejar la práctica. Y con un poco de suerte volverá a taparse (aunque ahí estará, esperando de nuevo el momento de aflorar). Como he dicho antes, aunque no comparto esta decisión, la comprendo y respeto.

 

 Pero si intuimos que esa crisis puede ser una oportunidad de crecimiento y cambio, si estamos dispuestos a mirarla de frente, a escucharla y penetrarla, podremos dar un paso adelante en nuestro crecimiento personal y estaremos agradecidos a nuestra práctica por ello. Y no me refiero de ningún modo a ser masoquistas. El dolor (crisis) cuando aparece por sí solo, puede ser interesante si podemos relajarnos a pesar de él, si podemos fluir con él. Si por el contrario nos resistimos, nos llevará sin duda al padecimiento.

 

 ¿Pero qué significa escuchar y vivir la crisis de manera consciente? En mi experiencia de las diferentes crisis que voy atravesando, significa conocerme un poco más cada vez, conectar con mi vulnerabilidad, mi debilidad, y a no esconderme; aceptar la impermanencia de las cosas y los estados de ánimo; aceptar lo que toca vivir, aprender a soltar, a morir de la imagen que tengo (tenía) de mí mismo, de mi yo. A relajarme (que no abandonarme) en la crisis, a intentar fluir con ella, a intentar evitar la queja y fomentar la aceptación; a no echar las “culpas fuera” de lo que me pasa, a no ser una víctima y a sentirme responsable (nunca culpable). En mi caso, también como profesor, las diferentes crisis me ayudan a enseñar diferente, a entender mejor a los alumnos y poder ayudarles a un nivel más profundo.

 

 Hay otro tipo de crisis que pueden aparecer cuando sentimos que no avanzamos en nuestra práctica, normalmente porque nos ponemos unas expectativas u objetivos muy altos. Queremos hacer los ejercicios como nuestro profesor o profesora de Yoga, T’ai Chi, Danza, Ch’i Kung… Queremos iluminarnos, queremos llegar al “final”. Y como nuestro ego quiere a toda costa alcanzar esos objetivos, nos frustramos y desvalorizamos. Y, de todas formas, ¿qué es el final? ¿Qué es iluminarse? ¿Quién, dentro de nosotros, es el que quiere todo ésto? ¿Quién soy yo para iluminarme?

Mejor pensar que la práctica me ayuda a saber un poco más de mí a través de lo que siento, lo que se va despertando en mi cuerpo-mente; me ayuda a descubrir lo genuino de mí, mi manera natural de hacer esa práctica, mi naturaleza. Mejor ésto que pensar en llegar a ningún sitio o nivel. La práctica no debería servir para ensanchar mi ego, sino para lo contrario: ir eliminándolo. Seamos realistas, la gran mayoría de los mortales no llegaremos a iluminarnos, y seamos capaces de reírnos de ello.

 

 Como profesores de una disciplina podemos también encontrarnos con otro tipo de crisis: quizás no llegamos a los alumnos como nos gustaría, quizás ponemos demasiadas expectativas en ellos, o en ese alumno o alumna que sentimos que tiene muchas posibilidades, pero no muestra el interés necesario (en nuestra opinión) o que se va con otro profesor…

Pienso que lo que nos debe llevar a la decisión de transmitir una práctica es el Amor por la propia práctica y por la gente que decida aprender con nosotros. Sentirnos meros vehículos que reciben y dan algo que consideramos un tesoro. Nuestra experiencia nos puede ayudar a señalar mejor el camino a recorrer, precisamente aprovecharemos para ello las crisis que vamos atravesando.

Pero algo que debemos tener es paciencia y respeto por el uso que los alumnos hagan con lo que van aprendiendo. Ser generosos, pero no esperar nada a cambio, desapegarnos de los resultados. Respetar el propio ritmo de cada uno de ellos en su camino, no intentar apretar ni forzar. Disfrutar con ellos y dar un espacio para conectar más allá de las técnicas, movimientos y posiciones.

 

 De todas formas, pienso que las crisis vienen y van independientemente de que practiquemos bien o mal, o no practiquemos. Puede que en realidad no seamos los directores de orquesta de nuestra vida, de que no tengamos la libertad de elegir nuestros diferentes estados, sino que se dan más allá de nuestro intento. Si fuera así y nos diéramos cuenta de ello, quizás nos podríamos relajar totalmente; y paradójicamente, el no ser libres haría que nos sintiéramos más libres que nunca. Nos quitaríamos un buen peso de encima.

 

 Y entonces, ¿para qué practicar?  También por mi experiencia veo que una buena práctica, en la cual confiamos y a la que nos entregamos; una disciplina que aplicamos a nuestra vida diaria nos puede ofrecer, además de un contenido, un “contenedor” que nos ayude en estos momentos más duros, que tarde o temprano nos tocará vivir. Un contenedor que nos proteja del desplome y el desánimo, de la locura, del culpar a los que nos rodean por lo que nos pasa. Un contenedor que nos permita confiar en el soltar y nos ofrezca una seguridad en la incertidumbre y la duda; para poder, precisamente, mirar esa crisis de manera serena.

 

 Se dice que cuando tenemos una lesión en una parte de nuestro cuerpo, una vez recuperados, esa zona corporal es más fuerte y resistente que antes de la lesión. De la misma manera, cuando vamos saliendo de las crisis, lo hacemos más reforzados, preparados y capaces de seguir adelante.

“Es gracias a las crisis que aprendemos a vivir”.

                                                                                                                              Juanolo, julio '18

                                     ARTE MARCIAL
                                    ¿PAZ O VIOLENCIA?


Cuando llegaron las primeras series y películas relacionadas con el Arte Marcial, cualquiera de nosotros (que éramos jóvenes o adolescentes) nos proyectábamos en los personajes. Queríamos ser como esos “Guerreros” capaces de luchar aparentemente sin esfuerzo y con semejante efectividad. Pero, a la vez, nos atraían los valores que abanderaban: Templanza, Justicia, Sabiduría, Fortaleza, Honor, Respeto… siempre intentaban evitar el conflicto propio pero eso sí, defendían al que era maltratado, abusado, violado, robado o engañado.


Seguramente lo que me ha llevado a escribir estas líneas es la competición de Arte Marcial a la que asistí entre el público hace apenas un mes.
Al empezar, la organización subrayó la importancia del respeto y la deportividad esperada en todos los participantes. Precisamente eso era lo que brillaba por su ausencia. Sobre todo en la modalidad masculina parecía que de lo que se trataba era de humillar y dañar al máximo al oponente. Gallitos luchando por “su vida” en un corral. Hinchando sus egos, ¿para qué? ¿Quizás para que su papá (o maestro en este caso) les valore un poco más? Los jueces no paraban de llamar la atención de los participantes, de restarles puntos e incluso de suspender el combate. La verdad es que, para mí que es tan importante el camino del Arte Marcial, pasé vergüenza ajena. Hubo sólo un combate en la modalidad de Jiu Jitsu en el que el que venció (y duró menos de un minuto) lo hizo sin causarle el mínimo daño al compañero, a quien cuidó y animó tras el combate (Puro Arte; ¡¡Bravo!!).


Y es que, si hablamos de competición, hablamos de deporte y por lo tanto de reglas que debemos cumplir. La más importante es el respeto y ahí me dio la impresión que los maestros que había fallaban de lleno. Se enorgullecían cuando ganaban sus discípulos, aunque no fuera limpio el combate. ¿Qué entendemos por Arte Marcial?
Cuando a un profesor le viene un alumno dispuesto a competir y siente en él ese deseo (¿o necesidad?) de ganar a toda costa, tiene una gran responsabilidad para apaciguar y modelar ese ego tan fuerte del alumno; precisamente para ayudarle en su vida. Fuera del tatami ese ego permanece y será causa de sufrimiento en sus relaciones personales y laborales.


Tampoco ayudan muchas películas de Arte Marcial en las que se ensalza el orgullo y la venganza. Estas películas o algunos tipos de combate que se han puesto de moda y en los que se “machaca” sin piedad al contrincante, confunden al joven o adolescente que quiere iniciarse en las Artes Marciales. El caso es que se van perdiendo los valores del Guerrero y es una pena. El luchar por luchar, sin un motivo consciente, ¿de qué nos sirve? ¿Sólo demostrar que somos los mejores? Es cuestión de tiempo, no tardará en llegar alguien que nos vencerá. Siempre tendrá un final este enfoque. Otra vez volvemos al deporte, a la competición, a los gladiadores; y otra vez nos alejamos de lo que es importante: crecer y evolucionar en este camino tan interesante.


La esencia de las cosas no se suele ver, se intuye, se siente, pero rara vez se ve. La esencia del Arte Marcial no puede ser simplemente convertirse en un gran luchador, se quedaría en algo externo y pobre. Tampoco es sólo tener una buena salud, esto es una consecuencia de la práctica. No sirve de nada tener una salud física de hierro y no tenerla emocionalmente en nuestras relaciones sociales, por ejemplo. O negar el aspecto espiritual del Arte marcial. Salud es un concepto muy amplio, en el que, paradójicamente, alguien que padece un cáncer puede ser más “completo” que alguien que no tiene ninguna enfermedad física.
La esencia del Arte Marcial, más allá de lo físico (y teniéndolo muy en cuenta) es cultivar el Ser que encarnamos, crecer como personas, hacer que el ego (necesario, por otro lado, en la sociedad en la que vivimos) no guíe nuestro camino; es ir aumentando nuestra Presencia y Atención, conseguir una relación sana con nosotros mismos, con los demás y con nuestro entorno. Consiste en empoderarse de uno mismo y nunca pretender apoderarse de los demás.
Llega un momento en cualquier camino auténtico en el que debemos transcender lo aprendido (técnicas, atributos, habilidades…) para atravesar un límite y llegar un poco más allá. Si no, nos quedaremos atrapados en lo externo, lo vistoso, lo obvio y superficial. Se trata de transmutar el conocimiento en sabiduría.


No comparto ni la idea del deporte de competición ni la de “todo vale” en este camino, no es lo que me interesa. Para mí, el Arte Marcial es una muy buena herramienta para cultivar la Salud física, emocional, mental y espiritual. Es un camino de autoconocimiento, de superación de uno mismo y de preparación para la vida y por supuesto, la muerte. Es una manera útil para trabajar sobre nuestro ego, ya sea porque se nos da bien, normal o nos cuesta mucho la práctica.
Uno de los riesgos es que, si destacamos en la práctica y no estamos atentos, podemos dejarnos arrastrar por la soberbia; y con “ayuda” de los compañeros y alumnos, inflar nuestro ego en lugar de ir reduciéndolo y apaciguándolo paulatinamente. Lamentablemente es algo que se ve a menudo en el Arte Marcial, pensando que somos mejores o tenemos un estilo superior a los otros… El ego es algo que se esconde en cualquier recoveco de nuestro interior y debemos estar alerta. Puede esconderse detrás de la humildad al igual que de la soberbia, detrás del pacifista igual que del violento. No nos pensemos que por hacer el “bien” estamos exentos de ego.


El combate me parece interesante cuando es un intercambio respetuoso y tiene una finalidad terapéutica para ambos; siempre pactando con el compañero (que no oponente ni contrincante) la intensidad del mismo. Y siendo conscientes de que NO es un combate real. Al decir terapéutico me refiero también a vivirlo como un juego, a disfrutarlo. Según vamos avanzando en edad nos olvidamos de jugar; y perdemos así capacidad de disfrutar, de celebrar, de compartir en una relación horizontal, de igual a igual.


En un combate real, en la calle, no me van a servir las técnicas que aprendo en el tatami, no nos engañemos. Un combate real es luchar por la supervivencia y no tiene reglas; basta con coger una botella y romperla en la cabeza del otro (si no lo hace él antes). Es cruel y animal al cien por cien. Un combate real es el que se da en las guerras. Ahí no hay Arte Marcial, es un “sálvese quien pueda” y “todo está permitido” para sobrevivir.


Otra cosa son los sistemas de defensa personal que sí están enfocados a la lucha real pero de nuevo, no estamos hablando de Arte Marcial. Se caracterizan por ser sistemas con pocas técnicas y una gran efectividad; creando respuestas automáticas y actitudes necesarias en la lucha. En poco tiempo aprendemos a ser efectivos en una lucha callejera. Son muy buenas herramientas de trabajo para la gente que tiene algún tipo de trabajo policial o de vigilancia, por ejemplo; o nos aportan sensación de seguridad en nosotros mismos. Y todo esto es mucho, pero con todo el respeto del mundo, no buscan nada más allá de la efectividad; a eso me refería al decir que no se trata de Arte Marcial.
En el caso de la mayoría de nosotros, no se dan estas circunstancias de guerra ni de tener que vigilar o defender algo. Quizás, entonces, el Arte Marcial nos puede ayudar a detectar el peligro y evitar el enfrentamiento.


Sin embargo, las técnicas de lucha que aprendemos en las Artes Marciales nos ofrecen otros aspectos también interesantes. El combate es simbólico con uno mismo, con nuestros miedos, dificultades, bloqueos… El oponente representa ser nuestra pareja o expareja, padres, hijos, amigos, enemigos, profesor, jefe, compañeros de trabajo, vecinos… Y en el combate aparecen los diferentes conflictos que tenemos con cada uno de ellos. Es un lujo y una buena oportunidad para vernos a nosotros mismos representando, expresando y gestionando un conflicto, que de otro modo, quizás no encararíamos.
De todas formas, hay que tener en cuenta de que el Arte Marcial utiliza gestos y técnicas de lucha y en la sociedad de hoy en día no estamos acostumbrados ni familiarizados con ellos. Es un error asociar el Arte Marcial con la violencia, pero todavía hay mucha gente que hace esta asociación. El Arte Marcial debería aprenderse para evitar una pelea y no para fomentarla. ”El Arte Marcial es para la Paz


Así, cuando propongo en clase ejercicios por parejas en el que uno ataca y el otro responde de diferentes maneras, a veces veo caras de susto. Hay alumnos a los que les cuesta ponerse a ello y otros que lo disfrutan desde el primer día. Depende de la experiencia de cada uno con respecto al contacto, la agresión y también, con el compañero que le ha tocado. No será casualidad que nos haya tocado con esa determinada persona en ese determinado ejercicio; quizás es más bien causalidad…
Una vez superada esta primera fase el practicante comienza a ver lo interesante del ejercicio y participa con ganas; empieza a “jugar y disfrutar”


Siempre animo a la gente a estudiar y practicar un Arte Marcial, pero que esa práctica alimente también una búsqueda interior; lejos de la idea más bien “machista” de vencer, humillar y demostrar el poder sobre los demás. También es importante buscar un estilo en el que disfrutemos; lo más genuino y auténtico posible y con un profesor competente.
Como empezaba diciendo, el camino del Arte Marcial nos debe llevar a estar más cerca de nosotros mismos y de los demás, a sentir la vida diferente y a actuar desde el Respeto y el Amor.
                                                                                                                               

                                                                                                                             Juanolo, noviembre ‘17

                                                 

 

                                                    

 

                                                        PRACTICAR SOLO


Siempre tenemos muchas expectativas cuando comenzamos una práctica. Muchos nos acercamos a ella desde la necesidad (física, emocional o espiritual), o porque sentimos curiosidad, buscamos placer y bienestar, o hemos leído o visto algo…
Queremos aprender a relajarnos, quitarnos ese dolor de espalda o de hombro, esa ansiedad, el estrés; queremos curarnos, comprender y vivir mejor la vida.


Vamos a nuestra primera clase y aunque terminemos agotados tras la sesión, estamos encantados y convencidos de que hemos encontrado lo que buscábamos.
Según van pasando las semanas vamos aprendiendo algunos ejercicios y nos damos cuenta de que nos van fenomenal; decidimos entonces practicar diariamente. Incluso nos resulta fácil imaginarnos practicando en la sala de nuestra casa, mirando por la ventana, con incienso y música relajante…


El primer día encontramos el hueco para estar con uno mismo y empezamos a practicar. Es un placer y nos sienta superbién. El segundo día también, el tercero y pueden ser
un par de semanas o más; pero tras esta primera euforia es difícil seguir practicando diariamente. A veces da pereza, o se tuerce algo en el día y no puede ser. Nos vemos buscando excusas porque hoy tampoco hemos podido practicar. Al final lo convertimos en algo obsesivo pudiendo aparecer incluso la culpabilidad. Y creo que esta misma obsesión de que “tengo” que practicar es la que precisamente nos aleja de la práctica. Tras un par de meses son poco frecuentes los momentos que dedicamos a practicar en casa.
Quizás, si nuestra necesidad es por una dolencia física, nos sentimos más motivados para practicar, ya que es la manera de que el dolor desaparezca. Pero también es difícil en esos casos. Por suerte mantenemos las clases semanales.

Hay algo a lo que debemos prestar mucha atención y es que uno mismo puede boicotearse la práctica. Es como si en nuestro interior hubiera una parte que quiere practicar, avanzar, cambiar y mejorar (es nuestro Ser, que siempre quiere elevarse); pero también otra parte que no lo quiere hacer, no quiere cambiar incluso encontrándonos mal (es el Ego, que está a gusto como está). Es como el dicho “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Aunque no estoy de acuerdo con este dicho, la verdad es que funcionamos así.

Pero cuidado, esta diferenciación entre Ser y Ego no es tan fácil y sencilla como parece. Un compañero de práctica, Dani, me puntualizó que a veces, es el Ego el que nos hace practicar para avanzar, para ser muy buenos en lo que hacemos. Y es cierto, no hay ninguna intención real de cambio en estos casos. Este practicar está enfocado a “darse importancia”, a destacar, a ser admirado y valorado. No busca elevarse como persona sino elevarse sobre las demás personas.  Este Ego nos acompañará siempre y esperará cualquier momento para hacernos dudar, tiene miedo de cambiar y dejar lo que tiene. Es muy escurridizo y podemos equivocarnos a la hora de sentir quién es realmente el que nos guía: si es nuestro anhelo interno de mejorar o nuestro deseo de ser importantes. No deberíamos luchar contra él porque tiene todas las de ganar, mejor tenerlo de nuestro lado para que no se resista.


Puede pasar también que experimentemos una especie de rechazo a la palabra disciplina, es muy fácil que nuestro inconsciente la relacione con la rigidez en la escuela, el deporte de competición o el servicio militar. Y es cierto que la palabra disciplina tiene una connotación de algo que viene de fuera, impuesto y es normal (y ¡sano!) que lo rechacemos. Me gusta más la palabra compromiso como algo que viene del interior, es un acuerdo que hacemos con nosotros mismos, tomamos una responsabilidad; sintiendo siempre la libertad de romper el compromiso si vemos que la práctica no nos convence o somos incapaces de continuar.


En realidad, ponernos a practicar diariamente algo tiene el sentido de profundizar en ese algo; estudiarlo, comprobarlo, sentirlo e integrarlo; más allá de sentirnos mejor, que también. Si no, es suficiente con las clases semanales y los días esporádicos que dedicamos a practicar solos o con amigos. Ésta última es una manera muy terapéutica y recomendable de practicar; y si es en la Naturaleza, mucho mejor.


Pienso que las ganas de mantener una rutina diaria deben venir de manera natural, cuando ya conocemos y confiamos en nuestra práctica y en la persona que nos enseña. Entonces asumimos el compromiso con nosotros mismos de recorrer un camino que intuimos interesante.
Claro, este camino tiene una parte muy agradable y otra que no lo es tanto. Los efectos relajantes, las nuevas sensaciones que se van despertando, nuevos descubrimientos, nuevas comprensiones, son episodios que disfrutamos y nos animan a continuar. Pero a la vez, nos enfrentamos a la pereza, la monotonía, puede que el dolor, el aburrimiento, el estancamiento, la lentitud… el repetir y repetir, sin prisa, con paciencia y cariño. Es un camino “agridulce”.


Esa monotonía y aburrimiento que percibimos en ocasiones nos da la posibilidad de mirar qué hay detrás de cada ejercicio, cuál es mi actitud cuando lo hago. Es todo un aprendizaje que podemos convertir en un juego creativo, donde la curiosidad es importante. Sentir placer de percibir lo que el movimiento nos ofrece, ¿con qué nos conecta la práctica? y ¿qué aprendemos de nosotros en todo ello? Descubrimos que en nuestro interior hay tanto espacio o más que en el exterior, ¿qué podemos encontrar en ese Universo Interno? ¿cómo surgen las sensaciones que aparecen? ¿desde dónde vienen y dónde se guardan después, qué transformación conllevan?
Para todo ésto, la práctica no puede consistir en “hacer por hacer”, necesitamos poner consciencia y atención en lo que estamos haciendo; no se trata de repetir simplemente, hace falta también tener un espíritu crítico y ganas de descubrir. De la misma manera que no deberíamos “creer por creer” lo que nos dice el profesor. Confiar en la práctica que se nos va transmitiendo, sí; pero siempre ponerla a prueba y tener una actitud de estudiar e investigar.
Algo que tampoco ayuda es cuando tenemos un modelo a imitar. No deberíamos intentar llegar al mismo lugar que el profesor o maestro que nos enseña; él tiene sus propias experiencias ligadas a su propia vida. Es más interesante una práctica que nos haga experimentar y descubrir por nosotros mismos, llegar a nuestras propias conclusiones.
Estamos saboreando la práctica con nuestro propio cuerpo y descubriendo zonas nuevas de las que no éramos conscientes. Vivir estas partes puede dar lugar a imágenes o recuerdos antiguos, vivencias “olvidadas”. Otras sensaciones serán nuevas y relacionadas directamente con la práctica. Es muy posible que no tengamos claro si lo que sentimos es lo correcto. Surgen dudas, es normal.
Siempre recomiendo contrastar con el profesor nuestra práctica para asegurarnos que vamos bien y no nos haremos daño.


Cuando, por ejemplo, aparece una sensación nueva y ésta es agradable, no deberíamos buscarla directamente en la siguiente sesión. Normalmente no la encontraremos por el mero hecho de buscarla. Apareció en un momento, puede que vuelva a aparecer o no, pero el deseo de volver a tenerla nos aleja de ella.
Curiosamente cuando la sensación es desagradable (por ejemplo, dolor) no la buscamos, y nos suele acompañar durante una temporada.
A lo largo de la practica viviremos muchos tipos de sensaciones, pero no son la práctica ni el objetivo en sí, no deberíamos apegarnos a ellas sino dejarlas pasar o atravesarlas.


A veces lo que nos inquieta e incomoda es mirar hacia dentro, ver nuestras limitaciones, nuestras incoherencias, nuestras sombras. Y, sin embargo, es necesario observarlas sin juzgarlas y aceptarlas, sin pretender cambiarlas sino dándoles espacio para que vayan evolucionando con nosotros.


Hay momentos en nuestra práctica en los que sentimos que no avanzamos, estamos estancados en un ejercicio, vivencia o situación. Y nos podemos desanimar por ello. El aprendizaje no es lineal, a veces va a saltos, otras un poco hacia atrás. De todas formas, aún en los momentos de atasco, la transformación sigue dándose en nuestro interior y necesita su tiempo para llegar a la conciencia o expresarse externamente.


Otro momento en el que podemos abandonar la práctica es cuando tenemos la sensación de que nunca llegaremos al final; incluso cada vez parece que está más lejos. Es muy normal esta sensación ya que según avanzamos somos más conscientes de lo largo que es el camino. Y es que, en realidad, no hay ningún sitio a dónde llegar… en los clásicos orientales se da la importancia al camino, que es lo que verdaderamente nos enseña. Deleitarnos en cada rincón
del camino nos hará sacarle el máximo partido en todo momento.


Por lo tanto, sería más acertado acercarnos a la práctica diaria desde el compromiso y el deseo de practicar que desde la obligación y disciplina. Disfrutar y querer mejorar en nuestro qué hacer cotidiano; ser más sensibles y no pretender conseguir nada especial o extraordinario. Mantener la actitud de principiante, respetar el propio ritmo, escuchar lo que el cuerpo nos dice, no forzar nada pero esforzarse en hacerlo bien. Evitar practicar cuando estamos cansados, dispersos o enfadados.


Por último, lo que también recomiendo es que la práctica que elijamos sea seria y nos ofrezca un método ordenado de aprendizaje. Debemos asegurarnos que nos facilita el terreno para desaprender muchas de las cosas que habíamos aprendido erróneamente en la vida. Utilizando un ejemplo que me dio un amigo: de bebés podemos pasarnos todo el día llorando a gritos sin perder en ningún momento la voz. Es un acto auténtico y sin filtros. Luego vamos creciendo y la mayoría de nosotros perdemos esa capacidad (por motivos educacionales o culturales). Si de adultos elegimos una práctica como el canto deberemos volver a aprender a utilizar nuestras cuerdas vocales, volver a ser bebés; y para ello primero hay que desaprender los vicios vocales y fonatorios que hemos ido acumulando en nuestra vida. Lo mismo ocurre con las posiciones y movimientos corporales. Si la práctica que tenemos no nos ayuda a ir desprogramando las tensiones y patrones almacenados a lo largo de nuestra vida, será más difícil avanzar en la misma.


Espero y deseo que este escrito ayude a quien tenga resistencias en dar este paso tan apasionante como complicado que es practicar solo. Es algo que requiere mucha voluntad, pero quizás si conocemos algunos de los obstáculos es más fácil sortearlos.
Y, sobre todo, si un día no practicamos, o si un día decidimos que no practicaremos más, no sentir frustración ni culpabilidad

 

                                                                                                               Juanolo (28 de febrero de 2017)     

 

 

 

 

 

 

                                             LA IMPORTANCIA DE LO SENCILLO
                                                     (y la complejidad que conlleva)

 


La primera definición en el diccionario de la palabra sencillo es “que no ofrece dificultad”; sin embargo, cuando nos acercamos de manera consciente a lo sencillo nos encontramos precisamente con la “dificultad”.


Sea desde el cuerpo, la emoción o la mente cuando empezamos a aprender algo se nos hace difícil el inicio. Normalmente nos encontramos con una manera diferente de estar, moverse, vivirse, expresarse o pensarse, y cuesta adoptar el nuevo lenguaje.


Y es precisamente este cambio, esta adaptación a lo nuevo, lo que nos permitirá evolucionar de manera natural durante el aprendizaje.


Si recordamos en nuestra escuela, el que podía entender las bases de las Matemáticas (por ejemplo), no tenía ningún problema en resolver las ecuaciones en los grados superiores; integraba el pensamiento matemático y llegaba a disfrutarlo. Al contrario, el que no lograba entender lo básico no sólo no lo disfrutaba, sino que, aunque al final aprobara la asignatura, no la había conseguido comprender.
Como en la escuela, cuando nos acercamos a una práctica corporal, sea la Danza, el Yoga, la Gimnasia, el Arte Marcial… el orden ideal y natural de aprendizaje es desde lo más básico y sencillo a lo más complejo.
Muchos de nosotros, por falta de conciencia corporal, vivimos con dificultad las primeras clases en las que intentamos reproducir una postura o un movimiento, que parecen “fáciles” pero no lo conseguimos. Sentimos la propia desconexión interna.


Y es que comprender lo sencillo, puede llegar a ser complejo.


Un ejemplo de algo sencillo podría ser una posición o un movimiento natural. Los movimientos naturales que hacemos durante en día, sin ser conscientes de ellos, siguen las leyes de la biomecánica. Son fluidos y normalmente el cuerpo aprende a realizarlos de la manera más relajada que podemos en cada momento. Estar de pie, caminar, sentarnos, levantarnos, saltar, correr… siempre buscaremos inconscientemente la manera más efectiva y económica de realizarlos. Es nuestra capacidad de adaptación.
El problema es que cuando intentamos hacer conscientes estos movimientos, poniendo nuestra atención en ellos, surgen las dudas; no sabemos si los estamos haciendo bien o no.


Es curioso que un gesto que hacemos constantemente, en cuanto lo pensamos se bloquea, incluso se invierte, y se puede convertir en anti-natural.


Después de un tiempo, si continuamos practicando, vamos memorizando y aprendiendo los ejercicios y mejorando en su ejecución. Este es un momento delicado: pensamos que ya los controlamos. Pronto queremos aprender más cosas y nos olvidamos, ¡gran error!, de aquellos ejercicios básicos y sencillos que estábamos aprendiendo al principio.


Considero que es un error quedarse poco tiempo en lo básico. La prisa nos puede llevar a buscar “lo siguiente” demasiado rápido, quitando importancia a lo que acabamos de aprender (y que en realidad no dominamos). Nos vamos poniendo objetivos cada vez más complicados y nuestra atención está más en los objetivos que en el aprendizaje en sí. El problema es que si no integramos lo básico puede que “lo siguiente” no lo lleguemos a entender completamente. En el aprendizaje de cualquier cosa, la prisa no es buena compañera. Volviendo a nuestra infancia, es como si quisiéramos multiplicar sin haber aprendido a sumar.


Puedo hablar con conocimiento de causa porque durante los 15 primeros años de mi práctica tuve mucha prisa en aprender lo máximo posible. Aprendí muchas formas, ejercicios, técnicas, aplicaciones marciales y todo lo que se pudiera aprender. Iba de un maestro a otro para saber más. Pero me di cuenta de que no comprendía de verdad todo lo que había aprendido.
Hace unos meses, mi hijo estaba jugando con un juego que exigía estrategia. Empezó disfrutándolo, las pruebas eran de más sencillas a más complejas; después y según el juego se iba complicando, le costaba más llegar a la solución y se iba enfadando “in crescendo”, hasta que dejó de interesarle. Tenía prisa por llegar al final de la prueba. Le explicaba que lo importante no era si llegaba a solucionarlo sino lo que tenía que descubrir para llegar a la solución. Que mientras él se pensaba que no conseguía nada, en su cerebro se estaban desarrollando y fortaleciendo nuevas conexiones, aunque no llegara ese día a encontrar la solución. Intentaba decirle que no había prisa… Vamos: lo que un padre aconsejaría a su hijo. Me vi reflejado en él.


Las ganas de llegar al final lo antes posible parecen innatas en el ser humano.


Desde lo que yo entiendo, recomiendo recrearse en lo básico, en lo sencillo, “hacerlo nuestro” e integrarlo, para que el desarrollo de la práctica se convierta también en algo natural.


Y ¿qué es “hacer nuestro” algo?


Cuando conseguimos una postura, cuando logramos realizar bien un movimiento no es el momento de pasar al siguiente. Es el momento de vivirlo, disfrutarlo y también estudiarlo, comprenderlo e integrarlo. Para ello, a veces es interesante dejar de mirar fuera; no reproducir sino crear uno mismo desde el interior y siguiendo unas pautas que nos ayudarán a la comprensión. Una vez entendido mentalmente y memorizado el ejercicio va bien meterse dentro y descubrir cómo hacer el gesto que nos proponen, dónde nace y cómo viaja en nuestro interior. Siempre contrastando con el profesor que nos guía para no desviarnos en la práctica.


Entender el funcionamiento natural de nuestro propio cuerpo es fundamental. Esto nos llevará a la comprensión del cuerpo como totalidad en cada movimiento o posición. Pienso que es más fácil llegar a esta comprensión tan profunda desde ejercicios más sencillos que desde ejercicios complejos. Incluso en el calentamiento podemos encontrar ejercicios interesantes para estudiar. Es una manera directa de ir a la esencia.


El profundizar en la ejecución de los movimientos y posiciones nos llevará sin duda a experimentar sensaciones. Cuando descubrimos una nueva sensación y la empezamos a entender, todavía no podemos pensar que ya es nuestra… falta completarla, sentirla en todo el cuerpo y refinarla, hasta comprenderla e integrarla de verdad.


A veces somos los mismos profesores los que transmitimos demasiado deprisa sea por generosidad o por vanidad. Puede ser también porque no queramos repetir en exceso los ejercicios para evitar el aburrimiento… Debemos ser creativos tanto para enseñar de diferentes maneras un mismo ejercicio como para utilizar diferentes caminos para llegar a un gesto.
Es importante que nuestros alumnos comprendan y disfruten la práctica y no pretender que aprendan rápido; respetando así el ritmo personal de cada uno de ellos. Si les forzamos a aprender demasiado rápido es como si pusiéramos a un bebé de pocos meses de pie cuando todavía sus músculos y huesos no están preparados; y peor aún, si les hacemos también caminar.


Aceptar que el aprendizaje es lento y no hay dónde llegar; que se puede sacar “jugo” en cualquier momento del camino, tranquiliza la ansiedad creada por el deseo de llegar a algo que “creemos” superior; y que, precisamente por esa ansiedad, no llegamos a alcanzar.

                                                                                                                                                                                                                                                                                            Juanolo  (20 de febrero de 2017)

                                                       YI CH'UAN

                     “EL ARTE DE LA SALUD Y LA TRANSFORMACIÓN”

El Yi Ch'uan es un Arte Interno, un método holístico y completo, en el cual la práctica principal (y sobretodo al principio) son las llamadas posiciones estáticas o Zhang Zhuang. Pero aún siendo la base del entrenamiento debe completarse con el movimiento (sheli), diferentes tipos de desplazamiento (mocapu), el empuje de manos, entrenamiento del aliento y grito, el fa-jing (o expresión de la fuerza), el combate y la “Danza” (se llama así a la manera espontánea y libre de combinar los diferentes ejercicios). Este entrenamiento se lo debemos a Wang Zhiang Zhai quien estudió y profundizó en diferentes Artes Marciales, en especial el Xing Yi Ch'uan, el Pa Kua Chang y el T'ai Chi Ch'uan, y sintetizó en un mismo método lo que consideró la esencia de cada una de ellas.


Hay quien elige estudiar todo el método y quien prefiere limitarse al aspecto de salud; en realidad no hay gran diferencia, lo que cambia principalmente es la intención y determinados detalles a la hora de hacer los ejercicios. Para quien no conoce el método es muy difícil apreciar la diferencia.
Sería un error pensar que el objetivo final del Yi Ch'uan es el convertirse en un buen artista marcial. El Yi Ch'uan, como cualquier camino que decidamos tomar, va más allá de las técnicas aunque las estudia; va más allá de la estructura, aunque la trabaja; va más allá del propio cuerpo, aunque lo cultiva. El Yi Ch'uan es un camino de crecimiento personal, de conocerse a uno mismo, de equilibrar los tres niveles: cuerpo-emoción-mente, de relacionarse con los demás y con la Naturaleza. El Arte Marcial lo entiendo dentro del concepto de Salud y al servicio de ella.


Desde mi visión como fisioterapeuta y limitándome al aspecto físico, el entrenamiento de la estructura corporal que nos ofrece el Yi Ch'uan encaja perfectamente con nuestra biomecánica natural. Las posiciones nunca son extremas, y respetan las simetrías y proporciones corporales, lo que favorece enormemente la relajación. Esto, a su vez, ayuda a que efectos beneficiosos como la flexibilidad, el fortalecimiento y la recuperación de muchas de nuestras dolencias físicas, se den más rápidamente. En los 26 años que he estado estudiando, practicando y enseñando técnicas corporales occidentales, y artes marciales orientales, en especial T'ai Chi Ch'uan, puedo decir que el Yi Ch'uan nos ofrece el método más directo, rápido y a la vez fiable de todos los que he conocido. Pero por supuesto, ésta es mi experiencia y
la del cualquier otro profesor será diferente.
En este artículo me limitaré a hablar sobre las posiciones estáticas y los sheli, dejando para cuando tenga más integrado el resto del entrenamiento, el hablar sobre ello.


La posiciones estáticas o Zhang Zhuang - Semillas de lo interno -


“ En la antigüedad grandes maestros estaban de pie en la tierra, sosteniendo el
cielo, controlando el yin y el yang, respirando con la esencia del qi, de pie solos,
custodiando el espíritu, siendo el cuerpo una unidad”
                                                                        (Canon de medicina interna del Emperador Amarillo)


La primera vez que el profesor nos dijo que nos pusiéramos como si “abrazáramos un árbol” y nos quedáramos quietos unos minutos para relajarnos, no lo podía entender: dolía!! ¿Cómo me iba a relajar?
Cuando alguien nos da a conocer esta práctica nos sorprende sólo el hecho de no movernos; es algo muy extraño para el ritmo de vida en el que estamos inmersos. Pero como decía antes, además “duele...” y ahí nos vemos aguantando y resistiendo hasta que el profesor nos dice de bajar los brazos.


Puedo entender perfectamente que una buena parte de los practicantes de Ch'i Kung, T'ai Chi Ch'uan y otras artes de las llamadas internas, rechacen esta práctica. En un primer momento no podemos entender para qué sirve. La incomodidad, el dolor y el aburrimiento “pueden” con la curiosidad e interés necesarios para conocerla en profundidad. Aún cuando los maestros nos hablan, o en los libros leemos, sobre los beneficios para la salud que ofrece esta práctica, nos sigue dando “pereza” ponernos a ello.
Pero, lo cierto es que si nos sumergimos en este “Arte de Salud”, iremos experimentando por nosotros mismos las transformaciones y beneficios que tanto hemos oído...


Hay tres cosas imprescindibles para poder profundizar en las posiciones estáticas:

- El interés y también curiosidad por parte de uno mismo;
– Un profesor preparado y que sepa dar las indicaciones correctas según el nivel de aprendizaje de cada alumno;
– El “no deseo” de conseguir nada. Los cambios y avances se van dando solos, desde la relajación y, una vez más, desde las indicaciones recibidas. A veces, en un intento de avanzar más rápido, ponemos voluntad para que se dé lo que buscamos y ésto mismo frena el proceso.


La práctica:
Por supuesto lo primero que nos encontramos es solos frente al dolor, tarda apenas un par de minutos en aparecer y nos acompaña durante todo el ejercicio. Pero el dolor ¿es bueno o malo? Mi opinión es que puede ser las dos cosas. Debemos tener en cuenta de que el dolor tiene una parte física y otra que es emocional. Cada uno de nosotros tenemos un umbral del dolor diferente y este umbral es más alto o más bajo dependiendo de nuestra respuesta emocional a dicho dolor. Todas las experiencias que hayamos tenido desde que fuimos concebidos hasta más o menos los siete años relacionadas con el dolor físico, emocional o mental, van a determinar nuestra respuesta al mismo. No podemos medir el dolor que sentimos cada uno de
nosotros, pero lo cierto es que lo sentimos y nos es incómodo.


Lo primero que deberíamos observar cuando aparece el dolor es si lo rechazamos luchando contra él o lo aceptamos, lo abrazamos y tratamos de entenderlo. Por supuesto la segunda actitud es más inteligente y nos permitirá avanzar en la práctica. Si luchamos contra el dolor nos defenderemos poniendo rígida la parte dolorida y también nuestra mente estará rígida, bloqueada (es la que decide si aguantar o bajar los brazos). Entonces, a la tensión que genera el dolor le añadimos la tensión de nuestra voluntad de resistir. Esta “doble tensión” nos llevará, con mucha probabilidad, a volvernos rígidos “como una piedra” o a lesionarnos. Mi consejo entonces, es de no forzar, no resistir, no aguantar. Un dolor, si es demasiado grande, y no somos capaces de mantener la relajación, no es interesante; mejor salir de la posición, mover un poco piernas y brazos y volver a la posición (o dejarlo para el día siguiente).


El dolor, puede ser buen compañero cuando nos podemos relajar a pesar de él, cuando podemos atravesarlo. Eso no quiere decir que ya no habrá dolor, pero no estaremos reaccionando contra él en todo momento y podremos mantener la relajación. Esto nos permitirá observarlo y darle la oportunidad de expresarse, de abrirse y transformarse. Puede que descubramos que el dolor se da porque la estructura se ha “roto” en alguna zona de nuestro cuerpo y la está sobrecargando. En este caso es fácil: corregimos la posición y desaparecerá. Pero puede que sea un dolor “viejo”, un dolor que nos acompaña diariamente o incluso un dolor “olvidado”. Aquí ya no es tan fácil, hay que estar dispuesto a observarlo y darle espacio, escucharlo.
Esta primera etapa en que el dolor es bastante protagonista dura más o menos dependiendo de la frecuencia y diligencia que pongamos en nuestra práctica. Hay incluso ocasiones en las cuales nos encontramos en una actitud de “enganche” al dolor, es como “la letra con sangre entra” que nos decían en la escuela... es una influencia católica muy enraizada en nuestra cultura. Tampoco nos sirve buscar el dolor, otra vez estamos con la voluntad...


Es una etapa fascinante por otro lado porque comenzamos a entender e integrar nuestra biomecánica natural, lo cual ayuda directamente a que vayamos ajustando las diferentes zonas de nuestro cuerpo a la hora de practicar una posición estática. Hasta que el cuerpo no esté bien alineado, la musculatura no podrá relajarse; y si no se relaja la musculatura el cuerpo no se puede alinear. Por lo tanto, estudiar la estructura y biomecánica natural del cuerpo es esencial para avanzar en el Zhang Zhuang (el Yi Ch'uan ofrece una parte del entrenamiento esencial para este estudio, los sheli).
Mientras practicamos estamos constantemente corrigiendo la postura, cuanta más conciencia corporal desarrollemos más finas serán las correcciones.


Pasada esta etapa, cuando el dolor desaparece o pasa a un segundo plano comenzamos a saborear nuestro interior de una manera nueva y empezamos a sentir la conexión interna de todo nuestro cuerpo; “cuando una parte del cuerpo se mueve, todo el cuerpo se mueve”. El primer objetivo en el Yi Ch'uan es conseguir un “cuerpo T'ai Chi”, unificado, relajado, equilibrado, estable.
Un día te puedes encontrar que tu columna se estira y no has hecho nada para ello, simplemente estabas en la postura y se ha dado. Otro día es como si “desaparecieran” los brazos. Poco a poco la relajación se hace más profunda y van llegando momentos en que las imágenes que nos han dado para practicar aparecen en forma de sensaciones reales: los apoyos, el bambú, nuestra percepción de la densidad del aire cambia, “nadar en el aire”... Parece ser que nuestro inconsciente no diferencia entre lo real, lo imaginario, lo virtual o lo simbólico; lo vive todo como real. Por lo que si en nuestra mente tenemos una imagen como un globo o una pelota y en nuestra intención está el querer apoyarnos en ella, un día la sensación de que está y que me apoyo es real.
En este momento aumenta la sensación de unidad en el cuerpo, entendemos lo que son los principios del entrenamiento interno y las simetrías del cuerpo. Aparecen sensaciones de solidez y de ligereza, de apertura y de cierre, de subir y de bajar, internas y externas... que experimentaremos de manera particular cada uno de nosotros; forman parte de la práctica, pero no son el objetivo; no nos deberían de distraer, ni las tenemos que buscar; vienen y van...


En cuanto a la práctica, el tiempo, el orden, el ritmo... creo que es aconsejable empezar sin pretender hacer mucho tiempo la posición, cinco o diez minutos está bien. Lo que es más importante es la constancia; si practicamos una postura una vez a la semana, será imposible profundizar. Necesitamos ser perseverantes y constantes para “entrar” de verdad en esta práctica; en realidad, es igual en todas las prácticas.
Es esta constancia la que nos llevará a realizar estáticas más largas, porque en unos días 10 minutos serán fáciles, es una práctica muy acumulativa. De todas formas más importante que hacer estáticas largas es estar bien alineado cuando las practicamos.
Estar presentes en la posición, en dónde se rompe la estructura, en corregir, en relajar, y se rompe otra vez, y volver a corregir, y volver... con cariño y paciencia. Tiene que haber un tipo de satisfacción en el proceso, combinado con el respeto por el propio ritmo de cada uno, sin forzar nada, pero esforzándose en hacerlo bien.


Hay quien tiene la sensación de que practicar posiciones estáticas es algo pasivo.... nada más lejos de la realidad. Yo mismo, antes de conocer el Yi Ch'uan, practicaba las estáticas de una manera pasiva, me ponía en la posición y me relajaba, sin más. Ahora comprendo que sin las indicaciones adecuadas no es posible profundizar en el trabajo del Zhang Zhuang. Al decir que la relajación es lo más importante, en realidad es una relajación atenta la que buscamos, no “dormirnos”. Las posiciones estáticas deben ser “vivas”, como si estuviéramos a punto de saltar o correr, como si tuviéramos delante nuestro “depredador” a punto de atacarnos. Esto no nos debe llevar a la tensión sino a relajarnos en la atención.


Hay muchos detalles en cada posición pero no creo adecuado ponerlos por escrito ya que pueden llevar a muchas confusiones, como cuando leemos los textos antiguos. Es una información que debe transmitirse directamente del profesor al alumno, para que el profesor se asegure de que el alumno entiende perfectamente el trabajo a realizar. El profesor debe “acompañar” al alumno en su aprendizaje.


Como ponía al principio, las posiciones estáticas las considero como las semillas de lo interno, las semillas que tienen toda la información para ir desarrollando el método. Seguramente por eso es la parte más importante del Yi Ch'uan


Sheli (testando la fuerza)


Esta parte del entrenamiento sirve para testar la fuerza y lo que vamos descubriendo en las posiciones estáticas. Hay muchos ejercicios sheli y cada escuela da más importancia a unos u otros. Son ejercicios que se realizan con los pies en paralelo o un pie adelantado. Dependiendo del ejercicio que estemos realizando cambiará la posición de los pies. Las piernas no se desplazan y hay movimiento en tronco y brazos. Todos estos ejercicios tienen algo en común: el movimiento empieza en los pies y todo el cuerpo participa a la vez. Todo esto para quien no tenga experiencia en Yi Ch'uan es inapreciable, no se sabe cómo ni qué se está haciendo en el interior.


Desde el punto de vista estructural los sheli van a ayudar a re-educar la musculatura profunda de nuestra columna vertebral. Esta musculatura es la encargada de mantener la espalda alineada. Son músculos que no se cansan y pueden estar trabajando todo el día, pero que en la mayoría de nosotros han perdido su “memoria” o función. Hasta que esta musculatura no esté re-educada, cuando practiquemos las estáticas utilizaremos la otra musculatura, la destinada al movimiento, y claro, esta musculatura sí que se cansa. Además es precisamente esa musculatura la que deberíamos relajar...


El profesor nos irá dando las indicaciones y enseñando los ejercicios para avanzar y poder fortalecer las conexiones que hemos empezado a experimentar en las posiciones estáticas, aprendiendo a utilizar los huesos y tendones en lugar de los músculos. En esta segunda etapa vamos fortaleciendo (que no musculando) todo nuestro cuerpo.


Para terminar me gustaría comentar sobre uno de los obstáculos que podemos encontrar en la práctica y es el hecho de tener demasiados conocimientos leídos o escuchados, conocer el método y no practicarlo en profundidad. En realidad es una falta de respeto a un método que no nos pertenece y que en realidad no tenemos integrado. Nos puede llevar a una especulación interpretativa que nos alejará del mismo método; o bien, nos crea un deseo de conseguir desarrollar cada detalle cuando todavía no estamos preparados o lo suficientemente relajados. Hacemos algo para conseguir algo y se trata de “no hacer” aunque sí crear las condiciones para que “se haga”. Esto nos ha llevado en ocasiones a cambiar voluntariamente la posición de nuestras articulaciones haciendo que la práctica se convierta en algo “estresante” en lugar de relajante. Por ejemplo, basculando activamente la pelvis con la intención de abrir “Mig Meng” y de adelantar el coxis... hacer este movimiento en la pelvis y mantenerla en esa posición puede ser peligroso. Los discos intervertebrales lumbares sufrirán y se irán deshidratando a largo plazo.


Hemos de tener en cuenta de que todos los pasos de los que nos hablan los grandes maestros los han ido descubriendo a lo largo de su vida y tras una comprensión profunda de su práctica. Hace falta una gran relajación para que se vayan dando de manera no forzada. El cuerpo se va abriendo y los cambios se van dando en un proceso natural de relajación, no hay que “hacer” nada especial, simplemente estar en la postura y practicando internamente lo que toca en cada momento. Creo que es importante tener ésto en cuenta cuando leemos textos antiguos de Artes Marciales Internas.


                                                                                                                                       Juanolo, 22-04-2016

                      SOBRE LA ENSEÑANZA

                       NUESTRO COMETIDO COMO PROFESORES

 

 

Cuando me acerqué por primera vez al T'ai Chi, hace ya 24 años, lo hice desde el deseo de aprenderlo y no desde una necesidad, por lo menos consciente; aunque con los años descubrí la carencia interna que me llevó a ello. Pero lo que no tenía era ningún problema físico que hiciera necesaria este tipo de práctica; era puro placer.

Y era así para la mayoría de nosotros, pertenecíamos a una franja entre “medio hippies y románticos”, en una búsqueda de practicar con mucha sinceridad algo sano, a ser posible lejano y exótico (en protesta con lo que occidente ofrecía) y si tenía además tinte espiritual todavía mejor.

 

Hoy en día se ha añadido un número de gente importante que no pertenece al colectivo que nombraba arriba. Ahora los mismos médicos aconsejan a sus pacientes que practiquen T'ai Chi, Ch'i Kung, Yoga... para sus dolencias físicas (algunas bastante serias), psíquicas (aprender a relajarse y disminuir el estrés y la ansiedad) incluso emocionales (pertenecer a un grupo y sentirse seguro). Hay gente que se acerca a nuestros grupos con una enfermedad degenerativa grave e incluso en silla de ruedas.

 

En este artículo me gustaría centrarme en expresar mi opinión sobre este tipo de alumnos, con los que muchas veces no nos atrevemos a plantear ejercicios complicados, que no vienen buscando el arte en sí sino a mejorar sus dolores de espalda, hombros... Las clases podrían verse influidas por ellos y llegar a volverse incómodas.

Entonces ¿qué hacemos con estas personas? no podemos (ni debemos) decirles que vayan con otra persona. Si tuviéramos gente suficiente podríamos formar un grupo aislado con ellos... pero no suele ser el caso. La realidad es que en la clase nos encontramos con gente más o menos sana y con gente que necesita más atenciones. ¿Cómo llegar a todos sin tener que separarlos? No hace falta cambiar la dinámica de la clase, ni perder de vista los aspectos importantes de la práctica como son la conexión con uno mismo, con su energía, su cuerpo, sus emociones, sus pensamientos, su espiritualidad. Simplemente se trata de incorporar algo más a nuestras clases, que sea básico, terapéutico, sencillo y fácil de memorizar. Pienso que el que sea fácil de memorizar es importante ya que permite hacerlos fuera de clase. En el caso del practicante del arte le ayudará a profundizar y avanzar más rápido; y en el caso del que busca sólo mejorar su “malestar” le permitirá tener más éxito en su curación (no caigamos en la creencia de que el hecho de venir a una o dos clases semanales será suficiente para esta misión).

Estas incorporaciones pueden estar en el calentamiento o en cualquier otro momento de la clase y no deberían afectar a la misma.

Hoy, más que nunca, nuestras prácticas tienen la posibilidad de demostrar su capacidad terapéutica. Estas “nuevas” alumnos vienen a curarse y los que nos dedicamos a la enseñanza tenemos una gran responsabilidad en darles herramientas para que puedan conseguirlo por sí mismos.

¿Pero tenemos de verdad estas herramientas? y ¿conocemos de verdad lo que es un hombro congelado, una protusión discal, una calcificación del supraespinoso, una epicondilitis, una epitrocleítis? por decir ejemplos bastante comunes, ¿tenemos unos mínimos pero útiles conocimientos anatómicos que nos ayuden a entender la patología de nuestros alumnos? Por supuesto que no podemos conocer todas las patologías, pero ¿cuántos de nosotros nos informamos sobre las dolencias de nuestros alumnos? Hoy en día con Internet es fácil tener la información.

No estoy proponiendo que los profesores debamos ser terapeutas, pero sí que ofrezcamos algo tan básico como los fundamentos y principios que rigen nuestro cuerpo. Estos fundamentos y principios los contienen todas las prácticas corporales que conozco; y es normal porque se refieren a nuestro cuerpo humano. Es lo esencial, natural y biológico para todos nosotros; y a la vez terapéutico. No es sólo enseñar una técnica, una forma o una postura... no nos quedemos en lo superficial y estético. Cuando nos sumergimos en lo que no se ve de nuestro Arte, se comprenden estos principios naturales. Esta comprensión es lo que nos permitirá profundizar en la práctica de nuestro Arte.

Todo esto nos debería hacer reflexionar sobre el contenido de nuestras clases. De preocuparnos de que contengan algunos ejercicios que actúen realmente como una rehabilitación para todo el organismo y que tiendan a la conexión de los diferentes segmentos corporales (el cuerpo como una unidad); posiciones que faciliten una manera clara y sencilla de conseguir un estado más relajado, que ayuden a la compresión de la estructura corporal, proporcionen las nociones básicas de biomecánica, y sobretodo sean sencillos de comprender y memorizar por todos los alumnos.

Lo que le toca al alumno

Aquí llegamos a un punto importante: la responsabilidad que debe tomar cada alumno con la dolencia que tiene. Desde la medicina moderna nos han hecho creer que los responsables de nuestra salud son los mismos profesionales de la salud. ¡Gran error! Desde su megalomanía se creen capaces de curarnos de todo... y eso no es así.

Por otro lado, hay que reconocer que somos perezosos para “ocuparnos” de nosotros mismos y preferimos que sea el médico, chamán, fisioterapeuta, osteópata o maestro el que nos cure. Pero lo cierto es que todos ellos están para ayudar a que “nosotros mismos” nos curemos.

Los alumnos que vengan a “curarse” de sus dolores también esperan que nosotros les curemos, por lo tanto una cosa importante a conseguir en ellos es que asuman la responsabilidad. Y no me refiero a decírselo el primer día que llegan a clase. En cada ejercicio, en cada posición, en cada movimiento deben sentir esa responsabilidad, y nosotros estamos para recordárselo. No se trata de que copien y repitan lo que lo que el profesor hace en clase; es necesario que sientan, investiguen, descubran sus límites y evolucionen. Quizás se puede proponer brevemente un ejercicio y luego enseñarles a estudiarlo interiormente, individualmente, que se les presenten dudas, que lleguen a sus propias conclusiones y que las contrasten con nosotros. Así conseguiremos que lo aprendido lo puedan practicar a corto plazo en su casa sin miedo a “hacerlo mal o hacerse daño”; podrán integrar el ejercicio y conseguirán una mejor higiene postural; sabrán cómo colocar su cuerpo en las diferentes posiciones y movimientos, en las tareas que deben realizar durante todo el día. Todo ésto, sin duda, aumenta mucho las posibilidades de curación.

Mas allá de lo externo, se trata de ofrecer auto-conocimiento, consciencia, salud.

Muchos de los profesores de T'ai Chi y Ch'i Kung piensan que las formas pueden ofrecer todo lo escrito hasta ahora, y yo soy uno de ellos. Pero para que eso se dé hace falta una comprensión profunda de cada uno de los movimientos, figuras y posturas que están incluidos en dichas formas. Las formas son la conclusión del T'ai Chi Ch'uan y del Ch'i Kung, la conclusión a la que llegaron muchos maestros después de un estudio muy profundo del arte; y para que estas formas sean Terapéuticas (con mayúscula) es necesario un estudio similar. Repetir y repetir las formas continuamente no nos dará ese conocimiento “por arte de magia” y no conseguiremos mucho más de una relajación superficial. No se tratará de una práctica Terapéutica.

Hace unos años vino a clase un hombre que había practicado T'ai Chi durante tres años en la ciudad donde vivía antes. Al preguntarle si sabía la forma de 24 movimientos (la más extendida en occidente, diseñada en China con el propósito de exportarla) me dijo que sí, y que también una con espada y otra con abanico.... en tres años!! A pesar de que la edad de este hombre pasaba de los 60 años pensé que sería un fuera de serie. Mi sorpresa fue que cuando le pedía levantar un brazo no sabía hacerlo con el hombro relajado, ni sabía inclinarse con la espalda recta. ¿De qué le servían entonces a esta persona las tres formas que había aprendido? Pienso que para nada excepto para aumentar sus tensiones y dolores. Tras la clase de ese día me dijo que tenía la sensación de haber aprendido sobre su cuerpo más que en los tres años anteriores. La clase no tenía nada de especial, pero con ejercicios sencillos comenzaba a entender que era posible mover el cuerpo con menos esfuerzo del que estaba acostumbrado.

La mayoría de los alumnos, cuando vienen por primera vez a clase, tienen una muy limitada vivencia de su cuerpo y su movimiento. En Occidente vivimos mucho más en nuestra mente que en nuestro cuerpo. Muy al contrario de Oriente, donde las personas viven diariamente en su cuerpo y su relación con la tierra y la naturaleza.

Considero el calentamiento como una de las partes más importantes de la clase con este fin: vivir el cuerpo. Pero si este calentamiento carece de conciencia corporal y es realizado de forma mecánica incluso por el profesor, no servirá de mucho. Es más, puede ser perjudicial: por ejemplo los giros tradicionales con los que empezamos el calentamiento pueden dañar nuestras rodillas y cintura. No se trata de anular estos giros sino de estudiarlos y enseñarlos con conciencia.

Si después de un calentamiento que no sirve nos limitamos a hacer la forma una y otra vez y técnicas de empuje de manos y aplicaciones marciales, de nuevo sin conciencia y sólo intentando coordinarlas y memorizarlas, nos queda una clase muy pobre. Se parece más a un T'ai Chi de mantenimiento, pero con el riesgo de lesionar o sobrecargar nuestro cuerpo.

¿Cuánta gente después de un tiempo de venir a clase lo deja porque se resiente del cuello, de la espalda, de las rodillas? ¿o porque se frustra al no poder memorizar tantas formas o técnicas, que en realidad no le sirven para mucho?

Si como occidentales vivimos el cuerpo diferente quizás es más interesante que la manera de enseñar y aprender sea también diferente.

Personalmente no creo en la enseñanza tradicional en la que el profesor se pone delante del grupo (incluso de espaldas) y durante toda la clase hace ejercicios, formas o posturas y el grupo hace lo que puede. Lo vemos en los parques de China y copiamos el modelo en nuestras clases. Así es muy difícil aprender; sin indicaciones precisas, sin ayuda, es casi imposible. El que es más espabilado, el que retiene mejor los movimientos puede luego reproducir la forma y las técnicas pero no podrá profundizar si no hay estudio y comprensión de lo que está haciendo. Y no me refiero a conocer las aplicaciones de cada movimiento, me refiero a adentrarse en todas y cada una de las partes de nuestro cuerpo al practicarlas, a crear las conexiones internas. No se trata que nuestros alumnos sean nuestra foto-copia, siempre perderá calidad. Deben descubrir su propia expresión interna.

Personalmente prefiero mostrarme menos, mirar más, corregir a los alumnos tanto con la voz como con las manos, acompañarles y permitir que ellos mismos aprendan desde su interior.

Hoy en día tenemos las formaciones de profesores de diferentes prácticas. Esta manera de “formar” es un idea occidental muy diferente a la tradicional, en el cual el discípulo incluso “vivía” con su maestro y tras muchos años se sentía preparado para transmitir el Arte. Hoy en día son los maestros los que vienen aquí y enseñan a grupos numerosos de gente ávida por aprender mucho y rápido.

Obligados muchas veces a conseguir un título para poder ofrecer clases en los centros públicos o privados, buscamos la mejor formación que haya en el mercado. Pero ¿cuál es la mejor formación? ¿la que ofrece más variedad de formas y técnicas? ¿la que pertenece al linaje del maestro más famoso del momento? ¿la de las familias más escondidas y secretas? ¿la que nombra más veces lo energético y lo espiritual? (La verdad es que no puedo entender lo energético y lo espiritual separado de lo físico, emocional o psíquico. Lo energético y lo espiritual está en todo, lo impregna todo. Mi dedo índice izquierdo es materia física, que es una de las maneras en las que se expresa la energía (por lo tanto es también energético) y está alimentado por mi espíritu (o sea, también espiritual). Una emoción, un pensamiento también son expresiones diferentes de energía y tan espirituales como el dedo índice...)

En este mundo de la oferta y la demanda hay tanta variedad de formaciones que compiten en la cantidad de contenido. Es como un supermercado: Chögyam Trungpa (famoso maestro tibetano de meditación) ya en los años 70 nos hablaba del peligro del “Materialismo Espiritual”. Y ahí seguimos.

He recibido tres formaciones, dos de Ch'i Kung y una de T'ai Chi. No terminé ninguna de las tres. He formado parte en el equipo de una formación de T'ai Chi durante cuatro años y también la abandoné. No creo en las formaciones. Nos atiborran de conocimientos, formas y técnicas en muy poco tiempo. Un fin de semana al mes durante ¿dos años? ¿tres?

Después de estos dos o tres años nos dan un título e infinidad de material que no podremos practicar y mucho menos profundizar. Simplemente porque no es posible, como reza el dicho “quien mucho abarca, poco aprieta”. Pero al haber memorizado tanto, tenemos una sensación (falsa) de seguridad en nosotros mismos. Y empezamos a dar clases de cosas que no tenemos integradas....¿qué es lo que llega a los alumnos? lo más superficial, lo que no es genuino, lo que no es Terapéutico. Mejor entonces tener poco para enseñar, pero bien aprendido e integrado. Por supuesto la experiencia de enseñar nos dará “tablas” para desenvolvernos mejor o peor a la hora de dar clase, pero ¿cuántos profesores profundizamos fuera de las clases en todo lo que nos han enseñado y estamos enseñando? Que cada uno se responda a sí mismo.

¿No estaremos desprestigiando nuestro propio arte? Además de que es algo que me produce dolor, estamos echando piedras sobre nuestro propio tejado. Tenemos un tesoro y no nos damos cuenta. Y como tesoro que tenemos, deberíamos cultivarlo.

Recuerdo la época en la practicaba cada día las nueve formas que había aprendido en los primeros años de mi práctica. Durante cuatro años repetí una y otra vez todas ellas. Tras ese tiempo sentí muy claramente que mi práctica era un “paripé” y me quedé con una sola forma, la más sencilla y corta. Me encantaba que mis alumnos me vieran y me dijeran lo bien que lo hacía... pero todo se quedaba ahí, en lo externo y superficial: en realidad no entendía las formas, me faltaba estudiarlas en profundidad y no sólo repetirlas.

Cuando alguien me pide consejo sobre qué formación hacer, le digo que la que sea más sencilla y ofrezca pocas cosas, tiene más probabilidad de profundizar en lo que aprenda.

Puedo creer en una formación que ofrezca una forma y pocas técnicas, un estudio serio de la biomecánica y estructura corporal, con un buen y completo método que asegure la conexión interna, la comprensión, el orden a seguir y la dirección.

Pero esta formación, no nos engañemos, no es en fines de semana durante dos años. De hecho no es una formación, es algo que se da de manera natural al tener una relación directa con un profesor que conozca bien un método. Estando con él lo más frecuentemente posible, con mucha práctica y durante muchos años. Tras todo este tiempo el alumno debería tener claro cómo utilizar su arte tanto para profundizar en él como para ayudar a quien venga a practicar para mejorar su espalda o su hombro.

Un método no es simplemente una serie de formas y técnicas; un método es una educación del cuerpo que sigue un orden determinado para ello, una preparación, transformación y comprensión profunda del cuerpo humano, para que cuando se aprenda cualquier forma, o cuando se haga cualquier técnica, se entienda desde el principio. Esto, por supuesto implica una práctica seria y constante por parte del que va conociendo el sistema, y más si es profesor ya que lo que él mismo va descubriendo le ayudará a entender los diferentes obstáculos con los que se encontrarán sus alumnos, y sabrá cómo guiarles en su propio camino hacia una salud más completa.

En conclusión, como profesores nos encontramos ante una doble responsabilidad: la de ir desarrollando el método con una práctica constante y la de ofrecer unas clases con las herramientas necesarias para que el alumno pueda, no sólo curarse, sino también evolucionar en el Arte si así lo desea. A la vez deberíamos tener el cometido de que el alumno asuma su propia responsabilidad a la hora de utilizar estas mismas herramientas aprendidas.

​                                                                                                                                                                                                                                                                                              Juanolo, 13 – julio – 2016

Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.

                          

                          CUANDO DECIDIMOS SER PROFESORES

En nuestro primer contacto con el Tai Chi, algunos nos quedamos cautivados por él. Además de ser saludable y de los beneficios inmediatos que obtenemos, como relajación y calma, se trata de algo exótico, estético y muy atractivo. Puede que incluso con una corta experiencia en el arte queramos convertirnos en instructores, máxime si nos seduce la imagen que nos hacemos de nuestro profesor. Deseamos librarnos de nuestro trabajo cotidiano y aburrido y cambiar de rumbo nuestras vidas hacia algo que intuimos como mejor; de modo que existen muchas expectativas cuando decidimos dar el paso. No quisiera dar a entender que uno se hace profesor de la noche a la mañana. Considero que aunque el ser profesor se lleva dentro de uno mismo, deberíamos prepararnos para ello. El cómo hacerlo, es algo a decidir por uno mismo (ya que por ahora no existe ninguna formación oficial) y no es el objetivo de este artículo.

No pretendo tampoco establecer cómo debe ser el profesor ideal, o cómo se debe estructurar una clase. Creo que eso depende del grupo, y sobre todo de la persona que enseña, de cómo está viviendo su práctica con el Tai Chi. Me gustaría más bien compartir las diferentes etapas, que algunos de nosotros hemos podido atravesar, desde que comenzamos a enseñar Tai Chi. Es posible que sólo pasemos una vez por estas fases o que algunas de ellas se repitan. Su análisis, en cualquier caso, nos ofrece una oportunidad para mejorar como profesores de este arte.

Al principio quizás tengamos tanta ansiedad a la hora de ponernos frente a un grupo, que en poco tiempo transmitimos todo lo que sabemos. A partir de ese momento nos sentimos sin más herramientas, desnudos. Sin embargo no advertimos que los alumnos no han entendido nada, les hemos dado demasiada información a la vez. Necesitan un ritmo más pausado para poder ir integrando lo que van aprendiendo. Seguramente nuestro profesor nos hacía repetir mil veces el mismo ejercicio… Esto puede darse si sentimos la necesidad de demostrar que somos buenos profesores y que sabemos mucho. Y así, sorprendiendo a nuestros alumnos, buscamos esa seguridad que, en realidad, sentimos que nos falta. Esta actitud podría ser inconsciente, pero nos demuestra que todavía somos muy inexpertos no sólo en la enseñanza, sino también en el Tai Chi.

Enseguida llegamos a una etapa en la que nos damos cuenta de que no es tan fácil enseñar Tai Chi y que la mayoría de nuestros alumnos tienen mucha dificultad para reproducir y memorizar nuestros movimientos. Muchas veces debemos inventarnos ejercicios para ayudar a entender después otro, que era el original. En otras ocasiones, para ayudar a entender un concepto, podemos apoyarnos en otras prácticas. Es una etapa muy creativa y enriquecedora, sobre todo si la compartimos con otros profesores de Tai Chi.

También puede llegar un día en que nos demos cuenta de que sólo un porcentaje muy bajo de nuestros alumnos quiere practicar seriamente Tai Chi y profundizar en su práctica, intensificándola e integrándola en el día a día. La mayor parte del grupo se lo toma como algo que le ayuda en su dolor de espalda, que elimina la tensión acumulada durante el día y que le permite relacionarse con otras personas. Debemos saber cuál es nuestra intención al enseñar. Si nuestro objetivo es que sean impecables como practicantes de Tai Chi, tomando para ello un compromiso con su práctica, podemos llegar a frustrarnos. Si por el contrario vemos el Tai Chi como un instrumento para ayudar al alumno, y para que éste aprenda a vivir la vida mejor y de manera más consciente, el abanico de posibilidades se vuelve más rico. Aunque nuestra práctica diaria sea mucho más exigente, nuestras clases pueden adaptarse al grupo que tengamos delante, sin que esto frene la posibilidad de avance en los alumnos con más cualidades y expectativas de profundizar. En este momento, si no antes, desaparecerá la necesidad de enseñar demasiado rápido o de demostrar todo lo que sabemos, ya que el objetivo principal para nosotros será que el alumno conecte con su cuerpo, su corazón y su mente, y a la vez aprenda a conectarse con los demás.

A veces nos encontramos dando una clase con pocas ganas, porque estamos cansados o preocupados por algo, o quizá porque estamos pasando por un mal momento en nuestra vida. Y si no estamos atentos, nuestro estado influirá tanto en el contenido como en el ambiente, ritmo…de la clase; y puede que el resultado sea “aburrido”, “pesado”, “obscuro”. Pienso en los estudiantes: bastante tienen con intentar aprender y reproducir nuestros gestos, como para que encima no se lo ofrezcamos de una manera amena (sin dejar por ello de ser profunda y minuciosa). Me parece importante que todos podamos disfrutar con la práctica del Tai Chi. Creo que la alegría y el humor del profesor pueden ayudar en el estímulo del alumno, así como la utilización de juegos en determinados momentos de la clase. Un aspecto importante del “arte de enseñar” es la capacidad de entrar en otro nivel al comenzar la clase, en un nivel en el que las preocupaciones de uno mismo pasan a un segundo plano y podemos entregarnos a los alumnos más fácilmente.

Otra etapa creativa e interactiva es cuando, lejos de sentirnos superiores a los alumnos, estamos abiertos y escuchamos lo que van descubriendo. Es un momento en que podremos aprender mucho de ellos y completar un poco más nuestra comprensión del Tai Chi. Algunas de sus preguntas nunca se nos habían ocurrido e incluso a veces no las sabemos responder, lo que nos hará seguir buscando y descubriendo cosas nuevas. Si nuestra posición de profesor no nos permite escuchar, perderemos una buena oportunidad de enriquecernos.

A medida que profundizamos en nuestra práctica vamos integrando aspectos que sólo habíamos entendido a un nivel superficial, mental y por imitación. Descubrimos que nuestro cuerpo y nuestro corazón empiezan a comprender y nos sentimos mucho más relajados al enseñar. Existe una diferencia entre “tener fe en algo” y “dar fe de algo”. Conforme se va dando esta integración, la transmisión de algunas materias que hasta entonces eran difíciles de comunicar se vuelve más sencilla, porque ahora podemos dar fe de ellas. Nuestra escucha aumenta y eso nos permite llegar mejor a nuestros alumnos durante la clase, de modo que la enseñanza se vuelve más profunda.

Creo que el Tai Chi es evolución continua. Estar dispuesto al cambio es estarlo a aprender, evolucionar y crecer. A veces en nuestra constante formación con otros profesores, descubrimos algo nuevo que contradice lo que creíamos y lo que estábamos enseñando hasta entonces. Esto puede provocar un rechazo a cambiar nuestras convicciones y a reconocer delante de nuestros alumnos que estábamos equivocados. Un buen acto de humildad es aceptar lo nuevo y cambiar lo que sea necesario, haciendo ver a los alumnos que seguimos investigando y que no lo tenemos todo aprehendido e integrado. Aunque a nuestro ego no le guste, así evitaremos que proyecten sobre nosotros la figura del maestro. Deberíamos evitar dar esta imagen, en la que damos a entender que ya sabemos todo y que lo que enseñamos es inamovible.

Y si son los alumnos quienes expresan resistencia al cambio, no deberíamos intentar convencerles de nada, sino darles herramientas o ejercicios para que puedan investigar y llegar a alguna conclusión por ellos mismos.

Es importante que animemos siempre a nuestro alumnado a investigar, experimentar y descubrir por su cuenta, a cuestionar lo que les vamos enseñando. Si les convertimos en robots que sólo repiten lo que hacemos, les privamos de toda libertad para descubrir por ellos mismos en qué consiste el entrenamiento. Su Tai Chi sería una imitación y por lo tanto, algo incompleto, no vivido realmente. Es importante abandonar las expectativas que solemos proyectar sobre los alumnos y respetar las que ellos tengan. Creo que debemos ofrecerles nuestro enfoque en el Tai Chi y permitir que ellos encuentren el suyo, aunque éste sea diferente al nuestro. Si no es así podríamos convertir nuestra enseñanza en una dictadura.

Hay también momentos mágicos en los que no tenemos que hacer ningún esfuerzo a la hora de dirigir la clase. Son los instantes en que podemos vaciarnos y tenemos la sensación de que la clase se está haciendo sola. Lo que debemos hacer viene a nosotros y sale de nosotros sin que pueda intervenir nuestro ego, sin contaminarlo con nuestras creencias y prejuicios. Creo que en este “estar sin estar” radica el arte de la enseñanza.

Si tenemos éxito como profesores, existe el riesgo de creer que estamos desarrollando un modelo único de enseñanza, e incluso de pensar que es el mejor. Si caemos en esta tentación, que suele estar animada por nuestros propios alumnos, perderemos la capacidad de autocrítica y de escuchar la experiencia de otros profesores, pues los consideraremos incapaces de aportar nada que mejore lo que, a nuestro juicio, ya es perfecto. Creo que es mejor sentirse simplemente un vehículo para ayudar a los demás, que intentar crear un modelo que nos haga ser admirados, y de alguna manera, inmortales.

Nuestra enseñanza se puede volver incompleta si, por miedo a perder alumnos, eliminamos una parte del entrenamiento, como por ejemplo, el aspecto marcial con alumnos de edad avanzada; o la faceta más meditativa del Tai Chi con alumnos más jóvenes o más escépticos. El arte está en poder adaptar los diferentes aspectos de la práctica a cada grupo y a cada alumno, de manera que los entienda. Nuestra experiencia y habilidad como profesores debería facilitarnos las claves. Creo que la palabra y la manera en que se presenta el ejercicio son factores muy importantes.

Ahora, tras unos años dedicándome a la enseñanza, puedo afirmar que quizás lo más importante en el momento en que nos ponemos delante de un grupo, es el aprender a respetar el propio proceso de cada uno de nuestros alumnos. Siempre está la duda de hasta dónde debo corregir y hasta dónde debo dejar. En mis clases intento corregir lo que considero que puede hacerles daño, como malas posturas; pero intento respetar el ritmo que cada alumno necesita para descubrir cada aspecto, cada concepto… sin presionar, sin señalar cada detalle (y, a la vez, sin esconder nada, sino ofreciéndoles lo que necesitan). De esta manera, todo lo que vaya descubriendo por sí mismo será mejor integrado y facilitará que encuentre su personal manera de expresar el Tai Chi. Cada persona es diferente, por lo que cada una expresará lo mismo de diferente manera.

Por último, me gustaría hablar sobre el asunto económico. Si dependemos únicamente de la enseñanza del Tai Chi para vivir, puede ocurrir que estemos siempre preocupados por el número de alumnos que tenemos en cada grupo y por cuánto dinero ganaremos con ello. Esto podría convertirse en un problema que influya en los contenidos o en la manera de transmitir el arte. Si además, tenemos que dirigir muchas sesiones semanales en diferentes lugares, podríamos agotarnos en exceso y tender a repetir contenidos sin escuchar las necesidades de cada grupo.Tener confianza en lo que se transmite ayuda a desbloquear este aspecto y a ser honestos en la enseñanza.

                                                                                                                                                                                                                                                                       Juanolo, 10 de febrero de 2004

                                        “ESFORZARSE, NO ES FORZARSE”

  

¿Tenemos la tendencia a "forzar o forzarnos" en nuestra práctica y vida cotidiana? En este artículo el autor trata de establecer la diferencia entre forzarse y esforzarse, apoyando sus reflexiones en sus conocimientos anatómicos y experiencia docente. Para desarrollar su estudio ha escogido como ejemplo la práctica de los estiramientos, describiendo lo que ocurre a nivel estructural cuando nos sobrepasamos en un esfuerzo, y buscando las raíces psicológicas y sociales de esta actitud.

 

Creo que esforzarnos en hacer bien las cosas, aprender y profundizar en nuestro camino es saludable y necesario para avanzar. Sin embargo, creo que no lo es tanto el hecho de forzar nuestras acciones. Me gustaría comenzar a explicar esto desde un punto de vista anatómico y estructural, y para eso utilizaré un sencillo ejemplo que muestra cómo muchos de nosotros abordamos la práctica. Cuando estamos en clase y el profesor propone unos ejercicios de estiramiento muscular, queremos hacerlos bien… y ¡a tope! Si nos observamos, veremos que estamos forzando diferentes zonas corporales para llegar a nuestro objetivo que podría ser, por ejemplo, tocarnos la punta de los pies. No escuchamos lo que nos está diciendo el cuerpo en esos momentos (me duele, estoy incómodo…) sino que, por el contrario, le exigimos aún más esfuerzo para conseguir lo que deseamos. Es posible que, compensando en otras zonas corporales, lleguemos a conseguirlo y nos quedemos satisfechos, pues ese era “nuestro objetivo”. Lo malo es que actuando así en lugar de hacernos más flexibles, podemos dañarnos o incluso lesionarnos.

Nivel anatómico y local

Por un lado tenemos el músculo y, normalmente, en sus dos extremos están los tendones. A su vez los tendones suelen unirse a

uno o más huesos. Tanto los músculos como los tendones están conectados al sistema nervioso, que controla el equilibrio entre tensión y relajación.

El principal neuro-receptor que poseemos para asegurar este equilibrio es el huso muscular, que se encuentra localizado en el cuerpo del músculo y se encarga de controlar el tono muscular mediante el “reflejo miotático”: cuando un músculo se estira este reflejo hace que se produzca simultáneamente una contracción opuesta al estiramiento. Por otro lado están los corpúsculos tendinosos de Golgi, localizados en el tendón. Su función es antagónica a la de los husos musculares, es decir, inhiben la contracción muscular. Cuando un músculo se contrae produce un estiramiento sobre sus tendones, lo que activa estos receptores. Una vez activados, provocan la relajación del músculo que está contraído: es el reflejo miotático inverso.

 

Una diferencia significativa entre estos dos reflejos es que mientras el primero se pone en funcionamiento en el mismo momento en que el músculo se estira y produce la contracción de defensa, el reflejo inverso necesita que esta contracción se mantenga un tiempo comprendido entre seis y ocho segundos para llegar a activarse. Por lo tanto, si hacemos estiramientos bruscos o realizamos los típicos “rebotes”, se estimularán los husos musculares en cada rebote, pero no dará tiempo a que se activen los corpúsculos tendinosos. Lo que conseguiremos en realidad será una contracción corta y repetida del músculo o grupo muscular que queremos estirar, mientras que por otro lado lo estamos forzando y estirando al máximo. De esta forma más que estirarse pueden llegar a desgarrarse las fibras musculares.

 

Para que un músculo o grupo muscular esté en disposición de estirarse, previamente debe estar relajado, por lo que el ejercicio se tendría que realizar de forma suave y lenta. En caso contrario, podríamos desencadenar, como hemos visto, la contracción del mismo músculo que queremos estirar. Si hemos llegado con lentitud hasta la posición y mantenemos ahí el estiramiento unos segundos, se anulan las respuestas del reflejo miotático y se activan las respuestas reflejas del aparato de Golgi, que conducen a la relajación muscular. Esto permite mejoras en la flexibilidad, ya que al conseguir mayor relajación muscular podemos aumentar la amplitud de movimiento en el estiramiento. Es importante detectar el momento en el que empieza la tensión producida por el ejercicio. Debe ser una tensión suave, en la que todavía podemos mantener la relajación postural y respiratoria. En ese momento es aconsejable parar, soltar, permanecer en la postura, y después de un corto espacio de tiempo la musculatura cederá. De esta manera y aplicándolo gradualmente, obtendremos un estiramiento más efectivo y duradero.

 

 

Nivel estructural y global

El complejo músculo-tendinoso se organiza en diferentes cadenas musculares que van recorriendo la totalidad de nuestra superficie. Por otro lado, los músculos, los tendones y prácticamente todas las estructuras que forman parte de nuestro organismo se encuentran rodeados por una especie de vaina o envoltorio llamado fascia. Estas fascias están unidas entre sí constituyendo un entramado o red que hace que todo el cuerpo esté interconectado. Es como si formaran una malla alrededor y en el interior de nuestro cuerpo. Si al hacer un ejercicio no tenemos en cuenta la colocación del resto de nuestra estructura, la tensión que pretendemos liberar puede “viajar” a través de estas cadenas y entramados a otras regiones anatómicas.

Por ejemplo, si queremos estirar los músculos isquio-tibiales, situados en la parte posterior del muslo, debemos poner atención para que nuestra espalda permanezca recta. Si forzamos el estiramiento es muy posible que doblemos las rodillas, hundamos el plexo solar o levantemos y hagamos avanzar la barbilla, tensando así nuestra musculatura cervical.

 

 

Si realizamos un ejercicio compensándolo en otras zonas de nuestro cuerpo, la tensión no se llega a eliminar, sino que se traslada a estas regiones corporales y reaparece en su lugar de origen al abandonar el ejercicio o al poco tiempo. Las fibras musculares que se han estirado tenderán enseguida a volver a su posición inicial de acortamiento. Un problema añadido es que, dependiendo de la frecuencia e intensidad con que realicemos el ejercicio, pueden aparecer lesiones en las zonas de compensación. Sin embargo, si tenemos en cuenta la colocación de los diferentes segmentos de nuestro cuerpo, el estiramiento será más efectivo y duradero. Debido a que se realiza en toda una cadena muscular, la tensión se elimina y por lo tanto las fibras musculares no volverán a su posición inicial al dejar de realizar el ejercicio.

 

 

En resumen, cuando forzamos los ejercicios de estiramiento estamos creando un estrés excesivo al músculo y esto activa la respuesta neuronal de protección o husos musculares. También atravesamos el umbral del dolor y eso hace que el ejercicio se convierta en algo desagradable. Debido al dolor y al hecho de forzar perdemos la colocación correcta del resto del cuerpo, y entonces aparecen tensiones en otras zonas. Es posible que el resultado final sea que busquemos cualquier excusa para no realizar los ejercicios y que los abandonemos. Por lo tanto, parece claro que no es hábil actuar de esta manera en los estiramientos. Por supuesto, todos queremos ser muy flexibles pero hay que aceptar que, en general, no lo somos, y que la manera de conseguirlo no puede ser forzando los ejercicios. Además, detrás del hecho de forzar existe una actitud rígida, y sería incoherente pretender buscar la flexibilidad con este tipo de comportamiento. Es más sensato escuchar nuestro cuerpo e ir atravesando y deshaciendo esa misma rigidez. Digamos que es mejor “esforzarse” en hacer correctamente los estiramientos, que “forzarse” para conseguir más elongación muscular en un intento, en mi opinión, equivocado. No es el “cuánto” sino el “cómo” lo que más nos debería importar. Mejor que obsesionarse o tener prisa en conseguir el objetivo de ser muy flexibles, es estar atentos al camino que debemos recorrer para lograrlo sin prisas.

Es interesante entonces aprender a realizar los ejercicios relajadamente, de forma que por un lado no nos dañen y, por otro, se conviertan en algo agradable. Puede que así comencemos a disfrutar de esta parte del entrenamiento que normalmente evitamos debido al dolor y a la incomodidad que conlleva. A base de actuar así en los ejercicios, desarrollaremos una nueva conciencia sensitiva que nos llevará poco a poco hacia el “no forzar”. De esta manera cada vez que empecemos a exigirnos demasiado, podremos reconocerlo y volver a la relajación. El problema para la mayoría de nosotros es que no somos conscientes de que esta actitud de forzar es algo automático. Nos damos cuenta cuando nos cansamos o nos duele una parte del cuerpo, pero no somos conscientes de cuándo hemos comenzado a forzar. Si conseguimos estar presentes y atentos al momento en el que empezamos a forzar, podemos dominar y suavizar el impulso y mantenernos en un estado de relajación.

En el caso de ser profesores, podemos ayudar a nuestros alumnos recordándoles constantemente que no fuercen las posturas y corregirles no sólo con nuestra voz, sino también mediante el contacto. Invitarles a mantener la atención en el ejercicio y señalar cuándo están forzándolo. El hecho de tocar una zona del cuerpo de nuestros alumnos, les facilita ser más conscientes de esa zona y de la tensión que en ella habita. También es importante indicarles cómo colocar el resto del cuerpo, ya que así pueden evitar las compensaciones y tener la posibilidad de desarrollar una buena conciencia postural global.

 

Deberíamos cuidar también nuestra actitud, lo que estamos transmitiendo más allá de los ejercicios. Es posible que nosotros mismos estemos incitando a nuestros alumnos a forzarse. Por ejemplo, si somos mucho más flexibles que ellos, es mejor estar atentos para no provocarles el deseo de llegar a ser igual que nosotros. Aunque repitamos que los ejercicios deben hacerse más suavemente, cualquier alumno desea e intenta llegar a ejecutarlos como su profesor y eso le llevará a sobrepasarse en su esfuerzo. Quizás puede ser más hábil exteriorizar menos nuestra flexibilidad y presentar objetivos mucho más cercanos y accesibles para ellos. Disfrutarán más de los ejercicios y conseguirán mejores resultados.

 

Las raíces de la actitud de forzar

La actitud que conduce al sobre-esfuerzo no sólo se da al hacer estiramientos. Para muchos de nosotros suele ser una constante en nuestra conducta. Y una vez llegados aquí ¿qué es lo que nos hace buscar constantemente el hecho de forzar, que en muchos casos va acompañado de sufrimiento? Podemos encontrar diferentes causas, todas ellas enraizadas de manera muy profunda en nuestro inconsciente:

 

  • Por un lado está la educación recibida de nuestros padres y también en la escuela. Se nos presionaba para luchar y convertirnos en el mejor de nuestra clase o promoción, para conseguir el mejor puesto de trabajo, etc., a costa de lo que fuera. Desde muy pequeños integramos la competitividad no sólo con los demás, sino también con nosotros mismos. Se nos enseñó que la letra con sangre entra y que hay que sufrir para lograr algo en esta vida.

  • Los valores de la sociedad no invitan tampoco a detenerse para poder reflexionar y decidir lo que más nos conviene. Una sociedad arcaica, masculina e individualista como la que tenemos, nos lleva a vivir deprisa y al límite, a acumular, a tener una casa más grande, o un coche más caro. Si tenemos dos trabajos es mejor que uno, aunque cansemos y castiguemos más a nuestro cuerpo, ni tengamos tiempo para nosotros, nuestra pareja, nuestros hijos. De alguna manera nos estamos forzando y sufriendo por ello.

  • Por último, tenemos una iglesia que siempre ha comprendido el sufrimiento y además lo ha aceptado, valorado e incluso premiado.

     

Si trasladamos esta visión, digamos masoquista, a una disciplina o un trabajo de crecimiento personal podemos llegar a pensar que para poder progresar y crecer como personas, lo único que nos puede hacer avanzar es el sufrimiento. Castigarnos a nivel físico, emocional o mental con una práctica demasiado rígida puede llevarnos a vivir en una crisis constante. Soy de la opinión de que las diferentes crisis que vamos atravesando a lo largo de nuestra vida, si las gestionamos correctamente, nos ayudan a evolucionar. Pero no por ello deberíamos buscarlas de manera constante (forzar las crisis) en un intento, de nuevo equivocado, de crecer más y más deprisa.

 

Por otro lado, y seguramente porque la sociedad va cambiando hacia el otro extremo, está la nueva cultura del “no” esforzarse. Por ejemplo, “aprenda inglés sin esfuerzo”, “hágase rico de manera fácil y rápida” o, siguiendo el hilo de este artículo, “cómprese una máquina que hará los estiramientos por usted de manera pasiva, sin ningún tipo de esfuerzo”. Muchos de nosotros no hemos aprendido a esforzarnos para conseguir las cosas, se nos ha ido dando todo hecho. Y esto es posible que sea así debido al rechazo de la rigidez, en ocasiones extrema, que había en la educación de nuestros padres, tíos o abuelos. Si lo que debo hacer no me gusta, me hace estar molesto, requiere un esfuerzo, duele, sabe mal o no me da ningún tipo de placer, lo rechazo. Cuando sentimos dolor, buscamos el camino fácil. Por ejemplo, si nos duele la espalda preferimos tomar una pastilla antes que hacer unos ejercicios o visitar a un masajista. Queremos quitarnos el dolor ¡ya!, y no nos preocupa qué nos está indicando. No queremos sentirlo más, no queremos sufrir. No sabemos ni podemos encarar un dolor, y mucho menos hacernos responsables de él. En esta huida, buscamos el placer, la satisfacción y la comodidad.

 

Si trasladamos ahora esta otra visión, digamos hedonista, a las mismas situaciones que antes, buscaremos siempre el disfrute, el entretenimiento y cualquier situación que nos dé satisfacción. El peligro que veo en este caso es que cuando llegan los momentos duros de la práctica, y éstos llegan, podemos entrar en una inercia que nos hará evitarlos, perdiendo así la posibilidad de profundizar en ella. Quizás nos parezca suficiente donde hemos llegado en la práctica, nos conformemos y no deseemos avanzar más. Pero esta actitud también podría responder a un miedo a encarar y atravesar esos momentos.

 

Aunque creo que cualquiera de las dos visiones son respetables, soy más bien partidario de una combinación de ambas, pero nunca de sus extremos. Desde mi punto de vista es necesario poder compartir una práctica, disfrutar de ella y del grupo o shanga para tener un ancla de referencia. Necesitamos de nuestros amigos de camino. Pero si nos falta la disciplina, el compromiso y el objetivo por el que practicamos, podríamos generar una nebulosa de la que nos será difícil salir. Nos podemos quedar “enganchados” al mundo de los placeres y satisfacciones, y girar constantemente alrededor de las relaciones y las emociones. Habrá entonces una tendencia hacia la dispersión, con el riesgo de perder claridad y dirección. Del mismo modo, si lo que falta es esta parte más placentera, el resultado será demasiado duro y rígido. Puede darse una predisposición a aislarse, haciendo que las relaciones sean difíciles o incluso conflictivas. En un extremo las personas se vuelven muy duras y exigentes consigo mismas y con los demás, poco flexibles, obsesivas y herméticas. La tendencia, en este caso, se dirige hacia la tensión.

Quizás la línea media esté en no buscar el sufrir ni el no sufrir, sino en permanecer abierto a las experiencias que van viniendo. Por ejemplo, imaginemos que vamos a comprar cebollas. Si nos gusta llorar constantemente compraremos sólo de las que provocan lágrimas, si no queremos llorar cogeremos únicamente las que las no las provoquen, y si estamos abiertos a ambas posibilidades simplemente compraremos cebollas. Es probable que las que nos hagan llorar no sean tan agradables como las que no, pero estaremos dispuestos a vivir la experiencia que nos ofrecen tanto unas como otras.

 

Teniendo en cuenta que todos tenemos un poco de todo, creo que el primer caso está muy relacionado con los valores que se nos han inculcado. Es una actitud autodestructiva. Si sólo buscamos las crisis entraremos en una rueda de sufrimiento constante que no nos permitirá crecer. Al igual que el hecho de forzar los estiramientos, nos hace sufrir y no nos deja, precisamente, estirar los músculos. No habrá espacio para relajarnos, descansar o respirar, sólo existirá una búsqueda de la dificultad, el conflicto y el sufrimiento. Después de una crisis necesitamos espacios de distensión para poder entender lo ocurrido y reflexionar sobre qué debemos hacer para evitar que ese mismo conflicto vuelva a aparecer.

 

En el segundo caso, encontramos una actitud infantil relacionada con el miedo y la pereza. En cuanto algo nos duele, aunque sólo sea una simple molestia, tomamos algo para no estar incómodos. En realidad nos da miedo el dolor, el sufrimiento. No queremos esforzarnos en estar mejor, simplemente no queremos estar mal. Evitando las crisis, nos escapamos de forma constante de nosotros mismos. Si no encaramos nunca los conflictos que van apareciendo perdemos la oportunidad de avanzar en nuestro camino. Necesitamos de esos obstáculos para desarrollarnos y superarnos como personas.

 

Por último, el tercer caso, me parece el más acertado. Más inteligente que volver la espalda a las crisis es permanecer abiertos cuando vienen y estar dispuestos a atravesarlas y sacarles provecho. Pero resulta igualmente eficaz saber disfrutar de los tiempos sin crisis. Las “no crisis” permiten reposo y acumulación, consolidación y gestación. Es el momento de integrar, reflexionar y comprender lo ocurrido. Además, este periodo nos prepara para el siguiente desequilibrio. Es la dinámica del yin y el yang. Muchas veces, cuando volvemos a practicar después de haber parado durante un tiempo no demasiado largo, descubrimos que hemos avanzado. Parece como si algo que se estaba cocinando en nuestro interior necesitase una pausa para reposar y poder sacarle mejor gusto y provecho.

 

He empezado el artículo hablando de la tendencia que nos lleva a forzar los ejercicios de estiramiento muscular y después lo he relacionado con nuestra manera de actuar en la vida. Podríamos decir que la misma causa que nos lleva a forzar un ejercicio, nos conduce a hacer lo mismo en situaciones determinadas de nuestro trabajo, las distintas relaciones que tenemos y ante la vida en general. El patrón de forzar está muy arraigado en nosotros y por mucha práctica que hagamos, por mucho trabajo de crecimiento personal que estemos realizando, si no le prestamos la debida atención, nos acompañará durante todo nuestro “viaje”. Creo que merece la pena entrenarse para ir “desaprendiendo” esta forma de actuar, quizás empezando por cosas sencillas, como pueden ser los ejercicios de estiramiento.

                                                                                                                  Juanolo, 20 de enero de 2009

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                    SOBRE EL T'AI CHI CH'UAN

                                                                    LA FORMA

 

 

Muchos de nosotros nos hemos acercado al Tai Chi Chuan después de haber observado realizar la “forma” en un parque, en un reportaje sobre China en la tv, quizás teniendo la suerte de ver en directo a un maestro o porque un amigo o familiar ha compartido con nosotros su “pequeña” experiencia en el arte. Esto que se llama forma es la encadenación de una serie de movimientos que se asemejan a una lucha y que normalmente se practican a un ritmo lento. La mayoría de nosotros no somos capaces de descifrar el contenido que lleva dentro, no entendemos nada... pero quedamos cautivados por la elegancia de sus movimientos. Sentimos algo nuevo, expresado de otra manera, con otro lenguaje, el corporal. Lentitud y fluidez, suavidad y firmeza, equilibrio y presencia son algunas de sus cualidades que nos llaman la atención y despiertan en nosotros el interés o la curiosidad: ¿lucha, danza o ritual?

Hay muchos estilos de Tai Chi Chuan, cada uno con diferentes formas y multitud de versiones en cada una de ellas. Se habla que en un principio sólo fueron tres movimientos, luego trece y después aparecieron las formas de 88 y 108 movimientos. Posteriormente la de 24, 48...

Hay formas más explícitas que otras a nivel marcial, más o menos adornadas, con pasos cortos o largos, anchos o estrechos. Existen formas con espada, sable, palo corto y largo, con abanico y seguramente seguirán surgiendo nuevas formas. No creo que sea importante cuál o cuántas formas conozcamos; hay quien con una forma de pocos movimientos tiene suficiente y quien necesita conocer diferentes formas y estilos. La profundidad en ambos casos puede llegar a ser la misma.

 

Se podría decir que la forma de Tai Chi Chuan es, de alguna manera, el principio y el final de la práctica. El principio, porque es lo primero que queremos memorizar; el final, porque cada una de las diferentes partes de la práctica deberían estar expresadas en ella. Diríamos entonces que la forma es la conclusión del entrenamiento. Cuando alguien con experiencia ve a otra persona hacer la forma no se fija tanto en la estética o en que los movimientos sean los correctos, más bien observa si está relajado o tenso, el enraizamiento, la respiración, el movimiento centrado y total… incluso percibirá el nivel de comprensión que esa persona tiene tanto en la meditación como en la lucha.

En el Tai Chi Chuan existen tres ritmos básicos en los que se realiza la forma. El más conocido es el ritmo lento o ritmo Tierra-Metal en el que destacan las cualidades de lentitud, enraizamiento y conciencia de cada paso, cada detalle y de la totalidad. El hecho de movernos tan despacio supone un reto para nosotros, acostumbrados a un ritmo de vida estresante… El segundo ritmo es el de Agua, caracterizado por la fluidez en los movimientos, los cuales se efectúan un poco más rápido. Exige conocer bastante bien la forma al ritmo más lento para que el movimiento no se convierta en algo confuso, sin claridad y exagerado. El tercero, el más exigente, es el ritmo de Fuego-Madera o ritmo de Combate, en el que el movimiento debe ser lo más rápido, preciso y certero posible. Este último ritmo es el más difícil y delicado de todos, y si no conseguimos que el movimiento sea relajado nos podríamos dañar al practicarlo. Es útil ejercitar primero por separado cada gesto para que no se convierta en algo precipitado ni en un derroche de energía. Otra dificultad que conlleva el ritmo de combate es llegar a encontrar el momento oportuno (timing) en la ejecución del gesto.

En las formas de algunos estilos podemos encontrar los tres ritmos mezclados en la misma secuencia.

Nuestra primera clase…

Es posible memorizar una forma a partir de un libro o un dvd, pero en mi opinión es más acertado tener contacto directo con un profesor o maestro que nos vaya transmitiendo el arte desde lo más básico. Cuando comenzamos clases de Tai Chi Chuan intentamos reproducir los movimientos de nuestro profesor y descubrimos que lo que para él es tan fácil, resulta prácticamente imposible para nosotros. Sentimos nuestra torpeza, nuestras limitaciones; nos damos cuenta de lo “desconectados” que estamos de nuestro propio cuerpo: la orden que parte de nuestra mente no se corresponde con el resultado. No hay equilibrio, ni coordinación y mucho menos precisión. La primera clase, para muchos de nosotros, puede llegar a ser frustrante. Si esto no nos desanima a continuar intentándolo e intuimos que este entrenamiento nos puede beneficiar, poco a poco comenzaremos a sentirnos dentro del cuerpo y su movimiento. De alguna manera viviremos partes de nuestro cuerpo que estaban dormidas y calladas, con las que nunca nos habíamos relacionado.

Otra dificultad que nos encontramos está en memorizar la forma; nos cuesta mucho encadenar los movimientos por falta de coordinación, de equilibrio o de memoria. Aunque ciertas personas aprenden con bastante rapidez la secuencia, la mayoría necesita bastante tiempo para poder realizarla sin mirar o seguir a otra persona. Hay quien la aprende paso a paso y quien la va aprendiendo a base de repetir la secuencia completa. De una u otra manera necesitaremos una buena dosis de paciencia y constancia para llegar a aprenderla.

Cuando ya sabemos la forma…

Tras esta primera etapa pasamos a otra que consiste en ir perfeccionando los diferentes movimientos. Aunque hayamos conseguido memorizar la forma nos damos cuenta de que todavía no está “habitada”... no nos sentimos fluidos en el movimiento. Para ir “afinando” nuestra forma no nos queda otra posibilidad que repetirla y repetirla; tanto la secuencia entera como cada movimiento por separado. A base de insistir, los movimientos van tomando sentido. Aquí es importante no olvidarnos de prestar atención a las transiciones entre las diferentes posturas, son instantes en los que nos podemos distraer perdiendo la atención, la estructura, el equilibrio o la relajación; a veces un movimiento es muy correcto pero el paso al siguiente gesto “rompe” la armonía. Los desplazamientos con nuestros pies y piernas, aunque menos vistosos que los movimientos de los brazos, pueden ser resolutivos al practicar empuje de manos o combate… por lo que al ejecutar la forma también deberíamos estar presentes en el lapso de tiempo que va desde que levantamos un pie hasta que lo colocamos delante o detrás.

Un peligro en esta etapa podría ser convertirla en algo mecánico y aburrido, nuestra mente no estará entonces en el presente sino vagando o reaccionando. Para evitarlo podemos poner la atención en cada repetición como si ésta fuera diferente (que en realidad, lo es): cómo es mi respiración, hacia dónde hago el gesto, qué ocurre con la mano que no es la protagonista, cómo está colocado mi pie atrasado, qué me provoca o sugiere un determinado gesto…

En este momento de ir enriqueciendo nuestra forma creo que no deberíamos intentar reproducirla exactamente igual a la de nuestro profesor; sería más hábil hacerlo a partir de nuestra sensación y experiencia personal. No consiste en convertirnos en fotocopias sino en ir desarrollando la propia conciencia del proceso. Con ayuda de nuestro profesor y las herramientas que nos va dando deberíamos ir investigando hasta encontrar una expresión más natural y acorde con nuestras características personales. Pasaremos por momentos de descubrimiento, de estancamiento, de placer, de pereza y como he dicho antes de aburrimiento, donde el compromiso que cogemos con nosotros mismos es esencial para continuar…

Y ¿qué quiere decir cada movimiento?

Llega un día en el que podemos reproducirla de una manera más o menos fluida, pero seguimos sin entender el significado de cada postura: es el momento de comenzar a vivirla en el sentido de lucha. Poco a poco deberíamos conocer mejor el lenguaje marcial y las aplicaciones de cada uno de los movimientos (y sus transiciones). Y para ello necesitamos la práctica del empuje de manos y el combate. No se trata de conocer mentalmente la aplicación de un gesto, es preciso sentirlo en nosotros mismos para poder expresarlo después en la forma. El trabajo con un compañero es esencial para que nuestro cuerpo entienda cada gesto y cada desplazamiento.

Este entrenamiento irá a la vez despertando la sensibilidad en nuestra piel, músculos y huesos; iremos haciéndonos más conscientes del espacio que necesitamos en situaciones diferentes; comprenderemos mejor las cualidades yin y yang de cada movimiento y el instante en que uno se transforma en el otro. Podremos descubrir la pequeña expresión yin dentro de un momento yang y viceversa: la recta dentro de lo circular y el círculo dentro de lo rectilíneo.

Es un entrenamiento que no tiene límites, ya que según vamos profundizando en su práctica la comprensión de sus aplicaciones se hace más fina. Al conocer el significado de los gestos esta práctica, sin duda, nos llevará a educar nuestra mente en la intención y actitud correctas a la hora de ir ejecutando los movimientos de la forma. Deberíamos evitar, no obstante, quedarnos atrapados en esta etapa. Una vez que nuestro cuerpo ha asimilado el gesto marcial ya no es necesario que nuestra mente visualice las diferentes aplicaciones. Igual que en cualquier etapa del aprendizaje, cuando algo se llega a integrar deberíamos dejarlo pasar sin apego; es el propio cuerpo el que lo dirige a partir de ese momento, la mente queda libre.

Un día el profesor nos habla de la respiración en la forma e intentamos coordinarla para que coincida con los movimientos. Nos encontramos entonces con otra gran dificultad ya que normalmente cuando pensamos en la respiración el movimiento se bloquea y al revés. Por mi propia experiencia soy más partidario de dejar que la respiración vaya llegando por sí sola, ya que los mismos gestos nos llevarán tarde o temprano a respirar de una manera coherente con ellos. Es decir, la respiración se irá adaptando al movimiento. Pienso que el trabajo con el Qi Gong nos puede ayudar mucho a la hora de que la respiración se vaya integrando en la forma, ya que los movimientos suelen ser más sencillos y repetitivos y no son frecuentes los desplazamientos con las piernas.

En cambio, cuando nos referimos al ritmo lento al realizar la forma, éste debería estar marcado por la respiración, de manera que el movimiento se adapte a ella. Muchos de nosotros interpretamos que una respiración sana debe ser lenta y profunda y quizás sí, pero en muchas ocasiones nuestra respiración no puede ser así. No deberíamos forzar nuestra respiración para así hacer la forma más lentamente. Nuestras preocupaciones y emociones influyen directamente en el ritmo de nuestra respiración (respiramos como podemos en cada momento) por lo que si controlamos la respiración para hacerla más lenta corremos el riesgo de bloquearla y dejará de ser fluida, perdiendo así la relajación. Prácticamente todos nosotros tenemos algún bloqueo de tipo respiratorio (seguramente desde nuestra infancia) que se localiza normalmente a nivel de nuestro diafragma. A partir de este momento el resto del cuerpo se va organizando para poder respirar siempre lo mejor posible, a costa de irse bloqueando a otros niveles musculares, articulares… Mi opinión es que para llegar a eliminar el bloqueo diafragmático a través de una práctica como esta puede ser más útil primero ir desbloqueando el resto de rigideces o contracturas debidas al primer bloqueo, como ir quitando las capas de una cebolla. A veces nuestra coraza muscular es tan grande que ir directamente al centro puede estar acompañado de situaciones más o menos desagradables; algo que podría ser interesante en una sesión de psicoterapia pero no tanto en una clase de Tai Chi. Si nuestra respiración no es tan lenta como nos gustaría, podemos aceptarlo y realizar la forma al ritmo que la misma respiración nos marca; o bien, si queremos hacer la forma muy lentamente podemos dejar la respiración libre y sin acompañar al movimiento.

Otro aspecto a ir desarrollando en la forma sería la presencia, la atención en el aquí y ahora. Una vez que la forma se ha memorizado y practicado suficientemente para que la mente no tenga que estar pendiente de cada movimiento, ésta puede distraerse de nuevo muy fácilmente. En muchas ocasiones nos damos cuenta de que la forma se ha hecho sola y nuestra mente ha estado divagando o estaba atrapada en alguna preocupación. Es el momento de poner más atención en la práctica del estado meditativo. Al ser libres de pensar en los movimientos podemos estar atentos a todo tipo de sensaciones, sentimientos, emociones… que van surgiendo con el mismo movimiento; intentando no quedarnos apegados a ellos sino observándolos un instante y dejándolos pasar. Podemos detectar cuándo nuestra estructura se ha roto sin estar atentos a ello; o momentos en los que sentimos claramente el fluir del qi. Puede que descubramos qué significa para cada uno de nosotros avanzar o retroceder; qué supone dar un puñetazo o una patada; qué sucede cuando terminamos un movimiento y comenzamos el siguiente. Más allá de hacer la forma impecablemente está el cómo es y cómo vivimos el “viaje” desde que nos colocamos para hacer la forma hasta que saludamos al finalizarla.

Llega un momento en que la forma se transforma en la “no forma”, cuando dejamos al cuerpo encontrar su propia expresión espontánea y genuina. No hay una secuencia predeterminada, uno mismo no sabe cuál será el siguiente gesto. El movimiento surge entonces de nuestro interior, refleja nuestro estado más verdadero. Esto no quiere decir que debemos abandonar la secuencia formal, ya que además nos une al grupo en un lenguaje común, pero nos abre una puerta hacia el movimiento auténtico.

Por último, no deberíamos estar únicamente atentos a nuestro interior sino estar igualmente presentes a lo que ocurre a nuestro alrededor, abriendo todos nuestros sentidos: el aire en nuestra cara, el contacto con la tierra, los sonidos y olores agradables o desagradables, el movimiento de nuestros compañeros… es como estar en comunión consigo, con los demás y con el entorno; buscando un estado de empatía y de conexión más allá de uno mismo, más allá de la dualidad. Quizás éste sería el aspecto espiritual del Tai Chi Chuan, en el que el ritual, realizado en grupo o individualmente, sería la forma. Podríamos hablar entonces de la forma como una oración rezada con nuestro propio cuerpo, corazón y mente.

He intentado expresar diferentes etapas en el aprendizaje de la forma separándolas entre sí para una mejor comprensión; no obstante, estas etapas están en muchas ocasiones entrelazadas y complementándose mutuamente.

                                                                                                                                                                                                                                                                          Juanolo, 3 de marzo de 2006

                                 LA FORMA II (EFECTOS TERAPÉUTICOS)

 

 

De sobra son conocidos los efectos beneficiosos para la salud que tiene la práctica de tai Chi Chuan: nos aporta calma, mejora la respiración, la circulación sanguínea y energética, tiene un efecto directo sobre los diferentes órganos y el sistema inmunitario… La relajación en nuestros músculos y tendones posibilitarán una mayor apertura de nuestras articulaciones. Aumentará nuestro “espacio interior” tanto a un nivel físico como emocional y mental. En mi opinión todo esto es algo que lo diferencia del deporte de competición, donde la necesidad de ganar producirán el efecto contrario: mayor tensión muscular y tendinosa, presión intra-articular en aumento… en detrimento de la propia salud del que lo practica.

 

Algo que comprobamos enseguida es la relajación general en todo el cuerpo; aunque en mi opinión el Tai Chi necesita de una buena serie de estiramientos para conseguir una mejor elasticidad y elongación de nuestros músculos (disciplinas como el Yoga o algunos tipos de Qi Gong pueden ayudarnos a conseguirlo). En caso contrario la relajación que nos aporta exclusivamente la forma puede quedarse a un nivel más superficial.

Las diferentes posturas de la forma tienen también en cuenta los meridianos o canales de energía (qi), de manera que al ejecutar la forma vamos abriendo y estimulando la circulación energética. En un principio tenemos una sensación de hormigueo o de calor en las manos y brazos, pero poco a poco la sensación se convierte en una suave vibración más generalizada. Esto sucede tanto a un nivel más físico, por ejemplo en nuestros músculos, órganos; o más sutil, como el Tan Tien o determinados puntos energéticos. La importancia no está en el hecho de sentir el qi sino en que eso indica que se van despertando y sensibilizando diferentes partes de nuestro cuerpo.

Si miramos los efectos en cada uno de los tres niveles, cuerpo, corazón y mente, la forma puede ayudarnos en cada uno de ellos dependiendo de dónde pongamos el énfasis al realizarla. El primer aspecto sería el más físico, la estructura. En muchas ocasiones podemos observar a un practicante ejecutar la forma de una manera muy suave y estética, pero si prestamos atención a sus pies, rodillas, caderas y pelvis nos damos cuenta de que su estructura está rota o bloqueada en algunos de esos niveles. En estos casos, podemos conseguir una determinada calma al realizar la forma pero la exigencia muscular es todavía grande, sobretodo a nivel de los músculos que rodean las rodillas y la zona lumbar. Esto quiere decir que la relajación es menor y menos efectiva. Cuando pasamos a la etapa de ir perfeccionando la forma deberíamos dar más importancia a una colocación correcta de los diferentes segmentos y articulaciones de nuestro cuerpo que a realizarla de la manera más estética posible. La suavidad arriba sin una buena base o enraizamiento no es una suavidad de verdad.

Lo mismo ocurre con los brazos con respecto a la espalda: en ocasiones encontramos formas que se recrean demasiado en movimientos de los brazos y manos, produciendo una tensión extra en los hombros, pecho y zona cervical. En muchos casos el movimiento no viaja desde los pies por todo el cuerpo hasta las manos, sino que proviene directamente de los hombros; convirtiéndose en un movimiento fraccionado y rígido.

Igualmente es importante la armonía en la postura: la posición de los brazos y piernas debería relacionarse con el cuerpo en una proporción natural, cómoda y efectiva. Debemos evitar sobre-extensiones de nuestras extremidades o quedarnos a medio camino sin terminar de hacer un movimiento hasta el final.

Si conseguimos una estructura correcta y adecuada a las características de cada uno el efecto terapéutico a nivel de relajación muscular, tendinoso y articular será mayor y más efectivo: nuestro cuerpo podrá ir reequilibrándose con el tiempo. También en este caso la estimulación circulatoria del qi será más efectiva. Por supuesto, todo esto facilitará un mayor equilibrio emocional y mental.

El siguiente aspecto del que podemos beneficiarnos es el nivel de los sentimientos y emociones. Al utilizar los diferentes ritmos entrenamos y desarrollamos diferentes cualidades y dependiendo del momento en el que nos encontremos puede ser más útil uno u otro. En los períodos en los que nos sentimos demasiado cansados o decaídos un ritmo fluido nos puede dar energía para afrontar ese momento. También en los casos en los que la confusión no nos deja ver o decidir con claridad. El ritmo de agua nos ayuda a mover y despejar los aspectos que nos tienen atrapados. La mente debe estar ocupada en el ritmo, en que el movimiento no se “desborde”, en no precipitarse… y por lo tanto se encontrará más libre con respecto a lo que nos está inmovilizando. Esto, a su vez, puede ayudarnos a una posterior reflexión y elaboración más efectiva de nuestras dudas y conflictos.

Si en cambio nos sentimos demasiado bloqueados, estancados o tensos, el ritmo rápido puede ayudar a desahogarnos, a “romper” y “limpiar” esas tensiones encerradas en las diferentes partes de nuestro cuerpo. Incluso es posible que se hagan más conscientes aspectos emocionales encerrados en dichos bloqueos. Es importante aquí poner mucha atención en la ejecución del gesto para evitar lesiones innecesarias.

Por último si estamos demasiado eufóricos o impulsivos, el ritmo lento es el que nos dará la calma que necesitamos. Quizás por el ritmo de vida que llevamos en el que es esencial ralentizar y parar, este ritmo lento es el más utilizado.

En cuanto a la mente, ya desde la primera clase podemos experimentar un efecto de calma debido a que al ser todo nuevo nuestra mente debe estar al cien por cien en el entrenamiento y no tendrá tiempo de distraerse y divagar. Normalmente nuestra mente está demasiado ocupada en el pasado, futuro, problemas, deseos… tenemos una cascada constante de diferentes pensamientos pasando de uno a otro con rapidez. El hecho de estar concentrados en una sola cosa (siempre que esa concentración no sea demasiado tensa) hace que la mente experimente calma tras la sesión. Lo mismo ocurre en las etapas de ir memorizando y perfeccionando la forma. La mente debe estar pendiente de cada detalle y lo normal es que no se distraiga.

Una vez superadas estas etapas, la mente no necesita estar tan pendiente de los diferentes movimientos y pasamos al aspecto más sutil, que sería la actitud meditativa, en el cual se puede desarrollar la presencia y la atención. El poder mantener la mente desapegada de todo lo que vaya apareciendo mientras realizamos la forma y a la vez receptiva y atenta al momento presente nos aporta una relajación mucho más profunda.

Si fuéramos capaces de integrar este aspecto en nuestra vida cotidiana conseguiríamos caminar de una manera más sana en la vida, tanto en lo que nos gusta como en lo que no. Podríamos sentirnos mejor y disfrutar un poco más de todo lo que nos toque vivir.

                                                                                                                                                                                                                                                                                     Juanolo, 15 de marzo de 2006

                                                         EL EMPUJE DE MANOS

 

En los manuales de Tai Chi Chuan podemos ver fotografías y dibujos explicándonos diferentes técnicas del empuje de manos; también nos detallan los diferentes aspectos que podemos conseguir con su práctica: equilibrio, enraizamiento, escucha del compañero, adherirnos, seguir, capacidad de ceder, neutralizar o desviar... todos ellos aplicables al resto del entrenamiento Tai Chi. Lo difícil es leer sobre las dificultades y frustraciones que nos vamos encontrando en esta misma práctica.

Por otro lado, este intercambio no sólo se da a un nivel físico, lo que podría provocar que se movieran sentimientos o emociones en nuestro interior; algunas placenteras y otras no tanto.

Me gustaría comentar diferentes vivencias y obstáculos que he ido encontrando en la práctica del empuje de manos, así como los riesgos que conlleva cada una de las partes del entrenamiento:

Las técnicas

Cuando mencionamos el empuje de manos, lo primero que nos viene a la cabeza son estas rutinas que normalmente resultan incómodas de realizar. Lo más frecuente es que nos sintamos rígidos y torpes cuando las estamos practicando. El profesor nos habla de ceder y ser suaves, pero nos resistimos constantemente. A lo mejor nos ha tocado un compañero que empuja “demasiado” fuerte y al poco rato ya nos duele el hombro (o todo el cuerpo); nos vemos deseando que se proponga rápido el siguiente ejercicio…

Estas rutinas suelen consistir en que uno empuja hacia una zona del cuerpo del compañero y éste cede (normalmente hacia atrás) y desvía para después empujar al primero, y seguir en este juego de “dar y recibir”. Existe una gran variedad de técnicas simples y dobles, con los pies fijos o en movimiento.

Cuando practicamos las técnicas deberíamos evitar mantener situaciones demasiado tensas. Al principio no solemos ser conscientes de nuestra rigidez, por lo que no podremos relajar lo suficiente al recibir, provocando que haya tensión durante todo el ejercicio. En lugar de estar aguantando sería mejor parar y hablar con nuestro compañero para llegar a una manera más relajada de realizar la técnica.

También puede suceder lo contrario: que nos encontremos en una situación demasiado “suave” en la que ninguno de los dos tiene la intención de empujar, por lo que tampoco hace falta recibir ni desviar. Nuestro ejercicio parece un “molinillo” que gira sin sentido. Además, no deberíamos pensar que sólo por el hecho de que la ejecución de las técnicas sea suave, nos llevará a conocer verdaderamente la suavidad de la que nos hablan Los Clásicos.

A veces suele haber discusiones sobre si la distancia entre la mano y el pecho debe mantenerse intacta o puede variar al realizar las rutinas. He practicado técnicas desde los dos puntos de vista y pienso que ambos enfoques son válidos. Deberíamos ser capaces de combinarlos dependiendo de las circunstancias y de lo que se quiera enfatizar con la técnica. Por ejemplo, cuando se quiere entrenar el enraizamiento podemos aconsejar mantener esa distancia, y enseñarles a ir transformando la resistencia de sus músculos en relajación. En cambio, si queremos practicar el “ceder”, puede ser más hábil proponer lo contrario, permitiendo que el practicante ponga la atención en otros aspectos necesarios en este mismo ceder, como son la estructura corporal, la escucha y la adherencia.

Aunque dicha distancia se suele asociar a conceptos como “espacio” o “peng”, no los podemos reducir a un tema de distancia. El espacio debería comenzar “dentro” de uno mismo. ¿Hasta dónde llega mi espacio o a partir de dónde me siento invadido? Todos conocemos personas que se sienten invadidas cuando alguien se acerca a dos metros, y otras que mantienen su espacio incluso en el cuerpo a cuerpo. Las primeras tendrán más tendencia hacia la resistencia y les sería muy útil practicar las técnicas cediendo o perdiendo su “territorio”, al recibir. También hay personas con mayor tendencia a la inhibición y desestructura, que podrían sacar mayor provecho si las realizaran manteniendo este mismo espacio.

Algo importante que nos pueden aportar las técnicas es la comprensión del “vacío”. El inconveniente es que es uno de los aspectos más difíciles de integrar, no sólo en el empuje de manos, sino también en todo el entrenamiento Tai Chi. Cuando hemos terminado de empujar y nos disponemos a recibir, en muchas ocasiones no estamos en una actitud real de recibir, sino que nos estamos resistiendo al empuje del compañero. No nos vaciamos. Esto hace por un lado, que el compañero se pueda apoyar en nuestro brazo (y desde ahí desequilibrarnos) y por otro lado, aparece una tensión constante durante todo el ejercicio; por lo que aparecerá muy posiblemente dolor en el brazo, hombro o cuello.

Cuando estamos realizando las técnicas de empuje de manos y llega el momento de recibir, algo debería cambiar en nuestro interior. Justo después del lleno completo llega el vacío, cuya cualidad es muy diferente. ¿Qué significa para uno mismo ceder, recibir, escuchar o aceptar? Deberíamos observar cómo estamos recibiendo, la respuesta de nuestros músculos, ¿cedemos o nos resistimos? A veces cedemos resistiéndonos… La mínima resistencia permitirá que el compañero se apoye en nuestro brazo, colocándonos en una posición desfavorable. Pero a la vez es imprescindible mantener el contacto con el compañero, para no perder la escucha de su intención y movimiento.

Cualquiera que haya practicado este tipo de ejercicios sabe lo complicado que es conseguir este nivel de sensibilidad y escucha. Sin embargo, con paciencia, poco a poco comenzamos a comprender. Puede que un día descubramos que aquél compañero que empujaba tan fuerte no sólo lo hacía porque era un bruto, sino también porque se encontraba con nuestra propia resistencia.

Cuando nos resistimos, en realidad no estamos aceptando el empuje del compañero, quizás nos representa una agresión (a pesar de que se trate de un ejercicio). Nuestra reacción ante dicha agresión puede llevarnos a la rigidez, y también a la inhibición. Seguramente, nuestras reacciones ante el empuje de un compañero tienen mucho en común con nuestras reacciones en la vida cotidiana.

Uno de los principales riesgos, en mi opinión, al practicar las rutinas es hacernos daño a nivel articular o muscular. Como el mismo nombre indica, rutina es aquello que repetimos una y otra vez durante largo tiempo. Tras unos minutos repitiendo lo mismo, puede que surja el aburrimiento y la mente comience a divagar; pasando a ejecutar la técnica de forma automática y no siendo conscientes ni del movimiento en sí, ni de la colocación de nuestros pies, rodillas, caderas... De esta manera, además de convertirse en algo estéril (ya que será prácticamente imposible su integración), iremos sobrecargando alguna(-s) zona de nuestro cuerpo, pudiendo llegar a auto-lesionarnos (como ocurre frecuentemente a nivel de las rodillas o zona lumbar y cervical).

Por otro lado podemos caer, sobretodo si tenemos facilidad al practicar las técnicas, en desear conocer todas las que podamos. Aparece entonces una especie de ansiedad que nos lleva a querer aprender constantemente diferentes técnicas. Por un lado es imposible conocer todas las versiones y por otro, creo que es muy difícil poder practicar y profundizar en todas ellas. En mis primeros años de práctica tenía mucha avidez de aprender diferentes técnicas, hasta que comprendí que puede ser mucho más rico practicar unas pocas e investigar en ellas. Cuando conocemos muchas rutinas y queremos practicarlas todas, será casi imposible profundizar; ya que el tiempo se irá sólo en recordar todas ellas.

La práctica de las técnicas tiene la función de ayudarnos a afinar la escucha de la intención del compañero, haciéndonos uno con él y experimentando las respuestas más adecuadas. Las técnicas son simplemente un instrumento para conseguir todo esto y nunca un fin. Si damos demasiada importancia a esta parte del entrenamiento obviando otras en las que entra más en juego la espontaneidad, corremos el riesgo de quedarnos en un nivel superficial de la práctica. Al final la técnica debería desaparecer para dar paso a la creatividad y a la improvisación.

Las aplicaciones marciales (de dichas técnicas).

Esta parte del entrenamiento suele ser más amena que la anterior. Nos ayuda a profundizar en las técnicas ya aprendidas, llenando de contenido los movimientos que estamos realizando. Son ejercicios en los que el compañero nos da un estímulo ya pautado y nosotros respondemos utilizando la aplicación de la técnica que corresponde (o un movimiento de la forma). Se trata de repetirlo también muchas veces de manera que podamos ir perfeccionando el movimiento, hasta conseguir realizarlo de la manera más relajada y efectiva posible.

Al repetir la aplicación tantas veces podemos de nuevo caer en lo automático y distraernos. Para evitarlo es muy importante el papel del compañero o sparring. Algunas veces no damos el estímulo bien porque nos hemos despistado, haciendo que la información que le llega al otro sea errónea para la aplicación que debe realizar (y que de todas formas efectuará, porque es el ejercicio que toca). De esta manera este último estará educando su cuerpo para dar una respuesta equivocada o incluso resistirse.

Otro problema aparece cuando estamos dando un estímulo y nos han hecho ya la aplicación cuatro o cinco veces. En muchas ocasiones aparece un mecanismo automático e inconsciente, que hace que empecemos a resistirnos, o que demos un estímulo demasiado rápido y fuerte para la capacidad de respuesta del otro: estamos compitiendo con él. A nuestro ego no le gusta “perder” y no quiere volver a caer.

De la misma manera podemos exagerar el resultado del ejercicio, o incluso dejarnos caer antes de que el otro haya podido hacer nada. En este caso el que está haciendo la aplicación no podrá llegar a sentir lo que hace ya que en realidad “no lo hace”.

En todos estos casos hay una falta de conciencia del ejercicio en sí y del papel que nos ha tocado. El compañero debe estar atento a dar el estímulo con la máxima precisión posible y no demasiado duro para que el otro pueda hacer su trabajo, pero sin perder la intención del supuesto ataque que debe realizar. Y por supuesto debe estar dispuesto a “caer” cuantas veces haga falta mientras el otro practica la aplicación. De paso podría ser interesante experimentar sobre el papel del que cae: ¿cómo vivimos el caer, la frustración, el perder? ¿En qué momentos de nuestra vida nos sentimos así...?.

Creo que si estamos atentos a este tipo de cosas cuando nos toca este papel, ambos podemos salir beneficiados: el compañero conseguirá integrar la técnica que está practicando, y nosotros estaremos trabajando a un nivel más profundo, con la competitividad de nuestro ego y aprendiendo a ser un poco más generosos. Si nos ocupamos de que nuestro compañero aprenda más, recibiremos lo mismo de él haciendo el intercambio mucho más rico y provechoso.

Ejercicios de sensibilidad

Son ejercicios con los que iremos adquiriendo diferentes sensibilidades como la adherencia, la escucha, el unirse y seguir al otro... Cuando realizamos la lucha del empuje de manos, mantenemos continuamente el contacto con el compañero. Los brazos (y el resto del cuerpo) actúan como antenas, se convierten en nuestros “ojos y oídos”, y nos avisarán de la intención del otro. Se trata de ir educando la sensibilidad de nuestra piel, la cual debido al predominio del sentido de la vista, no está muy desarrollada. Esto será muy útil en la lucha ya que podremos “sentir” el ataque del compañero un instante antes de que lo podamos ver.

Estos ejercicios nos ayudarán también a entender el enraizamiento, o el “lleno y el vacío”. Con ellos aprenderemos a empujar con menos esfuerzo, a utilizar la fuerza del compañero recurriendo a la estructura y las mecánicas corporales, en lugar de aplicar la tensión de nuestros músculos.

El riesgo en este tipo de ejercicios es que al no haber tanto compromiso de lucha, podemos perder el sentido y la intención marcial al realizarlos. Debemos estar atentos para que no se convierta en un “mover por mover” los brazos sin ninguna intención ni sentido.

Las posiciones estáticas o Zhan Zhuang

Las posiciones estáticas tienen mucho que aportar al empuje de manos, tanto a nivel de relajación y de estructura, como de actitud en la lucha:

En Zhan Zhuang hay diferentes posiciones de brazos y piernas, siendo la más conocida la de “abrazar el árbol”. Se pueden practicar con diferentes enfoques, terapéuticos y marciales; con visualizaciones o sin ellas, con los ojos abiertos o cerrados, con diferentes tipos de respiración...

Aunque normalmente le damos mucha importancia a la “cantidad” de minutos que nos mantenemos inmóviles, creo que es más importante la “calidad” en la ejecución del ejercicio. Debemos evitar pensar que si practicamos muchas horas conseguiremos automáticamente comprender “la verdad” de estos ejercicios. Practicarlas sin conciencia nos puede hacer daño y no nos aportará demasiado.

Cuando permanecemos un tiempo de pie con los brazos levantados no tenemos más remedio que ir ajustando nuestra postura, para que el dolor, que no tardará mucho en aparecer, no se nos haga insoportable. Diferentes tipos de tensiones van apareciendo y bloqueando el sistema músculo-esquelético, respiratorio y/o neuronal con mayor frecuencia. Aparece el dolor. Este dolor es algo que nos va a acompañar en esta práctica pero será muy importante cómo lo enfoquemos. No deberíamos buscarlo ni rehuirlo; y nuestra actitud puede hacer que sea útil en nuestro entrenamiento, tanto para mejorar nuestra técnica como nuestra estructura corporal. Por supuesto que a nadie nos gusta sufrir el dolor, pero si lo aceptamos y observamos, iremos aprendiendo a relajar las diferentes partes de nuestro cuerpo que contribuyen a que éste aparezca.

Creo que uno de los riesgos es tomar una actitud de “aguantar” o “resistir” en este ejercicio. Si aguantamos un dolor nos estamos aferrando a él, y lo más normal es que éste crezca. Nuestra mente se resiste y lucha contra el dolor, mientras nuestra musculatura se pone cada vez más tensa y el diafragma bloquea la respiración. Al resistir estamos generando otra tensión y añadiéndola a la que ya existía. Si entrenamos mucho podremos “aguantar” durante mucho tiempo pero en mi opinión no se trata de eso, sino de “soltar”, de “relajar”. Si nos encontramos “resistiendo” y no conseguimos relajar la doble tensión que se origina, pienso que es mejor descansar y retomar la postura tras unos minutos.

Se suele decir que cuando el dolor aparece debemos observarlo con distancia. De esta manera descubriremos por ejemplo, que no es algo fijo, sino que cambia de intensidad, de lugar, de temperatura e incluso a veces desaparece para volver a aparecer; o no. Unas veces es agudo, otras difuso, más interno, más externo...

Pero igual de interesante es observar cómo reacciona nuestra mente ante el dolor: ¿Se distrae? ¿Se apega a él? ¿Está esperando a que el profesor diga de bajar los brazos? ¿Aceptamos el dolor o nos lo queremos quitar de encima lo antes posible? ¿Existe lucha en nuestra mente? Muchas veces no podemos más, sentimos que deberíamos bajar los brazos, pero no lo hacemos para no mostrarnos débiles, por ejemplo.

De la misma manera, si observamos nuestro cuerpo veremos que está haciendo micro-movimientos para “escapar” del dolor. Estos pequeños movimientos se realizan de forma automática buscando una posición más “cómoda” (que a su vez nos llevará a un nuevo dolor). También puede aparecer temblor debido a la rigidez y debilidad de nuestros músculos. A algunos nos asusta este temblor y en ese caso podemos detenerlo; sabiendo que un día puede merecer la pena no parar, atravesarlo y ver qué sucede. Si nos fijamos a nivel emocional veremos que a lo mejor existe miedo de no ser capaz de “aguantar” hasta que el profesor diga el final. Quizás experimentamos frustración, vergüenza o rabia si hemos tenido que bajar los brazos; orgullo o euforia si lo hemos logrado. A lo mejor proyectamos la figura del padre en el profesor y eso nos hace reaccionar de una manera u otra. O quizás queremos demostrar al grupo que podemos hacer el ejercicio.

También pueden aparecer diferentes reacciones ante la debilidad e impotencia que el dolor nos provoca: ansiedad, tristeza, llanto...

Mi opinión es que cuando aparezca el dolor, nos aseguremos primero de que nuestra estructura esté bien alineada, y en caso contrario ajustar la postura. Nos daremos cuenta de que siempre hay, en cada uno de nosotros, una o más zonas de tensión que se repiten, lo que provoca que nuestra posición esté a menudo descompensada. Debemos estar atentos a corregir las veces que sean necesarias dichos bloqueos, en un intento de buscar la posición más relajada posible.

De todas formas aunque nuestra estructura esté bien alineada, es posible que el dolor nos acompañe durante parte o todo el ejercicio. Pero este tipo de dolor será diferente: percibiremos algo más interno, un dolor con “historia propia”. A medida que la relajación es más profunda, van deshaciéndose bloqueos energéticos-musculares. En este momento, lo que se suele recomendar es que la mente esté fija en algún aspecto determinado, más encarado a la relajación o a lo marcial. Pero también podemos optar por un enfoque más contemplativo, donde la mente pueda observar el dolor y lo que éste nos provoca. El dolor, de alguna manera, refleja nuestro “ruido interno” y es hábil darle un espacio para expresarse: ¿Qué tipos de pensamientos, imágenes, recuerdos, sentimientos... aparecen cuando miramos al dolor? ¿Qué reacciones aparecen a nivel corporal y emocional? ¿Cómo estamos viviendo el dolor?

Puede que con el tiempo vayamos quitando capas, descubriendo cosas y profundizando en un dolor que, si fuéramos más sensibles y perceptivos, hubiéramos detectado mucho antes.

Un riesgo en este ejercicio es la distracción, incluso aunque exista el dolor (sería una manera de negarlo). Aunque parezca difícil, podemos llegar a tener un estado de “aletargamiento” mientras practicamos las posiciones estáticas. En muchos de nosotros, pueden más los proyectos de futuro y recuerdos del pasado que el dolor del aquí y ahora. Esto puede conllevar a hacernos daño a nivel músculo-esquelético. Desaparece así nuestra “presencia interna”. Pienso que es hábil adoptar una actitud de “alerta”: como si fuera a suceder algo y no nos lo quisiéramos perder. O también, como si decidiéramos comenzar a movernos sin llegar a hacerlo: el movimiento en la quietud.

A veces, estamos en el presente y lo que nos distrae son las sensaciones agradables, como calor, hormigueo, colores o cualquier otra sensación. Está muy bien ser conscientes de que están, pero no deberían desviarnos del trabajo.

En ocasiones, cuando practicamos “Zhan Zhuang”, poco a poco nos vamos comprimiendo, haciéndonos “pequeños”. Nuestra espalda, en lugar de irse abriendo, se cierra y encoge. En este caso va desapareciendo también nuestra “presencia externa”. Creo que al practicar este tipo de ejercicios no debemos perder la noción de expansión. Nos puede ayudar la idea de estar “dentro” de la corteza del árbol, empujándola suavemente hacia fuera en todas las direcciones.

De la misma manera no debemos descuidar el aspecto complementario: la compresión. Una y otra se deben ir generando mutuamente, como el Yin y el Yang.

Una de las mayores dificultades que he encontrado hasta ahora es relajar las piernas. Desde el momento en que somos conscientes de que nuestras piernas están en tensión, nuestro trabajo será ir eliminando el excesivo gasto muscular y energético que utilizamos, para simplemente estar de pie. Es una tarea muy difícil porque inconscientemente volvemos a tensar las piernas. Como si tuviéramos miedo a caernos, por el hecho de relajarnos. Además, no nos creemos que se puede luchar con las piernas relajadas; tenerlas “apretadas” nos da más seguridad. Por tanto, debemos estar muy atentos y verificando, cada corto espacio de tiempo, el estado de nuestras piernas. El llegar a entender, aunque sea mínimamente, cómo relajar las piernas, produce unos cambios interesantes en el resto del entrenamiento…

Cuando estamos en nuestras primeras etapas en el Tai Chi, es muy difícil entender que el hecho de estar de pie y quieto durante un período más o menos largo, pueda llegar a ser uno de los principales ejercicios. Pero la práctica poco a poco va llevándonos a mirar cada vez más hacia dentro y más pequeño. Cuanto más lleguemos a comprender la estructura en la quietud, más fácil será aplicarla al movimiento.

De todas formas no creo que sea conveniente practicar Zhan Zhuan en esas primeras etapas del aprendizaje, y menos durante largos períodos de tiempo. Mejor ir familiarizándose con el Tai Chi en general. Y cuando llegue el momento, siempre es recomendable un profesor cualificado, que nos ayude a iniciarnos en esta práctica.

La lucha o empuje libre

Tengo mis dudas de que el empuje libre fuera uno de los entrenamientos utilizados en los principios del Tai Chi Chuan. Más bien creo que fue un intento de adaptar, para quien no estaba interesado en el combate, aspectos del mismo que podían ser interesantes para el practicante. Aspectos terapéuticos como el trabajo con la agresividad, el proceso de la relajación, el reconocimiento de nuestros patrones…; aspectos deportivos como el desarrollo de la habilidad, la rapidez, el juego o la competición (lo interesante en cuanto a la competición es la preparación que debemos hacer para competir, no el hecho de ganar o perder); aspectos sensitivos como la escucha a través del tacto, la adherencia, el estado de alerta, el lleno y el vacío; y también aspectos meditativos y espirituales como el desarrollo de la atención en el presente y la capacidad de olvidarse de la propia competitividad (ego) para hacerse uno con el compañero y con el entorno.

De todas formas, si después queremos practicar y profundizar en el combate, el empuje de manos habrá comenzado a despertar en nosotros una conciencia necesaria en el mismo: la escucha desde nuestra piel.

El error sería tomar el empuje de manos como un fin. El objetivo no es ser el mejor, no es ganar a todo el mundo, ni tampoco que nunca nadie me desequilibre, todo esto es ego; y si vamos por ese camino nos dirigiremos hacia la otra dirección. La lucha o empuje libre es una buena herramienta para avanzar en nuestra práctica. Y eso significa, entre otras cosas, comenzar a olvidarse de uno mismo. Da igual si nos tiran, si tiramos al otro, si tiramos al mejor de clase, si nos tiran los alumnos… El ejercicio va más allá de dominar o ser derribado, de lo que se trata es de desarrollar además de lo descrito anteriormente, una actitud en la lucha y de transmitirla tanto al resto del entrenamiento Tai Chi, como a nuestra manera de ser y relacionarnos. Es hábil saber cuándo debemos ceder y cuándo empujar en los diferentes trances de nuestra vida.

En cuanto al ejercicio del empuje de manos en sí, podríamos decir que es la conclusión del entrenamiento. Es la práctica que mejor nos informa hasta qué punto estamos integrando las técnicas, aplicaciones, estáticas... en nuestra interacción con otra persona. Al realizar empuje libre con un compañero estamos verificando continuamente nuestra comprensión de la escucha, el enraizamiento y el equilibrio. Comprobamos la capacidad que tenemos de “cambiar” y fluir dependiendo de quién sea nuestro compañero (no deberíamos actuar igual si luchamos con alguien más grande, fuerte y pesado que nosotros, que si lo hacemos con alguien más “débil”).

Tal y como se suele practicar hoy en día, es un juego en el que aprendemos a escuchar y desequilibrar al compañero. Se puede realizar a ritmo lento o rápido, con diferentes posiciones de las piernas. Normalmente se realiza sin mover los pies, lo que hace que cualquier similitud con una pelea real quede eliminada. También se puede practicar con pasos, pero sigue siendo insuficiente a la hora de utilizarlo en una situación real. Para ello deberíamos profundizar en la práctica del combate.

Uno de los principales objetivos en este ejercicio es aprender a “responder” en lugar de “reaccionar”. Normalmente cuando alguien nos empuja reaccionamos tarde y de manera exagerada al estímulo del compañero. Tener la capacidad de responder proporcionadamente y con anticipación exige relajación, escucha y saber encontrar el momento oportuno.

El tomar una actitud más yang (estructura mantenida, gran presencia, peso casi siempre en la pierna adelantada incluso un poco inclinado hacia delante, comienza empujando...) o más yin (mucho más flexible, es muy difícil poder apoyarse en él, peso en cualquiera de las dos piernas, deja al otro comenzar a empujar...) a la hora de practicar la lucha, puede ser útil bien para potenciar o bien para complementar la tendencia de cada uno, dependiendo de que ésta sea más hacia la rigidez o la inhibición.

Necesitaremos un compañero para practicar frecuentemente si queremos profundizar en la lucha. El grado de intimidad y respeto con ese compañero debe ser elevado para que el aprendizaje y la investigación sean posibles.

Un nivel más avanzado en el empuje de manos es cuando se incorporan golpes con brazos y piernas, barridos, luxaciones e inmovilizaciones. En las primeras etapas se evitan estas acciones por el riesgo de lesiones que pueden conllevar.

Lo primero que nos vamos a encontrar al practicar el empuje libre es nuestra propia competitividad. El patrón de ganar o perder está profundamente arraigado en todos nosotros. Podemos tomar la actitud de “ir a por todas”, resistiéndonos si hace falta o de “inhibirnos” y dejarnos tirar. Seguramente en nuestra historia personal encontraremos muchos ejemplos de una actitud similar. A veces el profesor o parte del grupo nos están mirando y sentimos una gran necesidad de demostrar que lo hacemos bien, e intentamos ganar a toda costa; otras veces el compañero que nos ha tocado no nos gusta y no ponemos ningún interés en el intercambio. Todo esto es una gran fuente de información de cómo vivimos la competitividad. Puede ser que nos conformemos en tomarlo como un juego, en el que unas veces se gana y otras se pierde; y está muy bien, pero seguiremos compitiendo y dejando pasar cualquier posibilidad de ir un poco más allá de “ser el mejor”.

Para evitar la competitividad es útil tomar un propósito cada vez que practicamos la lucha. Si nos comprometemos a poner la atención en un solo aspecto de todos los que deberíamos entrenar (por ejemplo no bloquear las caderas, esperar a que el otro empiece a empujar, no agarrar el brazo del otro cuando nos desequilibra...) por encima de ganar o perder, el deseo constante de tirar al otro dará paso al verdadero intercambio y profundización este ejercicio. En el momento en el que nos damos cuenta que la competitividad es con nosotros mismos más que con el compañero, podremos utilizarla para conocernos mejor y se abrirá un nuevo espacio para investigar más internamente.

Nos puede tocar practicar con alguien que no para de hablar, de reír o de “corregirnos y enseñarnos” constantemente. En todos estos casos estamos huyendo del ejercicio porque nos aburre o porque en realidad no queremos ver lo que el ejercicio nos puede revelar. El silencio puede convertirse en algo muy incómodo... Si nos dejamos llevar por estas situaciones, perderemos la oportunidad de comprender qué hay detrás del mismo ejercicio.

En ocasiones hallamos gente para la que el simple hecho de que alguien le coloque la mano encima, supone una vivencia muy desagradable. O gente que no es capaz de tocar, y menos empujar al compañero. Puede que no hayan recibido el suficiente contacto en sus vidas o puede que su experiencia con él haya sido dura y desagradable. Si somos profesores debemos estar muy atentos a cómo presentar el ejercicio a estas personas. No se trata sólo de que puedan disfrutar de él, también es importante que lo vean como algo útil para ellos. Si consiguen vivir de una forma más natural el contacto será un gran paso que les puede ayudar a crecer y desarrollarse un poco más.

En muchas ocasiones nos encontramos con practicantes que evitan este tipo de ejercicio, bien sea por miedo o por rechazo a todo lo relacionado con la lucha, porque lo encuentran un ejercicio que tiende a la “rigidez”. Es cierto que aparece nuestra rigidez, pero no creo que sea acertado obviar este ejercicio por ello. Si nos molesta ver nuestra propia rigidez, quizás sea porque nos demuestra que no nos desenvolvemos tan fluidamente como pensábamos o queríamos demostrar. Para transformar esta rigidez en fluidez deberíamos profundizar e investigar en la práctica de aquello que nos la provoca. Cuando vemos a maestros que destacan por su suavidad al hacer empuje libre podemos pensar que éste es el único camino para llegar a ser tan “finos”... pero si les preguntáramos por su trayectoria en el arte marcial (y así es en todos los que he conocido) veríamos que probablemente empezaron con estilos más duros y rígidos que fueron refinando con el tiempo y la comprensión de su práctica.

Podemos sentir miedo a hacer daño al otro o a que me hagan daño a mí, pero si miramos más hacia el interior podremos ver que este miedo tiene una causa mucho más profunda relacionada con nuestra manera de vivir la agresividad. Da igual si el empuje libre, a diferencia del combate libre, apenas presenta riesgo real de lesión (a no ser que uno de los dos quiera realmente hacer daño al otro), es lo que sentimos en nuestro interior lo que nos puede hacer rechazarlo. Hay quien afirma que él no es agresivo pero no sólo lo es aquel que ataca físicamente a otro; una mirada o un pensamiento puede llevar mucha más carga agresiva que una patada o un empujón. La educación que hemos recibido, el peso de nuestra cultura y las experiencias personales a lo largo de nuestra vida marcan nuestra respuesta a la agresividad*. Si reprimimos una práctica porque esté relacionada con ella, permitiremos que esta energía siga enquistada en nuestro interior, con la posibilidad de hacernos daño a nosotros mismos, a los demás o a nuestro entorno. En cambio, si nos permitimos investigar en nuestra propia agresividad (siempre dentro de un marco bien delimitado y con un respeto hacia uno mismo y el otro) podremos conseguir que esta energía se mueva, se exprese y se renueve constantemente.

*Entiendo como agresividad una expresión más de la energía que todos tenemos, en principio natural, beneficiosa y necesaria, pero que puede llegar a convertirse en violencia (su expresión patológica) si no la vivenciamos y gestionamos de una manera constructiva.

La lucha a su vez conlleva el riesgo de lesionarnos. Normalmente es debido a la competitividad que surge entre nosotros, la cual nos lleva a realizar demasiada fuerza en posiciones forzadas para nuestras articulaciones. A veces hay tanta tensión entre los brazos de ambos compañeros, que sale algún golpe sin ninguna intención y completamente involuntario, pero que normalmente es desagradable. O un codo que se queda bloqueado ante un giro repentino del compañero... Este tipo de lesiones se dan sobretodo en las primeras etapas. Después, si existe respeto, escucha y ganas de investigar disfrutando, es muy raro que nos hagamos daño. Por lo normal, cuanto más vamos aprendiendo, más conscientes somos de lo fácil que es lesionar al otro. Y eso hace que pongamos más atención a la hora de luchar. No sólo consiste en cuidarse uno mismo, el arte está en luchar y cuidar del compañero al mismo tiempo. Es algo que a veces olvidamos cuando el otro está a punto de desequilibrarnos y para evitarlo hacemos una maniobra brusca dañándole en alguna parte de su cuerpo. La pregunta que me surge es: ¿era consciente que iba a lesionar al otro y aún así lo he hecho?

Otra cosa es lo que normalmente vemos en las competiciones de empuje de manos. Allí, al ser el ganar el objetivo a conseguir, las lesiones son más frecuentes y en algunos casos son serias y duraderas.

Pero de todas formas, si ya me he lesionado ¿Cómo me lo tomo? ¿Me hago la víctima; hago que no le doy importancia (aunque me ha molestado muchísimo); lo acepto; lo expreso tranquilo; me descargo con el compañero que me ha dañado; no vuelvo a clase mientras estoy lesionado; voy y hago lo que puedo...? ¿Qué ha movido en mí la lesión? ¿Me produce rabia, tristeza, miedo...? Y si he sido yo el que ha lesionado al otro ¿Qué me hace sentir? ¿Culpa, responsabilidad, indiferencia...? ¿Me preocupo por la persona que se ha lesionado conmigo?

Es interesante también echar un vistazo al momento que estamos viviendo, ya que en muchas ocasiones, las lesiones son más frecuentes durante las diferentes crisis que todos vamos sufriendo a lo largo de nuestra vida. Otras veces nuestra práctica es demasiado intensa durante muchos años y se podría decir que de alguna manera buscamos la lesión para “parar”. Creo que de vez en cuando es necesario “separarse” durante un tiempo de la práctica. Al hacerlo tenemos la posibilidad de observar y vernos en la práctica desde una distancia; ver el camino, hacia dónde nos lleva, reflexionar, decidir si continuar en él o no. Podemos empezar el “mejor” camino y desviarnos completamente de él sin darnos cuenta.

Pero el empuje de manos tiene algo también muy importante que ofrecernos y es la práctica del interactuar, compartir, comunicar...con alguien que no es uno mismo. Vivimos en una sociedad donde nos estamos relacionando continuamente con personas por diferentes motivos. La “lucha” también está en cada una de estas relaciones, en los gestos y las palabras, en las miradas. En todas ellas hay momentos en que debemos ceder y otros en los que empujar.

Cuando comenzamos una disciplina estamos muy preocupados por nosotros, aprender mucho, ser mejores, conocernos, cambiar... y normalmente nos olvidamos de los demás. El arte marcial, entre otras disciplinas, nos ofrece un marco en el cual también podemos experimentar directamente en las relaciones con diferentes compañeros, mediante la lucha y el combate. En clase encontraremos personas que nos despiertan las mismas reacciones automáticas que aquellas con las que nos relacionamos a diario. Simbólicamente estará nuestro cómplice, nuestro padre (normalmente el profesor), amigo, madre, el vecino que nos cae mal, el que nos cae bien, el/la chico/a que nos gusta, el jefe... Podemos ver cómo nos comportamos con cada uno de ellos, cuándo somos seductores o desagradables, con qué personas me inhibo, con cuáles compito, por quién siento respeto, desinterés, rabia... estas reacciones son de una intensidad menor que en nuestras relaciones cotidianas, y por lo tanto más fáciles de gestionar, dándonos la oportunidad de verlas con más claridad. Quizás incluso encontremos otro tipo de respuesta para un determinado estímulo, el cual siempre nos produce la misma pauta o patrón de comportamiento. En clase no es muy difícil estar atento a ello y cambiar determinados aspectos. Lo complicado es poder aplicar estas nuevas respuestas a nuestras relaciones habituales.

La fluidez que buscamos en el empuje libre, la escucha, la respuesta a la intención del compañero, el respeto y el cuidado del otro son aspectos que debiéramos intentar aplicar en la “otra realidad”, la de cada día.

De alguna manera la lucha y la meditación son una misma cosa. Podemos entrenar aspectos de la meditación en la lucha y viceversa. La atención o estado de alerta que entrenamos en el empuje libre puede ayudarnos en la meditación, donde suele ser muy fácil distraerse. Tanto en la forma, como en los ejercicios de Qi Gong, las técnicas y aplicaciones del empuje... donde todo está ya pautado, una vez que lo tenemos “aprendido”, nuestra mente puede viajar tan lejos como desee. En el empuje libre sin embargo, hay un “peligro” inminente: el otro nos puede atacar y tirar en cualquier momento, por lo que es más fácil mantener la mente en el aquí y ahora.

Por otro lado la escucha que vayamos desarrollando en la meditación será muy útil a la hora de escuchar al compañero y a nosotros mismos cuando practicamos el empuje. También el entrenamiento de lo marcial nos ayudará cuando aparezca la lucha en la meditación: muchas veces nos encontramos con aspectos nuestros que nos cuesta superar y debemos aprender cuándo ceder, desviar, empujar...

Puede haber momentos en los que conseguimos “hacernos uno” con el compañero. Nos olvidamos de nosotros mismos, el ejercicio se realiza solo y ya no hay dar ni recibir sino intercambio constante. Son momentos en los que el ego desaparece, no hay nada que ganar ni perder; sólo importa fluir con el compañero. Es como un “diálogo sin palabras”: nos comunicamos desde el interior del cuerpo, del corazón y de la mente. Debería llegar un momento en el cual nos demos cuenta de que en realidad estamos haciendo empuje con nuestra propia sombra; el compañero nos hace de espejo y nos ayuda a superar nuestros propios límites.

Conclusión

He intentado hacer un recorrido por los diferentes tipos de ejercicios que utilizamos en el empuje de manos y espero haber podido aclarar algunas dudas sobre ellos. Por supuesto el propio arte y creatividad del profesor hará que los diferentes apartados puedan mezclarse y adaptarse tanto a las necesidades de cada persona o grupo, como al objetivo que se busque a la hora de presentar dicho ejercicio.

Cuando venimos de algunas disciplinas en las que la práctica de la lucha está descartada como pueden ser la mayoría de las prácticas de Qi Gong, la meditación, el yoga... nos cuesta entender la relación que puede existir entre estas prácticas y el empuje de manos. Puede ser que pensemos que si lo practicamos comenzaremos a ser más agresivos, pero en realidad es al contrario.

Podemos obviar todo lo relacionado con la lucha en nombre de la paz, pero ¿es esta paz de verdad? Pretendemos llegar a “lo suave” sin mirar a lo duro, pero ¿qué es lo que suavizaremos entonces? Cuando alguien no sabe relajar una parte de su cuerpo es muy útil decirle que la tense primero para después relajarla...Quizás es más hábil conocer y atravesar nuestra propia “guerra” para llegar al estado de armonía que tanto anhelamos.

                                                                                                                                                                                                                                                                                Juanolo, 22 de agosto de 2005

                                           TÍPICOS TÓPICOS DEL T'AI-CHI

¿Cuántas veces nos han respondido: “Porque lo decía mi maestro”, “Porque así está en los clásicos del T'ai Chi Ch'uan”, o incluso: “Porque lo digo yo...” cuando hemos preguntado a nuestro profesor por qué se hacía algo de determinada manera? Este tipo de respuesta busca que aceptemos como dogmas lo que se nos dice en clase y que desistamos de experimentar, investigar y poner a prueba "lo que dice el maestro", actitud que no nos ayudará nada a avanzar en el arte.

Normalmente tomamos lo que nos dice el profesor como bueno, pero también es interesante ponerlo en duda y experimentar sobre ello. No olvidemos que nuestro profesor también está aprendiendo. Lo que ocurre es que en el fondo nos gusta que nos den las cosas pre-cocinadas: “calentar y listo”...los alumnos también tenemos nuestra parte de responsabilidad en todo esto. Creo que en este camino son muy necesarios el esfuerzo y el compromiso personal.

Entre los cientos de tópicos que podemos encontrar en el T'ai Chi, me limitaré a profundizar en los relacionados directamente a las posiciones de los diferentes segmentos corporales. Quizás porque mi “deformación profesional” como fisioterapeuta me lleva a sentir que mucha gente se está haciendo daño cuando practica la forma, Qigong o las técnicas de tuishou. Podría ser que la misma experiencia que me ha traído a estas reflexiones me lleve a volver con los años a donde estaba, pero si eso ocurre será con otra comprensión y un camino recorrido.

Los tópicos que cuestiono a continuación, recogidos a lo largo de mi camino como practicante de Tai Chi Chuan, se refieren al plano físico y más particularmente a la búsqueda de una posición relajada y en estado de alerta. ¿Y cuál es esa postura? Yo la entiendo como aquella donde la estructura está colocada en su eje y el peso se reparte bien por toda la planta del pie, con un poco más de énfasis en el punto 1R, Yong Quan, situado justo detrás de las almohadillas. Esta colocación requiere menos gasto energético para mantener la estructura y es una posición neutra, lo que permite una mayor relajación y rapidez de respuesta en cualquier dirección a la hora de interactuar con un compañero. El conseguir esta postura no garantiza la efectividad ya que ésta depende sobretodo de la actitud del luchador.

“Que no se meta la rodilla hacia dentro, sácala hacia fuera”

Muchas veces el profesor nos insiste en que nuestras rodillas no se metan hacia dentro, con respecto a los pies. Sabe de sobra que eso haría que se sobrecargara la musculatura. El riesgo, si se mantuviera en el tiempo esta incorrecta colocación de las rodillas, será una lesión que podía afectar a los meniscos interarticulares, a los ligamentos o incluso tendinitis de repetición a nivel de la llamada “pata de ganso” (tendón común de los tres músculos que forman los isquiotibiales).

Ante el aviso de nuestro profesor, automáticamente sacamos las rodillas hacia fuera. El problema de esto es que el peso del cuerpo se desplaza hacia los bordes externos de las plantas de los pies. Además de perder el enraizamiento y la relajación, estamos forzando todo el entramado articular de las rodillas y los tobillos. En muchos casos al terminar la clase el resultado es molestia o incluso dolor en las rodillas, a no ser que dispongamos de una musculatura lo suficientemente fuerte para protegernos de estos problemas. A pesar de todo, nos iremos muy contentos a casa porque nuestras rodillas “han estado en su sitio”.

Creo que aquí el error está en la corrección. Como veremos después, es mucho más efectivo colocar la rodilla desde la cadera; ya que si no, el hecho de sacar literalmente las rodillas hacia fuera, implicará una modificación en la colocación de nuestras caderas y nuestros tobillos. Si la rodilla está mal situada existe una gran probabilidad de que la cadera esté igualmente fuera de sitio o bloqueada en extensión. Por mucho que intentemos corregir la posición de las rodillas, no lograremos que las caderas se coloquen en el eje. En cambio, si eliminamos el bloqueo en nuestras caderas, automáticamente las rodillas buscarán su alineación articular, no sólo con las caderas, sino también con los tobillos.

“Bascula la pelvis, anula la lordosis lumbar”

Hay profesores que insisten en bascular la pelvis haciendo una retroversión de la misma. No sé si esta observación viene de los maestros orientales al ver que los occidentales tenemos las curvaturas de nuestra espalda más pronunciadas que ellos (y menos que la raza africana), o fuimos nosotros mismos los que por imitación buscamos anular las curvas. El caso es que estas curvas vertebrales son necesarias para la correcta función de la musculatura y de la columna vertebral. En mi opinión, aunque es aconsejable reducirlas, no deberíamos anularlas y mucho menos invertirlas, como sucede en muchos casos al realizar la retroversión de la pelvis.

Las basculaciones de pelvis son un buen ejercicio de estiramiento y flexibilización, al igual que los círculos y las ondulaciones, y suelen ser movimientos que a menudo practicamos en clase. Pero el hecho de bascular la pelvis en primer lugar tiende a cerrar y bloquear las caderas y las deja sin posibilidad de movimiento. Las caderas son articulaciones clave para la transmisión de la movilidad y la fuerza, y por ello no deberían estar bloqueadas.

Para muchos de nosotros resulta difícil sentir las caderas si pensamos en los laterales de la pelvis. Quizás nos sea más útil utilizar la idea de "hundir" las ingles, como hacemos cuando vamos a sentarnos en una silla o un sofá, flexionando las caderas sin hacer voluntariamente la basculación de la pelvis. Este movimiento suele ser equilibrado, natural y es algo que todos tenemos integrado. Si intentamos sentarnos en un sofá basculando la pelvis deberemos hacer un gran esfuerzo para no caernos hacia atrás. Al aplicar el gesto de hundir las ingles a las diferentes posturas que adoptamos en el Tai Chi, curiosamente el peso se reparte bien en las plantas de los dos pies y tanto las rodillas como la pelvis encuentran su posición.

En segundo lugar, cuando basculamos la pelvis lo más normal es que si dejamos el cuerpo relajado el peso se desplace hacia los talones, a no ser que sepamos algún truco para evitarlo. Esto hace que cualquier posibilidad de respuesta rápida, incluso hacia atrás, quede anulada. Podría ser un ejercicio excelente para entrenar de forma isométrica toda la musculatura anterior de nuestro cuerpo, en especial los cuádriceps, pero nos alejamos de una postura relajada y en estado de alerta porque tenemos que emplear demasiada energía simplemente para evitar caernos hacia atrás.

Otras veces nos dicen que para abrir el Mingmen, el punto situado entre la 2ª y la 3ª vértebras lumbares, tenemos que bascular la pelvis. Por supuesto, al hacer este movimiento se abre el espacio intervertebral posterior, pero también se cierra el anterior. Si lo comentamos, nos responden: “Pero el Mingmen está por detrás no por delante”, o “Eso no importa, no te preocupes...” La verdad es que sí importa, pero de este tema trataremos al hablar de la verticalidad.

Si dejamos la pelvis relajada en su posición natural e imaginamos una plomada colgada de cada cadera y una tercera en el sacro-coxis, conseguiremos abrir de una manera más relajada la zona lumbar. No olvidemos tampoco que esta zona tiene movimiento propio a la hora de abrir el Mingmen y que no depende forzosamente de la pelvis para ello.

“La frontalidad”

Algunos profesores defienden apasionadamente la frontalidad con todo un abanico de argumentos basados en la relación con el espacio y con el compañero, con funciones orgánicas y energéticas, o con las cualidades psíquicas de practicarla en la posición del arquero (con una pierna adelantada y entre el 60 y el 70% del peso en esa misma pierna). Y aquí es donde veo el problema. Estoy de acuerdo con todos esos argumentos, pero no cuando nos dicen que coloquemos la pelvis frontalmente con esta posición de las piernas, porque es antinatural a nivel biomecánico y estaremos bloqueando la cadera de la pierna atrasada. Y si además no existe un buen control y conciencia del movimiento, entonces la pelvis caerá hacia delante y se cerrará precisamente el Mingmen.

A veces incluso nos proponen realizar este movimiento bruscamente, y esto se convierte en una de las principales causas de dolor en la zona lumbar entre los practicantes de Tai Chi. Además, existe una tendencia al desequilibrio en diagonal, hacia delante y el lado de la cadera bloqueada y de nuevo estaremos haciendo un esfuerzo simplemente para no caer.

Creo que sí que es posible trabajar la frontalidad en esta posición, con una mayor participación del tórax (haciéndolo girar desde la cintura en lugar de las caderas) o liberando el talón atrasado, pero me parece mucho más interesante, natural y sencillo trabajarla en las posiciones de pies paralelos o en la postura del jinete. Tan importante es comprender el concepto de frontalidad como no dañar nuestra estructura.

“La espalda recta y vertical”

Algunos incluso nos dicen que anulemos las curvaturas de la columna vertebral, que debe estar literalmente recta, aunque en general sólo se habla de anular la curvatura lumbar. Una de las principales funciones de estas curvaturas es el correcto funcionamiento biomecánico y muscular tanto para la transmisión de la fuerza y el movimiento como para contrarrestar la acción que ejerce sobre nosotros la fuerza de la gravedad. Si anulamos alguna o todas las curvaturas, ¿cómo van a funcionar nuestros músculos? Incluso en osteopatía se nos dice que al hacer la retroversión de la pelvis y anular la curvatura lumbar (foto 1), el peso se reparte mal en las vértebras, por lo que dicha zona está en una posición de sufrimiento ( ver “Maestros y claves de la postura; Michel Freres y M-B Mairlot; editorial Paidotribo)

Mi opinión es que debemos desarrollar una buena conciencia del eje corporal, respetando las cuatro curvaturas de la columna vertebral aunque un poco más suavizadas, pero no demasiado. Este eje no se limita a la espalda sino que abarca toda nuestra estructura (foto 2). Pero una cosa es nuestro eje y otra la verticalidad.

Los que hemos estado con varios maestros sabemos de las contradicciones que hay entre las diferentes interpretaciones de los clásicos. Eso demuestra que dichos textos nos ofrecen un abanico de posibilidades para explorar. El argumento más común para defender la verticalidad es que “los clásicos dicen que la espalda debe estar siempre vertical”. Vertical es perpendicular a la tierra, así que me surge una pregunta: si yo estuviera en una actitud de lucha ¿pondría la espalda vertical? Yo creo que no, ya que así me sentiría en desventaja. Inclinaría el eje más o menos dependiendo de la posición de mis piernas, incluso en el caso de que me fuera a desplazar hacia atrás o a salir corriendo.

Entonces nos podrían decir que una cosa es la lucha y otra la relajación, así que observemos también este aspecto. Quizás al ver una espalda vertical tengamos la sensación de que existe mayor relajación. Y esto es cierto al caminar o en posturas altas, en las que los pies no están muy separados el uno del otro. Pero conforme vamos separando los pies y la postura va haciéndose más baja, como por ejemplo, al ejecutar ciertos movimientos de la forma, necesitaremos que nuestro eje se vaya inclinando un poco para compensar la flexión de caderas que estamos haciendo (a no ser que el peso esté más o menos repartido entre las dos piernas).

Si en lugar de eso llevamos las rodillas demasiado hacia delante y mantenemos la espalda vertical o basculamos la pelvis, tendremos que hacer demasiado esfuerzo para que la espalda no caiga hacia atrás o el peso no se desplace otra vez a los talones o hacia las puntas. Y de nuevo perdemos posición relajada.

 

Mi opinión es que el eje vertical es una opción, pero dependiendo de la posición de las piernas que tengamos hay otras posibilidades más interesantes y relajadas que la vertical, tanto para la lucha como para la relajación.

“Mete la barbilla hacia dentro”

Hay también muchos profesores que nos aconsejan meter la barbilla para eliminar la curvatura cervical de nuestra columna vertebral. Por un lado tendremos el mismo problema que al anular la curva lumbar, pero además lo solemos hacer con demasiada tensión, por lo que toda nuestra musculatura cervical irá acumulando y memorizando este exceso de tensión. El riesgo en estos casos será una eliminación permanente de la curvatura (que ya es pequeña) o “rectificación cervical”, con los consiguientes problemas. También cerraremos la garganta y obstaculizaremos la respiración.

Creo que ayuda más aplicar la idea de abrir por detrás para suavizar la curvatura cervical, sin cerrar a nivel de la garganta. Como si tuviéramos la espalda apoyada contra una pared y quisiéramos hacer lo mismo con la cabeza, pero de manera natural. No olvidemos que el cuello debe estar relajado y libre para ayudar al buen funcionamiento de la mente, nuestra “torre de control”. También puede ser útil en esta búsqueda de la posición de la cabeza el hecho de abrir un poco la boca, relajando así el maxilar inferior.

“Hunde el pecho”

Cuando el profesor nos dice de hundir el pecho, normalmente exageramos el gesto (posiblemente nuestro profesor también lo hace). El riesgo aquí será un incremento de la curvatura cervical o una excesiva tensión en esa zona. También podría haber repercusiones a nivel de la musculatura torácica y el plexo solar.

Durante años estuve hundiendo el pecho literalmente. Se me daban explicaciones físicas, emocionales y de actitud que me hacían ver claro que debía hundir el pecho. También la idea de hacerse una esfera, de redondear la espalda como el caparazón de una tortuga nos lleva a empujar el pecho hacia dentro y atrás.

Prefiero pensar en soltar, relajar y dejar caer el pecho, pero manteniéndolo abierto y natural, ni hacia delante ni hacia atrás. Aunque hablemos de micro-movimientos, la idea de abrir y redondear la espalda no debería implicar cerrar y colapsar el pecho. Si lo hundimos nos arriesgamos a volver a romper la estructura. Sin embargo, si entendemos “abrir la espalda” más hacia los lados que hacia atrás, evitaremos cerrar el pecho y el plexo solar.

“Relaja las piernas”

¿Ah, pero las tengo tensas? ¡No puedo relajarlas, me caería! Cuando nuestro profesor nos dice de relajar las piernas, muchos de nosotros entramos en crisis. Nos parece imposible, y además no sentimos que las tengamos tensas… y no sabremos ni podremos relajar nada que no sintamos en tensión. Además, nuestro inconsciente no se cree que podamos ser más estables y efectivos relajando nuestras piernas. Cuando practicamos empuje de manos “nos agarramos” con todo lo que podemos a la tierra, tensando nuestras piernas y, en consecuencia, todo nuestro cuerpo. Esto nos hace mucho más vulnerables a cualquier acción que venga del compañero.

Por lo tanto, y no solamente desde el punto de vista de la efectividad marcial, será interesante aprender a relajar nuestras piernas. ¿Y qué significa relajarlas? ¿Hasta dónde hay que hacerlo? Podríamos pensar que si las relajamos completamente nos caeríamos al suelo… claro. Pero de lo que se trata, en mi opinión, es de encontrar el punto en el cual estemos utilizando el mínimo gasto muscular posible, para mantenernos de pie.

Este objetivo pienso que es de los más difíciles de conseguir ya que, como decía antes, nuestro inconsciente no se lo cree. Nuestros patrones de forzar y tensar están tan arraigados en nuestro interior, que resulta una tarea casi imposible de lograr. En cuanto nuestra atención se va del ejercicio, volvemos a la tensión, perdiendo la poca o mucha relajación que hubiéramos podido conseguir hasta ese momento.

Por lo tanto deberíamos de insistir y volver continuamente al ejercicio; dar constantemente la orden a nuestro inconsciente de relajar, de soltar, de confiar… en un intento de “desaprender” el patrón de forzar y crear uno nuevo, más acorde con nuestra práctica y sobretodo, más beneficioso para nosotros mismos.

“Relaja los brazos”

Tan difícil o más que el apartado anterior será llegar a relajar los brazos, cuando nos lo aconseja nuestro profesor. Es nuestro principal punto de contacto con el compañero, y podemos entender mentalmente que cuanto más relajados estén, mejor será nuestra escucha y sensibilidad. Pero por eso mismo, porque es la parte de nuestro cuerpo que primero siente la acción del compañero, solemos tenerlos en tensión en una actitud (equivocada) de defensa, de protección, de miedo…

Además, será muy difícil relajar los brazos, por ejemplo, en el empuje de manos, si el resto del cuerpo no ayuda.

Los hombros deberían actuar con la misma libertad o más que las caderas. Normalmente los bloqueamos hacia arriba, adelante, adentro o atrás. Los codos suelen compensar elevándose y las muñecas se bloquean hacia dentro o hacia fuera y no permiten que la fuerza llegue a las palmas y los dedos. Esto evita cualquier posibilidad de escucha del compañero, y por supuesto cualquier transmisión de nuestra fuerza postural.

Creo que además de un buen profesor y una práctica correcta, es necesario un buen compañero para poder profundizar y llegar a encontrar la buena posición de los hombros, codos, muñecas y manos.

¿En qué nos puede ayudar la búsqueda de nuestra postura?

No quiero caer en el error de pensar que sólo hay una y única postura buena; nos vamos a encontrar con diferentes cuerpos a los que habrá que adaptar todos estos principios biomecánicos (foto 7). Pero el hecho de buscar la “naturalidad” no sólo nos ayuda a reequilibrar nuestra musculatura, nos ofrece también la posibilidad de mejorar nuestra práctica en la forma o el qi gong, o en la práctica de la alerta, sea en la lucha, el combate o en la meditación.

Se dice que el plano físico no es el más importante pero es la base, “el recipiente donde cocinar”. Personalmente creo que todos los planos tienen la misma importancia y que pueden llegar a la misma profundidad. Por eso, aunque en este artículo me he limitado al nivel más físico, estas reflexiones son extensibles a otros planos energéticos, como lo emocional y lo mental.

                                                                                                                                                                                                                                                                                Juanolo, 15 de septiembre de 2005

                                            ¿PARA QUÉ PRACTICAMOS?

Cuando comenzamos una práctica de crecimiento personal, tenga ésta o no una directriz espiritual, deseamos cambiar, convertirnos en mejores personas, conocernos a nosotros mismos, romper nuestros patrones de comportamiento, obtener mucho conocimiento, sabiduría y en el caso de que sí sea espiritual el camino elegido, deseamos también alcanzar la iluminación. Seguramente antes de empezar con esa disciplina o al poco de estar practicándola hemos leído lo suficiente sobre el tema para despertar esos deseos, en principio lícitos, pero que pueden distraernos e incluso desviarnos completamente del camino.

 

Después de llevar un tiempo en la práctica podemos tener la sensación de habernos liberado de muchas de las cadenas que nos mantenían presos: el egoísmo, la envidia, los celos, la rabia... Nos sentimos especiales, incluso superiores y más evolucionados que el resto de los mortales; pero ¿de verdad es así?

Muchas veces cuando comprendemos a nivel mental que algo es un obstáculo en nuestro camino decidimos eliminarlo de nuestras vidas. Huimos si es necesario de las situaciones que nos lo provocan y así creemos que lo hemos trascendido y superado. Pienso que es una forma de engañarnos a nosotros mismos; no conseguiremos transformar nada de esta manera. Para poder cambiar algo primero debemos verlo, aceptarlo y reconocerlo. Y no podemos aceptar y menos reconocer algo que “no queremos ver ni vivir”. Por otro lado es muy difícil llegar a cambiar nuestros patrones más profundos; podemos llegar a desarrollar la conciencia y atención necesarias para no caer en lo que siempre caemos. Pero eso no quiere decir que lo hemos trascendido porque en cuanto bajemos la guardia volveremos a repetir nuestro patrón. La conciencia sobre lo que queremos cambiar debería estar siempre alerta, presente hasta el final.

 

 

Asistimos a muchos cursos para aprender técnicas nuevas y más sofisticadas (porque pensamos que ya tenemos el “nivel suficiente” para trabajarlas y que nos vuelve a hacer “diferentes”). Agrandamos nuestro conocimiento pero no nuestra sabiduría. Nos creemos mejores que los demás por “saber más”, por pertenecer a la “mejor escuela”, por habernos formado en el “mejor centro”, con los “mejores maestros”... en realidad además de agrandar nuestro conocimiento también estamos agrandando nuestro ego.

Por otro lado, en estos cursos, nos podemos hacer una imagen equivocada de nosotros mismos, tanto si asistimos a ellos como alumnos o como profesores. El ambiente suele ser distendido, así que será raro que alguien “nos ponga el dedo en la llaga”. Nos sentimos en paz, nos percibimos cada vez más maduros y evolucionados. Sentimos nuestra entrega como algo sincero. Pero ¿qué ocurre cuando volvemos a nuestra casa? ¿cuando debemos hacer lo de cada día? Deberíamos fijarnos en los pequeños detalles tanto en lo que hacemos como en nuestras relaciones cotidianas. Lo más normal es que nos demos cuenta de que caemos en los mismos errores, repitiendo una y otra vez nuestras pautas de comportamiento. ¿Cuál de los dos ambientes es más real? ¿en cuál soy más yo y en cuál más mi máscara? ¿hasta dónde puedo aplicar e incorporar la práctica en mi vida cotidiana? Recuerdo un alumno que comenzó hace un par de años, era muy serio e incluso desagradable con sus compañeros de clase. Después de un tiempo comenzó a sonreír y a participar en el grupo. Claro, en su vida cotidiana no habría cambiado nada hasta ese momento, pero con el tiempo es posible que lo lograra ya que el marco que le ofrecía la práctica y el grupo le ayudaban a ver que podía comportarse de manera diferente a como lo había hecho hasta entonces.

Tras algunos años de práctica puede llegar un día en que nos demos cuenta de que no somos tan especiales como queríamos y pensábamos ser, de que somos mediocres; igual que los demás, simplemente “del montón”. Comprendemos que no llegaremos a la iluminación, ni tampoco seremos los mejores en lo que nos gustaría destacar. Este es un momento muy importante en nuestra práctica. Como consecuencia de ello puede aparecer una crisis y depende de cómo la gestionemos marcará el rumbo a seguir. Una reacción que veo muy común es volver la cara hacia otro lado y mantenernos en el autoengaño; no reconocemos nuestra mediocridad y seguimos como hasta ahora. También podemos reaccionar con una crisis existencialista y mandar a paseo todo lo aprendido hasta ahora, nos sentimos decepcionados con la práctica (ya que por supuesto si no funciona es porque el fallo está en la práctica, ¡nunca en uno mismo...!- otro autoengaño) y comenzamos quizás otra práctica para, en realidad, repetir lo mismo. Puede ser que esta crisis nos lleve a sentir la necesidad de pedir ayuda, de hacer algún tipo de terapia. Y puede que ésta nos ayude a avanzar en el conocimiento de nosotros mismos, a descubrir los porqués de muchas cosas pero no nos garantizará tampoco el cambio. Hay a quien la crisis le pilla más tarde, cuando ya está tan involucrado en la práctica o en el papel que está jugando que resulta casi imposible rectificar su camino. Necesitaría mucha humildad y sinceridad para hacerlo. Normalmente puede más la ambición de llegar más lejos, de ser famoso… para ganar, de alguna manera, la inmortalidad en la mente de sus seguidores. Es muy posible que su huída sea hacia delante, afianzándose donde ya estaba, mejorando su discurso para “justificar” su hacer o incluso fundando una nueva línea, escuela o imperio. El cual, por supuesto, será el mejor.

Podríamos continuar con infinidad de justificaciones para que nuestro ego (otra vez) nos haga seguir creyendo que somos especiales.

Pero también podría ser interesante hacernos preguntas como: ¿quién soy yo para alcanzar la iluminación? ¿quién para merecerme al mejor maestro? ¿quién para fundar la mejor escuela? ¿acaso me considero un ser especial, un elegido? ¿un elegido de quién? ¿cuánta gente en toda la historia ha conseguido iluminarse? ¿seguro que yo soy uno de ellos?.

Seamos sinceros en nuestras respuestas, no nos engañemos más y reconozcamos lo que hay... Es un acto de humildad. Es el primer paso para poder cambiar.

Pero entonces ¿qué sentido tendría continuar con la práctica? Cuando en nuestra práctica tenemos como objetivo principal alcanzar algo muy elevado es fácil desarrollar la ansiedad típica del impaciente. Nos da igual qué hacer con tal de conseguir lo que queremos. Decimos a los demás que lo importante no es la meta sino el camino pero en realidad lo que queremos es llegar. Es esta ansiedad la que nos ciega, la que no nos deja avanzar ni tampoco valorar ni disfrutar lo ya conseguido.

Si al darnos cuenta de que no somos “tan guapos ni tan majos” aceptamos que no llegaremos a tan alto nivel, la ansiedad podría desaparecer y comenzaríamos a disfrutar de nuestra práctica a otro nivel. Ya que nuestra mente no estaría exclusivamente en alcanzar la iluminación podríamos poner más atención en nuestro qué hacer cotidiano y en nuestras relaciones de siempre (dejaríamos posiblemente de ser tan pretenciosos y arrogantes). Pondríamos más conciencia en las pequeñas cosas de la vida; nos daríamos cuenta de que son tan importantes como la propia práctica. Podríamos vivir un poco mejor, que no es poco.

Pero hay algo más: además de beneficiarse uno mismo, ¿en qué beneficia mi práctica al prójimo? Otro riesgo en la práctica es cuando ésta nos lleva únicamente a observar nuestro ombligo, olvidándonos de los demás. Como anécdota quiero referirme a un curso al que asistí recientemente (aunque es algo bastante común a todos los cursos en los que hay una convivencia). No es importante de qué tipo de práctica se trataba pero insistía en el crecimiento personal, la generosidad, la compasión. Todos los que estábamos ahí nos sentíamos comprometidos con la práctica pero a la hora de coger mi “ración de melón” en una de las comidas, me encontré que no quedaba nada mientras que había platos con “doble ración”. Puede que fueran muy evolucionadas aquellas personas pero no fueron capaces de pensar en los demás a la hora de compartir una comida... y precisamente lo que más hacemos en nuestra vida es “compartir” (espacio, familia, amistad...). Deberíamos tener en cuenta que el hecho de seguir una disciplina de este tipo no implica que seremos mejores personas de forma automática.

Por eso pienso que es necesario encontrar un camino, un sentido y una dirección en nuestra práctica que no recaiga exclusivamente en uno mismo, sino también en los demás. Y creo que la noción del Bodhisattva : “el guerrero/a espiritual que se entrega a la ayuda al prójimo antes incluso que su propio bienestar”, puede darnos ese sentido de compartir. Esta sería la comprensión más profunda de nuestra práctica y que completaría nuestro compromiso, investigación y avance personal. A veces una idea así nos abruma, ya que de nuevo parece algo inalcanzable; pero hay situaciones naturales a lo largo de nuestra vida que pueden llevarnos a comprenderla. En mi caso ha sido al experimentar la paternidad. Un hijo nos ayuda a ser generosos, a entregarnos desinteresadamente, a sentir lo que significa “dar de manera incondicional”. Desde que somos madres o padres ya no somos los primeros, hay una “personita” que es la primera, que está antes que uno mismo... Podemos estar cansados, incluso extasiados, pero estamos ahí, con él, cuidándole. Lo que deseamos es que “esté bien, que crezca y se desarrolle lo mejor posible”. Aunque lamentablemente no es así, si fuéramos capaces de extender esto al resto de nuestras relaciones, habríamos comprendido el verdadero sentido Bodhisattva de nuestra práctica.                                                                                                                                                                                     

                                                                                                       Juanolo, 29 de septiembre de 2005

                         CUANDO PERDEMOS NUESTRA LIBERTAD

 

Al acercarnos a un grupo de práctica, además de buscar el aprendizaje de esa disciplina, buscamos inconscientemente la pertenencia a un grupo. Necesitamos de él, de su apoyo, de su comprensión... y también necesitamos un “papá” (o “mamá”) que nos diga cómo hemos de aprender, cómo hemos de hacer, que nos ayude en el proceso, que nos diga que lo hacemos bien. Todo esto es completamente normal ya que no conozco a nadie sin carencias en su vida. Carencias que de alguna manera nos hacen sufrir, incluso enfermar. Podríamos hablar de esta carencia, de las madres que no llegan, de los padres ausentes... pero no es tema de este artículo. Como decía, sentimos necesidad de pertenecer a un grupo, quizás alentada por la falta de conexión existente en estos días con los demás, incluso en nuestra propia familia. Esta crisis con los “nuestros” nos lleva a buscar fuera de la familia el marco que precisamos para sentirnos protegidos y comprendidos.

Si todo esto es consciente es muy posible que en la medida en que vamos profundizando en nuestra práctica tal necesidad vaya cambiando, incluso que llegue a desaparecer. Lo que quedará entonces es un anhelo de seguir aprendiendo y profundizando en la práctica. Este menester con los años nos llevará a buscar fuera del grupo para mejorar, aprender otros aspectos, otras vivencias... completando así nuestra práctica individual. Si por desgracia, y es lo más común, no somos conscientes de esa primera necesidad, es muy difícil que lleguemos a sentir la segunda, la de buscar por otros lares.

Tenemos la historia del Tai Chi y las artes marciales llena de practicantes que estudiaron con varios maestros para ir perfeccionando su arte. La verdad es que eran los mismos maestros los que animaban a sus discípulos para ir con otro experto. Sin embargo, nos podemos encontrar que en el momento en que nos percatamos de esta necesidad de “abandonar” nuestro grupo surgen inseguridades ya que no sabemos qué nos vamos a encontrar fuera de él. Hasta ahora nuestro clan era el perfecto (y de alguna manera sigue siéndolo) pero sabemos que para poder progresar en nuestra práctica debemos buscar más allá del grupo. Sentimos una contradicción entre nuestro apego al grupo y las ganas de “volar” fuera de él. Si además, como suele suceder, el profesor no nos anima a hacerlo, se añade una dificultad que es muy importante: debemos decir a nuestro profesor que queremos estudiar con algún otro. Este momento es crucial en nuestro crecimiento, similar al momento en el que decimos a nuestros padres que nos queremos independizar. Y como en este último ejemplo habrá quien lo haga con ayuda de una novi@ y una boda, habrá quien lo haga solo (simplemente porque siente la urgencia de hacerlo) y habrá quien por no enfrentarse a la situación, no lo haga nunca (esperando que sean sus padres los que se vayan…). No deja de ser un conflicto que nos pone a prueba. ¿Cómo hacerlo respetando? ¿Cómo, sin herir al grupo ni al profesor? Y si creemos que el profesor se enfadará o nos rechazará ¿lo haríamos de todas maneras? Creo que si sentimos la necesidad de progresar muy clara en nuestro interior obtendremos la fuerza para hacerlo con honestidad, respeto y cariño. La reacción que recibamos será impredecible y dependerá de la madurez tanto de los compañeros como del instructor, pero ésta no nos debería echar atrás.

Con todo esto me estoy refiriendo al practicante que desea investigar en el entrenamiento Tai Chi; no al que va uno o dos días a la semana a clase para aprender a relajarse, porque le va bien a su espalda y no siente que quiere profundizar en la práctica. En este último caso, si le va bien, no es conveniente cambiar de grupo ni de profesor.

Debido a que utilizaré las palabras maestro y profesor, me gustaría diferenciarlas de alguna manera. Concibo al maestro como la persona que antaño asumía el papel de “Padre, sacerdote o consejero, terapeuta…” además de transmisor del arte a sus discípulos (que no solían ser más de cuatro o cinco a la vez). Es decir, una persona que había desarrollado una conciencia más refinada y evolucionada que la nuestra. Era capaz de convertirse, sin ningún ánimo egoico, en espejo del discípulo. Éste, por su parte, se entregaba al maestro sin cuestionarle. Incluso era bastante normal que durante este período, viviera en casa de su maestro. Se “ponía en sus manos” y tras unos cuantos años de práctica y estudio, ya estaba preparado. Entonces debía “matar” simbólicamente al padre, abandonarle y caminar solo.

Sin embargo, profesor, en mi opinión, es el que introduce y acompaña al alumno en la práctica. E intenta motivarle a buscar e investigar en el arte. Aunque de alguna manera es terapeuta, ya que enseña un arte corporal y le guiará para ir sanando su cuerpo, la profundidad de su “terapia” siempre será menor que la del maestro; el cual llegará a capas más profundas que la corporal. Con esto no pretendo decir que como profesores tenemos menos responsabilidad con nuestros alumnos, todo lo contrario; pero la entrega no es tan completa como la del maestro. En este segundo caso, el alumno no asume una transferencia como la que es requerida por el maestro.

Tanto antaño como hoy en día, ha sido difícil encontrar un maestro que esté preparado y dispuesto a asumir su papel; sin embargo existen muchos profesores que sin estar preparados para ello, desean convertirse en maestros. También, y es lo alimenta a éstos últimos, existen muchos alumnos deseando convertirse en discípulos.

La libertad la podemos perder como alumnos o como profesores y me gustaría poder comentar cada uno de estos casos:

Cuando somos alumnos

Me gustaría empezar con un ejemplo: hace ya bastantes años, fui a visitar a uno de los maestros con los que he ido aprendiendo. Da igual quién, dónde o de qué estilo, ya que a lo que quiero dedicar este artículo es universal y común a cualquier tipo de práctica. Los dos profesores en los que yo tenía puesta mi confianza sabían que iba con este maestro, les parecía acertado y me apoyaban. En esta visita, que ya era la segunda, me acompañaron dos amigos, ambos practicaban otro estilo diferente al mío. Lo más curioso para mí fue que mis amigos no se atrevieron a decir nada a su maestro, porque se suponía que se enfadaría e incluso que les haría elegir. No sé si en realidad hubiera ocurrido así, pero el caso es que su acción fue hecha en la clandestinidad. Quizás otra persona ni siquiera se hubiera atrevido a hacerlo por si le “pillaba” o porque le parecía mal hacerlo a escondidas. En este caso prefirieron hacerlo de manera encubierta; quizás no querían “herir” a su profesor, pero creo que era más por miedo a su reacción y al consiguiente rechazo. A veces nuestras acciones no gustan a quien admiramos pero no por eso deberíamos dejar de hacerlas, estando dispuestos a aceptar lo que recibamos por ellas. Lo que entiendo que les ocurrió es que ellos mismos habían perdido su libertad para aprender con otra persona que no fuera “su maestro”.

 

Ahora pondré otro ejemplo: ha sucedido algunas veces que personas que vienen a los encuentros me dicen que han tenido que “pedir permiso” a su profesor para poder venir. ¿? Es como si sintieran que le pertenecen. Una cosa es pedir su consejo o su parecer y otra muy distinta pedir si les deja ir. Aquí me temo que el profesor tiene parte de responsabilidad en ese “perder la libertad” del que hablamos, ya que en casos así es él el que tiene la última palabra. Es decir, somos nosotros mismos los que delegamos en nuestro profesor la decisión final sobre nuestro futuro. Es como si preguntáramos a nuestros padres qué carrera universitaria quieren que hagamos. Esta anécdota me ha sucedido en tres ocasiones, en dos de ellas su profesor les “aconsejó” no mezclar prácticas (aunque uno de los dos lo hizo) y en la tercera supuso una ruptura motivada por la respuesta que recibió de su profesor, tras comunicarle que le había sido útil lo que había aprendido fuera de sus enseñanzas. Antes de venir al encuentro le había sentenciado: “prueba con otros si quieres pero te darás cuenta de que no son tan buenos”.

Como profesor me sentiría mal si alguien me pidiera permiso; no me considero dueño de ninguna de las personas que aprenden conmigo. Peor me sentiría, si además les digo que los otros son peores… Deberíamos ser conscientes de nuestras limitaciones y saber que no podemos ofrecer todo lo que abarca el Tai Chi, sino simplemente una pequeña parte; para que cuando veamos un alumno motivado, intentemos ayudarle a conocer otras fuentes que puedan aportarle lo que falte en nuestra enseñanza.

He conocido también personas que por su presencia y carisma… pueden encontrarse con gente que pasado un tiempo, le presionan o empujan a tomar un papel de “maestro”. Este es un momento importante y delicado, que puede convertirse en una trampa. Si dicha persona se siente capaz (y de verdad lo es), no debería de representar ningún problema, el hecho de que decida aceptar ese papel. Estará preparada para afrontar cualquier conflicto que se vaya presentando. Cuando me refiero a que esa persona “sea capaz”, presupongo que tiene desarrolladas cualidades como la humildad, sabiduría, ecuanimidad y honestidad, no sólo que sea un buen practicante o un buen “estratega” pedagógicamente hablando. Debería, sobretodo, ser capaz de estar desapegado de su papel, y no permitir que su ego le haga sacar provecho del mismo. Quizás por eso siempre ha habido muy pocos maestros de verdad; y aunque seguramente siempre los habrá, yo no he conocido todavía a ninguno.

En cambio, si esa persona no está capacitada para desarrollarse como maestro, es muy posible que los conflictos que se vayan presentando, no se sepan gestionar correctamente. La situación se irá complicando. Podríamos crear algo insano, muy dependiente por ambas partes, que podría desembocar en situaciones que no deseamos. En un extremo, llegaría a convertirse en una secta donde el “gurú” dicta y el discípulo asume. Si somos profesores, deberíamos estar muy atentos para no dejarnos llevar por nuestro ego, ser honestos y nunca pretender ser propietarios de nuestros alumnos.

También puede haber conflicto cuando el profesor no quiera desempeñar ese rol, por la responsabilidad que conlleva, porque no se ve como tal, porque se va a sentir atado o simplemente porque no cree en ello o no le apetece. Sea por la causa que sea, mi opinión es que debe ser respetado. Lo que he visto que sucede es que normalmente no suele ser así: los alumnos insisten e insisten y si no lo logran aparecen las complicaciones. La situación se convierte en algo muy molesto tanto para el profesor, como para los discípulos “rechazados”. Los alumnos no pueden aceptar que la persona que han elegido como “líder, guía, gurú” no quiera serlo y seguirán intentándolo hasta que aparezca otra persona que sí que quiera “adoptarles”. Son las propias carencias afectivas del alumno, las que le llevan a buscar a su “papá” en la figura de un maestro. Y dependiendo del tipo de padre que busque, idolatrará a un profesor cercano o distante, amoroso o arrogante, emocional o mental, que le cuide o que le castigue…

 

Otro caso es cuando juzgamos y criticamos a otros profesores, sólo porque el nuestro los juzga y critica. Podríamos acabar alienándonos y transformándonos en fotocopias de nuestro profesor, incapaces de ver más allá que él; perderemos nuestra propia personalidad para convertirnos en un “clon” del que nos guía: pensaremos, hablaremos, actuaremos y veremos con los mismos ojos que él.

Otro riesgo añadido en estos casos, con falta de discernimiento por parte del alumno, puede ser que no sólo “heredemos” las virtudes de nuestro profesor; tendremos también muchas posibilidades de adquirir sus defectos y carencias.

 

Estos son varios ejemplos de pérdida de libertad por parte del alumno: en el primero, el miedo al rechazo o enfado por parte del profesor, hace que no se atreva a decirle que va con otro profesor; el segundo, en el que un sentimiento de pertenencia al profesor, le lleva a pedir permiso para hacer las cosas; el tercero sobre el alumno que exige a su profesor más de lo que éste quiere o puede darle; y el último, quizás el más peligroso, es cuando dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en nuestro profesor.

 

Desde luego, primero deberíamos mirar dentro de uno mismo, para saber por qué perdemos nuestra libertad. Los lazos afectivos y emocionales que trazamos con nuestros profesores suelen ser fuertes, y quizás eso hace que sintamos una especie de fidelidad hacia ellos. Pero una cosa es eso y otra pensar que si buscamos o probamos con otros profesores somos “desleales”. La curiosidad y las ganas de profundizar son naturales y sanas. Puede llegar un momento en la práctica en que consideremos que quizás otra persona puede enseñarnos más intensamente alguno de los aspectos del Tai Chi; sin pensar por ello que el primer profesor ya no sirve. Y además, ¿no se puede estudiar con dos o más profesores a la vez?

Creo que cuando vamos profundizando en la disciplina nos damos cuenta de todo lo que puede llegar a abarcar la práctica y cada uno de sus diferentes aspectos. Por lo que advertimos que es muy difícil, por no decir imposible, que una misma persona haya profundizado de verdad en todos ellos. Entonces ¿qué contradicción hay en que se estudie con más de un profesor? ¿No haría esto que se complementaran entre sí las diferentes enseñanzas recibidas de cada uno de ellos, consiguiendo así una práctica más completa? ¿Qué profesor se opondría a que sus alumnos aprendieran de una manera más íntegra las enseñanzas?

Creo que como alumnos deberíamos sentirnos libres y honestos diciendo a nuestro profesor que queremos estudiar también con otras personas, sin pensar por ello que les estamos traicionando. ¿Pero qué sucede entonces en nuestro interior cuando debemos decir algo así? ¿Qué sentimos cuando decimos a nuestro papá que haremos algo, sabiendo de antemano que no le gustará? Tenemos miedo a recibir una bronca, un rechazo, incluso un castigo. Esto podría hacer que al final nos echemos atrás, pero desde mi punto de vista sería un error. Nuestro proceso personal podría estancarse ya que se trata de uno de los muchos obstáculos que iremos encontrando en el camino hacia nuestro desarrollo personal. Un profesor sólo nos enseñará a entender el arte desde un punto de vista, el suyo; en nuestra formación no deberíamos limitarnos a una única visión. Cualquier cosa, animal o planta es diferente por delante que por detrás; dependiendo de dónde nos situemos, nos parecerá con unas cualidades u otras. Del mismo modo, la manera que cada persona tiene de ver y entender el Tai Chi (y la vida en general), también es parcial y limitada. Si tenemos más de un ángulo para observar, siempre será una visión más abierta, completa y global.

Durante los 15 años que llevo practicando me he acercado a muchos profesores y maestros con respeto y profundizando de manera sincera en sus enseñanzas. Todavía hoy estudio con varios a la vez. Tengo mucho que agradecer a todos ellos, pero nunca he sentido que les pertenecía. Y esto no me ha hecho sentir desleal, ni tampoco el hecho de decidir dejarles si he percibido que desde su posición estaban limitando mis decisiones o mi independencia. Todo ello a veces me ha traído quebraderos de cabeza; en otras ocasiones, sorpresas agradables, es el riesgo a correr.

Cuando somos profesores

En ocasiones hemos podido sentir miedo de “perder a los alumnos”, es muy humano. Este miedo puede venir por un apego excesivo a nuestros alumnos. Si un alumno se va, a lo mejor sentimos que ya no nos valora y esto puede deberse a una baja autoestima por parte del enseñante. Puede también que este miedo encubra una falta de valoración por parte de nuestro propio padre (cuando éramos niños), y que ahora buscamos en nuestros alumnos. Pero eso no nos da ningún derecho a ser propietarios de nadie, sería una postura competitiva, egoísta e inmadura que no tendría mucho que ver con el espíritu del Tai Chi. En casos así, además de quitar la libertad a nuestros alumnos, estamos perdiendo nuestra propia libertad ya que dependemos de ellos para sentir que somos buenos instructores y creernos importantes.

 

A veces estamos tan atrapados en el papel de profesor que no conseguimos transmitir lo que realmente queremos comunicar. Recuerdo cuando empecé a enseñar y me proponía mostrar el ejercicio de empuje libre. Entonces tomaba un alumno para explicar el ejercicio, si este alumno era competitivo y hacía mucha fuerza y se resistía, yo entraba en su juego hasta que conseguía “vencerle”. Estaba aferrado en el papel del profesor que sabe y es mejor que cualquiera de sus alumnos y lo necesitaba demostrar. Después de un tiempo me di cuenta que mi ego no podía aceptar el ser desequilibrado por un alumno y que lo que estaba consiguiendo era enseñarles a competir y a intentar ser el mejor. Desde ese día cambié mi respuesta; en un caso así, no entro en su juego, intento mantenerme relajado, a la escucha, cediendo y empujando. Y si al final es él el que me tira a mí, está bien; porque lo que quiero transmitir con este ejercicio no es ganar o perder, competir, ser más “macho”… sino la escucha, el ceder y el compartir.

Y de nuevo, esto no es fácil. La idea de “ganar” o de “no perder” está muy arraigada en nuestro interior, desde que éramos pequeños. Por supuesto, el que seamos profesores no nos hace inmunes a ella. Y surge en cualquier momento como en este caso al explicar un ejercicio, o al responder una pregunta, o al compartir una conversación o una comida con nuestros alumnos. Si estamos atrapados en el papel del profesor necesitaremos demostrar al alumno en cualquier situación que somos más sabios y evolucionados. Sin embargo si estamos atentos a ello, es una buena oportunidad para “quitarse importancia”.

 

Recuerdo también cómo defendía al principio mi estatus como “buen profesor” cuando intentaba transmitir un movimiento. Veía que la gente no llegaba a aprenderlo bien y pensaba que en realidad ellos no eran capaces de hacerlo. Por supuesto no pensaba que el fallo podía estar en mi manera de enseñarlo… Ahora me doy cuenta de que, hasta que no tenemos el movimiento integrado de verdad en nosotros mismos, el alumno no llega realmente a comprenderlo. Sin embargo, cuando este movimiento ya lo tenemos “encarnado”, la transmisión es mucho más clara y sencilla. Con el pensamiento, la palabra o la escritura es lo mismo: cuando lo que queremos transmitir está integrado en uno mismo, la conexión es mucho más profunda y se comprende sin dificultad. Un amigo que ya ha editado varios libros me dijo: “el arte está en que sea comprensible incluso para el profano, debe ser sencillo y directo”. Cuando no somos claros al expresarnos de la manera que sea, seguramente se debe a que no lo somos tampoco en nuestro interior; es muy posible que nos indique confusión, quizás demasiado conocimiento sin elaborar, sin sabiduría.

También puede ocurrir que no nos pongamos al nivel de comprensión del que aprende, lo cual nos indica que no hay verdadera conexión. Recuerdo lo que otro amigo siempre dice: que “si alguien no entiende algo, el fallo está en el que lo explica y no en el que está escuchando”, yo lo veo también así. En la mayoría de los casos el que está recibiendo asiente con la cabeza sin que haya entendido verdaderamente lo que escucha o lee, bien porque no quiere expresar su dificultad para entender, o porque no quiere incomodar a la persona que le está hablando.

 

Me viene a la memoria una vez que asistí a un curso hace bastante tiempo: uno de los asistentes le hizo una pregunta al profesor sobre una sensación que tenía a veces cuando practicaba meditación. El profesor respondió: “no lo sé”. Para mí fue algo nuevo: “chapeau”. Era una persona con suficientes “tablas” y experiencia para poder responder a una pregunta así. Ahora que además de alumno soy profesor, sé que cuando un alumno nos hace una pregunta, lo que queremos es poder responder y hacerle ver que sabemos. Nos hacemos una respuesta lógica que nosotros mismos tomamos como verdadera y la lanzamos. Sin embargo, aquel profesor estaba dispuesto a que su alumno se levantara y se fuera pensando que había dejado de ser interesante ese curso… Aquí nos encontramos con una actitud de libertad y falta de dependencia por parte del profesor.

 

En otra ocasión, un profesor intentando hacernos creer que sabía de anatomía, nos comentó la acción de determinado músculo de nuestra espalda (dorsal ancho) diciendo que hacía la flexión del codo (en realidad ese músculo hace la rotación interna, aducción y extensión del hombro, además de actuar sobre las cinturas escapular y pélvica). En absoluto tiene ninguna acción en el antebrazo flexionando el codo.

Otro ejemplo: un profesor es preguntado sobre una aplicación marcial, era un gesto común en casi todas las artes marciales (y por cierto, un golpe muy poderoso). Su respuesta fue “no hay ninguna aplicación para este movimiento, es algo que “adorna” la forma...” ¿?. Él, obviamente no conocía ninguna aplicación para este movimiento, pero lejos de reconocerlo se colocó en una posición prepotente negando su propio desconocimiento. Cuando estamos con alumnos que no saben demasiado sobre el Tai Chi y las artes marciales podemos decir barbaridades y además quedar como que sabemos muchísimo, incluso más que el profesor que sí les hubiera podido mostrar dicha aplicación marcial. ¿Qué buscamos con este tipo de acciones? En lugar de decir “no lo sé” necesitamos hacer ver que sí sabemos, no vaya a ser que se crea lo contrario. Es como si estuviéramos enseñando a un amigo a jugar al ajedrez y le decimos que los alfiles no sirven para nada en lugar de decirle que no los sabemos utilizar bien. De esta manera deslumbramos a nuestros alumnos con una ignorancia disfrazada de sabiduría... ¡qué atrevida y arrogante es la ignorancia! ¿Qué perdemos si reconocemos algo así? A nadie le gusta mostrarse en error, pero me temo que es otro de los obstáculos que encontramos en el camino. Algún día deberemos reconocer ante los alumnos, que no sabemos tanto como ellos quisieran o se imaginan.

Supongamos también que un ex-alumno ha aprendido con otro profesor aspectos que no conocemos, ¿le pediríamos que nos los enseñara? ¿Podríamos respetar y valorar sus nuevos conocimientos? ¿Y si estos conocimientos contradijeran los nuestros? Puede que nuestro papel de profesor nos lo impidiera. ¿Seríamos capaces de dejar dicho papel y ser tan alumnos como los demás ante otro profesor que sabe más que nosotros mismos?

 

Pensemos ahora en un profesor, que llegado un día uno de sus mejores alumnos decide dejarle, porque quiere irse con otro profesor, porque ha dejado de confiar en él, porque siente que ha crecido lo suficiente para prescindir de él, o porque necesita separarse de él para, precisamente, poder crecer un poco más, su propio proceso personal se lo exige. Es toda una prueba para el profesor. Recuerdo lo que mi primer profesor me dijo el día en que iba a impartir mi primera clase en su escuela: “Tiene que llegar un día en el que me digas que no”; recuerdo que me sentí libre y respetado. En otro caso, cuando me despedí de uno de los maestros con los que había aprendido, porque decidí no continuar su “linaje” (y sin embargo sigo valorando su trabajo), al día siguiente y delante de todo el grupo reconoció y valoró mi práctica y mi entrega, ¡a pesar de que le acababa de dejar!

 

Desgraciadamente, a menudo suele haber otro tipo de respuestas: a veces el profesor cambia detalles del trabajo o sistema en una búsqueda de desprestigiar al que se ha ido; otras veces, deja de reconocer al que se va (mientras que hasta entonces todo eran valoraciones); también se dan casos de un tipo de competición, que lo que demuestra es que el que ha perdido la libertad en este caso, es el profesor. Ahora es él el que no puede aceptar la decisión de su “ex-alumno”. Incluso en casos en los que se da un tipo de castigo o acoso por parte del profesor, en realidad está sufriendo él mismo: su ego se siente traicionado. Y, si no está muy atento, este mismo ego le llevará a intentar justificarse a sí mismo y al resto de sus alumnos que ese castigo es necesario. Su energía estará enfocada en todo esto, en lugar de aceptar y respetar la decisión de su alumno como algo necesario para el crecimiento de ambos, profesor y alumno. Sin darse cuenta, actúa desde la rabia. Lo peor suele ser cuando no es consciente de ello, se siente y se muestra como una persona centrada y justa. Si además, sus alumnos no tienen el suficiente criterio, se dejarán arrastrar por los oscuros senderos de su profesor; al que, a estas alturas, ya considerarán maestro.

 

 

 

Relación profesor-alumno-profesor

 

Por lo expuesto hasta ahora vamos deduciendo que el peligro desde la parte del alumno es sobretodo un sentimiento de pertenencia, de ser acogido y de lealtad, perdiendo su capacidad de decisión; y desde la parte del profesor se suele dar un apego hacia el alumno, una necesidad de él para sentirse bien, escuchado, obedecido… haciéndose “dueño” y por lo tanto, perdiendo el respeto por su alumno.

Es fácil decir “este no es mi caso” pero también es fácil engañarnos a nosotros mismos. Existen mecanismos inconscientes muy sutiles para hacernos creer que “no necesitamos aprender con otros” o decir “yo les dejo ir con quien quieran” (el problema estaría en ese “yo les dejo”)…

Si como estudiantes no superamos esa necesidad de tener un “papá” no estaremos interesados en buscar más y en crecer. En realidad, si ese papá nos ofreciera otra cosa, también nos interesaría. Lo que queremos es a él, en el fondo no queremos profundizar.

Y si como transmisores no superamos esa necesidad de dirigir, de decidir por, de controlar, no mostraremos una actitud de verdad abierta a la posibilidad de que nuestros alumnos estén motivados en esa misma búsqueda.

En ambos casos nos hacemos presos de nosotros mismos exigiendo al otro que pierda también su libertad (no es lo mismo “mi profesor, mi alumno” que “profesor mío y alumno mío”).

 

Cuando empezamos a enseñar es difícil ser consciente de todas estas cosas pero es importante observar todo lo que va sucediendo; es peligroso quedarse atrapado en este papel, ya que nos impediría seguir aprendiendo. La escucha que vamos desarrollando en la práctica del empuje de manos debemos ponerla en acción. Ser sensibles a lo que en realidad busca y quiere el que viene a aprender de nosotros. Escuchar nuestro interior, descubrir y solucionar las trampas que van apareciendo, desprendernos de cualquier conducta que nos podría obstaculizar en nuestro proceso y en el del otro. Tener en cuenta de que no es lo mismo “dar” que “obligar a recibir”, no es lo mismo “compartir” que tratar de “convencer”. Respetar el propio ritmo de nuestros alumnos para que puedan entender lo que les estamos ofreciendo. Y, por supuesto, abandonar cualquier expectativa que podamos crear sobre nuestros alumnos, para que de ninguna manera nos creamos dueños de ellos.

En el caso de que un profesor sea capaz de actuar como profesor mientras imparte la clase, pero que en los descansos, la convivencia… se mezcle con sus alumnos como “uno más”, se mostrará más cerca de ellos, en una relación horizontal. Esto ayudará también a que los alumnos no proyecten en él la figura de un maestro, sino la de un amigo que tiene más experiencia en el Tai Chi y la comparte con ellos. A veces se dan casos en los que parece que el papel del profesor y el del alumno se intercambian y podemos aprender de nuestros alumnos: sus dudas, sus preguntas, sus opiniones, sus conclusiones y sus decisiones pueden completarnos y hacernos crecer como profesores y, por supuesto como personas. En este caso el feed-back será posible y ambas partes saldrán beneficiadas.

Esto está muy lejos del profesor distante, en apariencia perfecto, que no puede recibir ni aprender nada de sus alumnos porque no hay diálogo ni escucha real, la relación es unidireccional (jerárquica y vertical); sus preocupaciones están en mantener su estatus, allá arriba… y que no se vea lo que inevitablemente hay: contradicciones, dudas, sufrimiento. No hay libertad, está apegado a su papel. Lo peor es que una actitud así no permite tampoco que los alumnos evolucionen, crezcan y se completen; aunque no lo perciban, estarán atados. Y lo peor es que si este profesor no es consciente de ello, puede estar manipulando a sus alumnos sin saberlo; ya sea física, emocional o mentalmente.

Cuando un alumno decide dejarnos para aprender con otros deberíamos ser capaces de ayudarle en su proceso, de respetar su decisión y de esta manera podrá conservarse una relación, eso sí, diferente a partir de ese mismo instante. Mi hija todavía tiene tres años, pero supongo que cuando deje de ser su “papá perfecto” será un momento importante para ella y una prueba para mí. Ella necesita ese paso para crecer; yo debo respetarlo y animarle a ello para, por mi parte, poder desarrollarme también un poco más.

                                                                                                                                                                                                                                                                                   Juanolo, 2 de diciembre de 2006

                                                 LA CREMA DE PUERROS

 

 

Me gustaría enfocar esta reflexión hacia un tema que me inquieta desde hace ya un tiempo. Me refiero a que con bastante frecuencia, me voy encontrando personas en el mundo del Tai Chi (aunque podría ser en cualquier otra disciplina tanto oriental como occidental) que aseguran que su Tai Chi es el original, el auténtico, o que el Tai Chi es esto y no lo del otro... Me parece una postura muy arrogante.

 

Podemos encontrar dos grandes enfoques dentro del Tai Chi Chuan: una línea más tradicional en cuanto a transmisión y contenidos; y otra que ha ido absorbiendo tendencias y evolucionando en otra dirección, según el lugar donde se haya ido desarrollando. Ambas tendencias se han dado hasta hace no muchos años en China, y ahora también en el resto del mundo.

Cuando el Tai Chi Chuan llegó a E.E.U.U. y a Europa se encontró con un tipo de vida muy diferente al de su país de origen. Una sociedad con un ritmo y unos objetivos diferentes, con otra visión de la vida. Una sociedad en la que la juventud, harta de guerras y tras su decepción espiritual con el catolicismo, estaba sedienta de prácticas exóticas con orientación místico-espiritual. Por otro lado, se abrieron nuevos campos en la psicoterapia y también surgieron diferentes tipos de trabajos psico-corporales y de crecimiento personal occidentales.

Por lo tanto el Tai Chi, tuvo que convivir en este desconocido “marco” con las nuevas corrientes que iban emergiendo. No es de extrañar que en pocos años aparecieran las primeras “fusiones” que, según sus creadores, hacían el arte más cercano y adaptado a la cultura occidental. Por supuesto también existían los enfoques más tradicionales, aunque estos tardaron un poco más de tiempo en encontrar su lugar aquí.

Hoy, en el año 2007, se podría decir que coexisten ambas tendencias. Y digo “se podría decir” porque en realidad rivalizan, compiten y ostentan cada una de ellas “la verdad” del Tai Chi Chuan.

Como decía al principio me molesta que se intente desprestigiar a los demás. El Tai Chi, tanto “tradicional” como “adaptado”, ha ido e irá evolucionando porque es algo vivo y una herramienta eficaz.

En la enseñanza tradicional y jerárquica, cada maestro siempre ha ido innovando y aportando sus investigaciones a la práctica; por lo que desde un mismo maestro, podemos encontrar diferentes enfoques entre sus primeros discípulos y los últimos. Mi opinión es que, normalmente, estas aportaciones son fruto de una profundización y dedicación, dignas de respeto. Sin embargo oímos descalificaciones de unos estilos a otros, o entre diferentes escuelas de un mismo estilo.

Los mismos descréditos se dan en las diferentes vertientes dentro del enfoque no tradicional o “adaptado”. Pondré un ejemplo para explicarlo: imaginemos que queremos hacer una crema de puerros. Vamos a la nevera y nos damos cuenta de que sólo tenemos un puerro, por lo que decidimos añadir una patata, un calabacín, una zanahoria y una lechuga. Es posible que la crema resultante sea más rica que la que tenga exclusivamente puerros (aunque dependerá del gusto de las diferentes personas). Incluso, podría ser también que fuera más fácil de digerir. Pero lo que no podemos hacer es abrir un restaurante y decir que ESA es LA CREMA DE PUERROS. Sería más acertado decir que es una versión de la crema, pero no que es la AUTÉNTICA .

De la misma manera, cada enfoque que podemos ofrecer no es EL ÚNICO TAI CHI, sino una interpretación del mismo.

Otro frente está entre unas escuelas que defienden exclusivamente la práctica de la forma, el qi gong y la meditación obviando su aspecto marcial, y otras escuelas que se centran exclusivamente en el aspecto marcial o en el competitivo, sin viajar hacia los planos emocional ni mental-espiritual…

¿No son marciales los movimientos que se realizan? ¿No es la meditación en muchos momentos una lucha interna con uno mismo? ¿No fueron unos monjes los que desarrollaron la práctica a partir de unos ejercicios que les había enseñado otro monje, Bodhydarma? ¿No es la Paz el destino del arte marcial?

¿Quién se atreve a decir cuál de las dos opciones es la verdadera? La respuesta que se nos ocurre es que el Tai Chi es la unión de las dos; sin embargo no es lo que se suele ver.

Y mientras tanto oímos críticas, juicios, desprecios... pero ¿en qué empleamos el tiempo? El profesor que se dedique a criticar a los demás profesores o escuelas seguramente necesita que los que le escuchan, le apoyen y le valoren; posiblemente se siente, en realidad, inseguro de lo que enseña, tiene miedo y decide competir con el vecino.

Es también un problema ético: ¿quién nos da derecho a juzgar y sentenciar a otros profesores, colocándonos para ello por encima de ellos? ¿Dónde está la humildad que tanto pretendemos lucir; dónde, la compostura y la integridad? En estos casos veo sobretodo vanidad, soberbia y altanería.

Cuando un alumno decide empezar a estudiar con otro profesor, a veces el profesor trata de convencer al alumno de que es mejor que no vaya con el nuevo, incluso convencido de que no es conveniente para él y que le evita caer en un error... ¡qué cutre! Si no somos capaces de incentivar a nuestros alumnos para que investiguen, aprendan con otros profesores e incluso se equivoquen para que puedan después progresar, estaremos convirtiendo nuestro sistema en algo cerrado y estancado. Estaríamos entrando en una relación competitiva e insana con el resto de profesores.

Puede también, que alguno de nosotros descubra algo interesante para la práctica del arte, o para su estructuración y difusión, su evolución, su teorización o su transmisión. Pero esto tampoco nos da el derecho de creernos superiores y llegar a despreciar lo que no está acorde con nuestra manera de entender el Tai Chi.

Este tipo de casos también nos pueden hacer perder el respeto por los demás.

Nada más alejado de lo que, en mi opinión, pretendemos conseguir con el Tai Chi. Cuando leí por primera vez el Tao Te Ching de Lao Tse, lo que más me quedó grabado fue la insistencia en la humildad, en el quitarse importancia, en no ser arrogante. ¿Hacia dónde vamos si en lugar de entregarnos a la práctica y su transmisión empleamos la mayor parte de nuestra energía en criticar, desvalorizar y desprestigiar a los demás; y en justificar nuestro enfoque como el mejor, o peor aún, como EL ÚNICO? Lo que conseguimos así, es precisamente desprestigiar al Tai Chi Chuan.

Otro aspecto negativo de todo esto es cuando afecta a nuestras relaciones personales. He visto relaciones de amistad de muchos años (incluso relaciones de pareja) que se han roto a partir de un desencuentro provocado por el enfoque en el Tai Chi. Me resulta muy triste y creo que en realidad, cada uno de ellos no ha podido aceptar que la persona a la que quiere, evolucione de una manera diferente en su práctica. Cuando nos ocurren este tipo de cosas deberíamos preguntarnos si estamos entendiendo la Vía, si realmente sabemos para qué practicamos.

Todo esto es motivo suficiente para promover y aconsejar los diferentes encuentros abiertos o festivales de Tai Chi Chuan, ya que ayudan a romper barreras, quitar miedos y sobretodo a compartir y aprender de lo que los demás saben. No seamos tan soberbios de creer que tenemos todo lo que necesitamos, abramos nuestra mente a otros enfoques; eso sí, con un buen criterio propio para saber dónde está el grano, y dónde la paja.

Creo que merece la pena estar abierto y respetar los diferentes puntos de vista en nuestra práctica, evitando pensar que el nuestro es el auténtico y lo tiene todo.

La duda, sin que llegue a ser obsesiva, es un buen síntoma de apertura y de búsqueda; ambas imprescindibles en nuestro camino.

                                                                                                                                                                                                                                                                                            Juanolo, 15 de julio de 2007

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